-¡Hugo! -escuché de lejos- Hugo despierta joder...-la voz se repetía.
La imagen de Antonio golpeando mis mejillas y sacudiendo mi hombro, sobrevino a mi cabeza inmediatamente cuando abrí los ojos. Un círculo de gente a mi alrededor me hizo querer volver a dormirme de nuevo.
-¿Quieres estarte quieto? -dije sujetando sus manos que me golpeaban una y otra vez- estoy bien, ¿Cuanto tiempo llevo así?
Me incorporé y me pasé una mano por la cabeza, intentando recordar.
-Unos minutos -contestó ayudándome a levantarme- Malú ha llamado ya cómo veinte veces, nadie se ha atrevido a cogérselo...
El corazón se me paró de golpe. Me puse blanco. Al instante recordé todo lo que había pasado. La llamada. Su voz entrecortada. El bebé.
-Mierda, dame tu móvil, rápido -exigí muy nervioso.
Marqué el número rápidamente, rogando que me cogiese. Y vaya si lo hizo. Apenas sonaron un par de tonos y su voz se escuchó al otro lado.
-¿Hugo te has desmayado? -preguntó furiosa, entre respiración y respiración.
-¿Qué? -tragué saliva un poco descolado- no cariño, es que en la emisora hay poca cobertura, ya sabes...-me excusé- ¿Cómo estás? ¿Y dónde? ¿Está tu madre contigo?
-Estamos de camino al hospital....-contestó, con un gemido de dolor saliéndole del estómago- Hugo me duele mucho.
-Cielo, tú inspira y expira -gesticulé mientras hablaba, parecía un loco al teléfono- ¿Me oyes? Tú respira.
-¡Hugo joder estoy respirando! -chilló- ¿Cuándo cojones vienes?
-Nena, cojo un avión ahora mismo...-hice gestos a Antonio para que recogiese mis cosas- nos vemos en una hora, tú solo espérame -rogué- respira cariño, respira.
-Si llegas, me va a parecer un milagro -murmuró soltando el aire de golpe.
-Hay que creer en los milagros.
Salí corriendo de allí, literalmente. Cogí un taxi dirección al aeropuerto. Ni si quiera pasamos por el hotel a recoger nada. Yo solo podía mover la pierna de forma inconsciente, rezar y secarme el sudor, mientras Antonio sacaba nuestros billetes por teléfono.
-He encontrado un vuelo que sale en media hora -dio un palmada, triunfante- pero tendremos que hacer bastante cola, así que prepárate para que te reconozca medio aeropuerto.
-Mierda...-golpeé la ventanilla con fuerza- no vamos a llegar a tiempo. Me voy a perder el nacimiento de mi hija y Malú me odiará el resto de su vida...-me lamenté escondiendo la cabeza entre las manos.
-Chaval ¿Quieres tranquilizarte? -apretó mi hombro- confía en mí, llegaremos.
-Todo es culpa mía, sabía que este fin de semana no tenía que estar aquí...-apreté los puños- tenía un presentimiento.
-Que te calles -ordenó- pareces un niñato de veinte años, compórtate de una vez. -me empujó, el taxista nos miraba por el retrovisor muy atento a la escena- tengo un plan, como siempre.
Sonrió exultante e hizo cómo si nada, mientras a mí me reconcomían los nervios y la angustia.
-No quiero fiarme de tus planes...-suspiré.- los dos sabemos que nunca salen bien.
-Mira Hugo, estás hablando con un profesional de estas situaciones, tengo tres hijos y los tres han nacido cuando yo estaba en la otra punta del país trabajando -explicó cómo quién da una charla inspiradora antes de un partido- ¿Y sabes qué hice? -me miró- confiar en la suerte.
-¿Confiar en la suerte? -pregunté incrédulo.
-Sí eso he dicho, confiar en la suerte -se encogió de hombros.
-¿Ese es tu super plan? ¿Me estás tomando el pelo?
Se ríe cual loco incomprendido que lo sabe todo y apoya el brazo derecho en la ventanilla. Mira al vacío y tarda unos cuantos segundos en contestar.
- La gente tiene miedo de reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuantas cosas se escapan de nuestro control, pero es así. -explica sonriente.
-Esa es una estúpida teoría -contesto- la vida es muchas más cosas a parte de la suerte.
-Esa es una estúpida teoría -contesto- la vida es muchas más cosas a parte de la suerte.
-Por supuesto, pero -entorna la mirada- que tú estes aquí, a 600 kilómetros de tu mujer y tu hija, es mala suerte -se ríe y aunque yo frunzo el ceño un poco molesto, continúa como si nada- y eso también pasa.
Levanto lentamente las cejas y lo miro. Sonríe cómo si estuviese a punto de revelarme un secreto. Cual maestro a su alumno.
-Y aunque estas cosas pasen...-hace una pausa y se aclara la garganta- tienes que pensar que la suerte es todas esas veces que crees que no, pero al final todo sale bien.
Me quedé pensando en esa frase el resto del trayecto en coche hasta el aeropuerto.Tenía parte de razón en lo de la suerte. ¿Sabéis esos bombos enormes de la lotería? Pues imaginaros que llenase uno con un millón de bolas con los nombres de todas las mujeres del mundo. Pues estoy seguro de que si metiera la mano en ese bombo sacaría su nombre, aunque me empeñara en buscar otro, aunque metiera nombres repetidos para hacer trampa, sacaría el suyo. Y eso, es lo que yo entiendo por suerte.
El camino desde que pusimos un pie en el aeropuerto, hasta que subimos al avión, fue una odisea. Las colas era kilométricas y aunque llevase un gorro y una bufanda cubriéndome, más de una persona me reconoció. Son situaciones incómodas, tenía tanta prisa que si tuviese que pararme a hacerme una foto con cada una, el avión se iría sin mí hace rato. Así que solo podía sonreír, disculparme mil veces y seguir caminando.
Cuando despegamos, respiré un poco más aliviado. Por lo menos nadie me había llamado, eso significaba que no había novedad alguna. O eso pensaba yo, porque en cuanto pisé Madrid, el móvil se inundó de llamadas perdidas de Malú, de su madre, de su hermano y de media familia. Volví a llamar mientras parábamos a un taxi por la calle.
-¿Cómo está? -pregunté a Jose, que fue el único que me cogió el teléfono aquella noche.
-Cada vez tiene contracciones más fuertes...-dijo suspirando. Me imaginé su cara de nerviosismo y preocupación, más o menos cómo la mía.- querían esperar a que dilatase del todo, pero dicen que como siga así, el bebé nacerá antes de lo previsto...
-Escúchame, ya he llegado a Madrid -mi respiración cada vez iba más rápido- pasame con ella.
Lo intentó, de hecho, por lo que escuché, pareció que le acercaba el móvil, pero un grito que sonaba a algo como "Dile que se vaya a la mierda", fue la única respuesta.
-Hugo date prisa, o no vas a llegar a tiempo-advirtió muy serio.
Tenía razón. Las posibilidades se reducían.
Levanto lentamente las cejas y lo miro. Sonríe cómo si estuviese a punto de revelarme un secreto. Cual maestro a su alumno.
-Y aunque estas cosas pasen...-hace una pausa y se aclara la garganta- tienes que pensar que la suerte es todas esas veces que crees que no, pero al final todo sale bien.
Me quedé pensando en esa frase el resto del trayecto en coche hasta el aeropuerto.Tenía parte de razón en lo de la suerte. ¿Sabéis esos bombos enormes de la lotería? Pues imaginaros que llenase uno con un millón de bolas con los nombres de todas las mujeres del mundo. Pues estoy seguro de que si metiera la mano en ese bombo sacaría su nombre, aunque me empeñara en buscar otro, aunque metiera nombres repetidos para hacer trampa, sacaría el suyo. Y eso, es lo que yo entiendo por suerte.
El camino desde que pusimos un pie en el aeropuerto, hasta que subimos al avión, fue una odisea. Las colas era kilométricas y aunque llevase un gorro y una bufanda cubriéndome, más de una persona me reconoció. Son situaciones incómodas, tenía tanta prisa que si tuviese que pararme a hacerme una foto con cada una, el avión se iría sin mí hace rato. Así que solo podía sonreír, disculparme mil veces y seguir caminando.
Cuando despegamos, respiré un poco más aliviado. Por lo menos nadie me había llamado, eso significaba que no había novedad alguna. O eso pensaba yo, porque en cuanto pisé Madrid, el móvil se inundó de llamadas perdidas de Malú, de su madre, de su hermano y de media familia. Volví a llamar mientras parábamos a un taxi por la calle.
-¿Cómo está? -pregunté a Jose, que fue el único que me cogió el teléfono aquella noche.
-Cada vez tiene contracciones más fuertes...-dijo suspirando. Me imaginé su cara de nerviosismo y preocupación, más o menos cómo la mía.- querían esperar a que dilatase del todo, pero dicen que como siga así, el bebé nacerá antes de lo previsto...
-Escúchame, ya he llegado a Madrid -mi respiración cada vez iba más rápido- pasame con ella.
Lo intentó, de hecho, por lo que escuché, pareció que le acercaba el móvil, pero un grito que sonaba a algo como "Dile que se vaya a la mierda", fue la única respuesta.
-Hugo date prisa, o no vas a llegar a tiempo-advirtió muy serio.
Tenía razón. Las posibilidades se reducían.
El tráfico en Madrid era insoportable a esas horas. Y yo debía cruzar media ciudad para llegar al hospital. El pensamiento de mi hija naciendo sin que yo pudiese estar allí, se repetía en mi cabeza una y otra vez. Los últimos metros antes de mi particular destino, estaban invadidos por coches, pitando unos a otros, conductores saliendo por la ventanilla cabreados por la espera...etc.
No lo pensé más y tras dejarle un billete al taxista, pegué un salto y me bajé del coche.
-Hugo, ¿A dónde vas? -chilló Antonio imitando mi movimiento- ¿Quieres estarte quieto?
Yo ya estaba bastantes metros adelante, cómo si aquello fuese la carrera de mi vida.
-Tú sólo corre -grité sin mirar atrás- corre o no llegamos.
Tuve que cruzar un par de calles más. Era de noche, y la única iluminación eran las farolas y algún edificio en el que la gente seguía despierta. Para ser las horas que eran, había bastantes personas por la calle. Deambulando o con amigos tras una noche de borrachera y a las que tuvimos que esquivar cómo si la vida nos fuese en ello.
Entramos por la puerta del hospital, agotados. Casi sin respiración. Todos nos miraban extrañados ante semejante panorama. Aterrizamos en la recepción y después de que Antonio casi se pegase con un par de enfermeros para que nos diesen su número de habitación, por fin pude verla
Estaba tumbada en la cama. Despeinada y con el sudor rozándole la frente. Su expresión de cansancio era mayor a la de hacer diez conciertos seguidos. Ladeó la cabeza al verme e hizo un amago de sonreír.
-¡Has llegado! -exclamó con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Te dije que lo haría -abrí los brazos y corrí hacia ella, sujetándole la mano- ¿Cómo estás?
Su respuesta, fue un grito de dolor. Inclinó un poco el cuerpo y respiró muy fuerte. A mí me entró el vértigo. Me hice tremendamente pequeño ante la situación.
-Cariño, respira...-susurré y gesticulé para que imitase mi movimiento.- ¿Cuanto tiempo más la van a tener así? -ladeé la cabeza hacia su madre y pregunté nervioso.
-La doctora vendrá en unos minutos...-dijo acercándose a la cama para acariciar cuidadosamente la frente de su hija- mi niña, tranquila que ya te queda poco.
-No puedo más...-cerró los ojos con fuerza ante una nueva contracción- Hugo traéme agua -exigió apretándome el brazo
-En seguida nena -rebusqué una botella de agua por toda la habitación y se la cedí.- bebe y respira -repetí- tú solo respira.
-Cómo me vuelvas a decir que respire te mando a mierda ¿Me has entendido? -chilló zarandeando el borde
de mi camiseta.
-Lo siento, lo siento...-me disculpé nervioso- tú solo...-pensé rápidamente para no equivocarme- apriétame la mano fuerte si te duele, ¿De acuerdo?
Asintió medio sonriente y el segundo después, estrujó mi mano ante una nueva oleada de dolor. Que casi se equiparaba a la mía. Entre medias, la doctora entró en la habitación para examinarla.
-Esto ya está listo -sonrió y se sacudió las manos- nos la llevamos, venga.
-Cariño, ven conmigo y no me sueltes la mano -pidió con una mirada que no había visto jamás.
Asentí de la manera más inconsciente posible, porque sus ojos fueron suficientes.
Minutos después ya estaba todo preparado. Con su cuerpo sobre la camilla y las piernas abiertas y un poquito más levantadas. Sostenía su mano lo más fuerte y de la mejor manera que sabía y acariciaba su frente, intentando que se calmase un poco pero no servía de nada.
-Empuja -indicaban los médicos, asomados a sus piernas.
-No puedo más -chilló con las lágrimas al borde de los ojos-¡ah!
-Cielo, empuja venga -pedí sin que apenas me mirase- a la de una, a la de dos, y a la de tres...
Frunció el ceño e hizo presión con todo el cuerpo. Apretaba los dientes con fuerza. Yo casi no sentía la mano.
-Joder, no lo aguanto más -se quejó respirando con fuerza- ¡Que me lo saquen ya !
La situación era tan difícil cómo cómica. Ella lloraba de la desesperación porque el dolor no cesaba. Yo, en cambio, tenía una expresión preocupada. La veía encogerse de dolor en la cama y me sentía impotente porque no había manera de disminuirlo.
-Un último empujoncito, ya casi está -se volvió a escuchar en la sala. Yo solo prestaba atención a ella. Estaba nervioso y a la vez asustado y feliz por todo lo que estaba pasando.
A su último chillido de dolor, se unió otro más. Pero esta vez distinto. Vi asomar un cabecita de entre sus piernas y estiré la cabeza, sin que el revoltijo de sangre y sustancias varias me causase demasiada impresión.
El llanto aumentó. La mujer vestida de azul, tomó al bebé en brazos y lo levantó un poco. Apenas pude verlo, porque todos lo rodearon con toallas y mantas y tardaron minutos en acercarlo de nuevo a la cama.
-Hugo, dime que está todo bien...-me rogó con un hilo de voz mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás.
-Sí nena, todo ha salido perfecto -susurré besándo sus labios. La voz me tembló y las piernas también.
En esos momentos más que en ningunos, tenía claro que la quería más que a nada en el mundo. Pasé una mano por encima de su cabeza, rodeando sus hombros. Y dejó caer el peso sobre mí, solo durante unos segundos.
-Enhorabuena...-dijo la mujer caminando hacia nosotros- es una niña preciosa.
Malú sonrió y la cogió en brazos acercándola a mí y a su pecho. Y fue una sonrisa que difícilmente podré describir jamás. Bajé la mirada y la ví. Tan pequeñita y tan guapa. No existe sensación comparable en el mundo a la que sientes cuando ves la cara de tu hija por primera vez. Ninguna. Solo si eres afortunado, la vives.
Movió los bracitos y la boca lentamente. Abrió los ojos y nos miró a los dos muy atenta. Tenía las mismas maneras que su madre cuando te miraba. Exactamente iguales. Y provocaba la misma sensación.
-Hola Lucía...-susurré acariciando su manita, no me atreví a más- hola pequeña...-añadí, pero se me quebró la voz.
Las lágrimas de Malú no tardaron en llegar. Y las mías tampoco. Lloramos y reímos a la vez en un sentimiento de felicidad ilimitada. O eso nos pareció en aquel momento. Y suspiramos, y juntos exhalamos pedacitos de eternidad. O de amor, según cómo se mire.
-Es preciosa...-murmura sin dejar de llorar- es preciosa.
-¿Estás bien? -pregunto enjuagándome las lágrimas con la palma de la mano y acariciándole el pelo.
-¿Por qué dices eso? -preguntó cuando pegué mi frente con la suya, sin dejar de mirar a nuestra hija.
-Sigues llorando, cielo.
-Pensé que después de vivir tres años conmigo, entenderías que nunca dejo de llorar con facilidad -me sonrió acariciándome la mejilla- son lágrimas de felicidad cariño. Acostúmbrate a ellas.
-Te quiero -susurré en su oído. Me besa en los labios con un cariño y una dulzura, que pensaba que nunca cabrían en un beso. Pero ocurre.
Y yo no puedo dejar de contemplar a la niña, todavía maravillado. Acaricio la mejilla de Lucía con la yema del dedo y sonrío al ver cómo ella mueve las manitas, buscándome. Reconozco que me moría de ganas por sostenerla en mis brazos, pero no me atreví a decirlo.
-Ten, cógela -dijo entregándome al bebé con una inmensa sonrisa.
Me sobresalté.
-¿Quién...yo? ¿Y si se me cae? -pregunté, con un breve síntoma de pánico, pero ella me lo puso entre los brazos.
-Sé que no vas a dejarlo caer. -susurra riendo. Y entre risa y risa se muerde los labios un poco.
La cojo con infinitas precauciones. Y Lucía no parece inmutarse. Abre la boca y deja escapar un pequeño bostezo. Sonrío y miro a la chica de la que estoy enamorado. Me devuelve la sonrisa. Y tengo la sensación de que toda la felicidad del mundo, se esconde ahí, entre ellas dos. Es un bonito sitio para esconderse.
La madrugada siguiente, ya estamos en casa. La vemos dormir, después de horas intentándolo. Malú arrastra ya demasiado cansancio, pero irradia tanta felicidad por los poros, que casi ni se le nota. Rodeo su cuerpo por detrás y ladeo la cabeza para besarle el hombro.
-¿Te imaginabas esto cuando me conociste? -pregunta sonriendo hacia la pequeña.
Se da la vuelta para mirarme y me río suavemente. Odio cuando me hace estas preguntas qye sabes que son absurdas o que tienen trampa o que son incontestables.
-No lo sé -admito- pero cuando nos casamos sí lo supe...-sonrío- eras la madre de mis hijos desde que te vi caminar hacia mí en el altar.
Se ríe y acaricia mis brazos, que le rodean la cintura. Tarda unos segundos más en hablar. Y los emplea en mirarme a los ojos. Sólo cómo ella sabe.
-Pues yo sí -admite- creo que siempre lo supe.
-¿Qué? -me río- no se puede saber eso cuando conoces a alguien, lleva tiempo...
-Yo lo supe -insiste divertida- contigo siempre me anticipo, siempre pensando en lo siguiente, arañando el futuro..
Me besa antes de que pueda contestar cómo siempre. Y cómo nunca. Con los labios húmedos y la boca llena de ganas.
Llevo ya mucho tiempo hablándoos del amor y de ella. Pero siempre he oído eso que dicen que no se puede hablar de amor, solo vivirlo. Es cierto. Yo, ahora, también lo creo así. Si conozco el amor es únicamente porque ella me lo ha hecho vivir y sentir. Lo he aprendido con ella. Aunque después he entendido que, en realidad, no se aprende nada. Se vive y basta, juntos, cómplices y enamorados. El amor es ella. El amor soy yo cuando estoy con ella. Feliz. Tranquilo. Mejor.
Me encanta! Sigue por favor, quiero ver crecer a la pequeña Lucía
ResponderEliminarwowwww!!!! que chulada porfavor sube pronto porfisss
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