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martes, 12 de agosto de 2014

CAPÍTULO 73. DESTINO ACCIDENTADO.

Me quedé ahí. Cómo quién se queda maldiciendo lo mal que han salido las cosas. Lamentándose por los instantes o los momentos, que podrían haber salido mejor si lo hubiésemos intentado. En el fondo también estaba cabreado. Porque sí. Por sus caprichos de niña pequeña que se habían multiplicado en los últimos cinco meses, por sus antojos, por sus manías. Que en realidad, las tenía desde hace mucho, y siempre me han gustado, para qué engañarnos. Pero las bonitas, cómo sonreír a mitad de los besos, o despertar todas las mañanas con mi brazo rodeándole el cuerpo, incluso sus manías en la cama, me encantaban todas.

Subí a nuestra habitación y la encontré tumbada en la cama. Encogida entre las sábanas, y apenas iluminada por la luz qué entraba desde la calle. No dije nada, suspiré al entrar para que mi enfado se hiciese patente en el ambiente y me quité la ropa. No se movió. Apenas me miró de reojo. Me dejé caer en el colchón, dándole la espalda. Realmente, parecíamos los dos idiotas. Cómo niños pequeños, de espalda a los enfados y a los problemas. La escuchaba sollozar levemente y se me estremecía el cuerpo entero. Quería darme la vuelta, pero estaba haciendo grandes esfuerzos para no caer, para no darle la razón. Me quedé dormido, con mi enfado luchando con las ganas que tenía de abrazarla.

Cuando desperté, ella aún seguía en cama. El sol ya se colaba por la ventana, eché la vista hacia un lado, y la vi. Cómo siempre, había amanecido sin sábanas de por medio, ocupando por completo su lado de la cama, y con su melena revuelta por las almohadas. Sonreí. Me gustaba despertarme y ver esa imagen.
Salté de la cama sin hacer ruido y me metí en la ducha. Dicen que compartir una almohada ayuda, y es verdad, del enfado de anoche quedaban solo los restos. Se veía todo diferente.
Cuando salí del baño, la cama estaba vacía. Me enrollé la toalla en la cintura y bajé a la cocina. La encontré preparando café, cómo siempre. Con el pelo revuelto y una camiseta muy ancha que le llegaba poco más arriba de las rodillas, cubriendo solo lo estrictamente necesario. Al verme dejó dos tazas de café encima de la mesa. Sacudió el pelo y abrió la nevera vacilante, cómo inspirándose, para decidir qué desayunaría esa mañana. Me senté en la mesa, en silencio, sin que me dedicase una de esas sonrisas que hacían la semana más corta.
- Voy a hacer tostadas ¿Te apetece una? -preguntó con un suave tono de voz.
-No, gracias -respondí con leve sonrisa- siéntate si quieres, te las hago yo.
Me levanté de inmediato de la silla. Tan rápido que la toalla se me escurrió demasiado. Se rió. Tuvo que reírse aunque no quisiese. Y su risa retumbó por toda la habitación aunque se tapase la boca y disimulase.
Sonreí y la obligué sentarse mientras yo hacía el desayuno. Canturreaba alguna que otra canción y me gustaba, porque rompía la tensión del ambiente.
-¿Quieres mermelada? -dije colocando todo sobre la mesa, asintió y estiró la mano para untar ella misma la tostada- no, no, ya lo hago yo.
-Hugo puedo hacerlo yo -replicó- estoy embarazada, no enferma.
Cruzamos miradas y dejé caer el cuchillo y la mermelada sobre la mesa, haciendo más ruido del que me hubiese gustado. Frunció el ceño y resopló.
-Primero te quejas de que soy una caprichosa...-murmura cómo para sí misma, pero con la seguridad de que la escucho- y después porque quiero hacer las cosas yo sola.
-No me he quejado -objeté- simplemente no me gusta que hagas esfuerzos.
-Cariño...Hugo -se corrigió a sí misma- hacer el desayuno no es ningún esfuerzo, tranquilo.
Suspiré y me di la vuelta en busca de algo con lo que entretenerme para calmar la ansiedad que me estaba causando su malhumor matutino. Pero algo me resultó extraño. Respiré profundamente y miré hacia los lados.
-¿Has fumado?  Huele a tabaco -afirmé mirándola de reojo.
-¿Quién, yo ? -exclamo tratando de parecer convincente- por supuesto que no.
Le dio un mordisco a su tostada e hizo cómo si nada. Bajando la mirada y escondiéndola tras su taza de café.
-¿Por qué me mientes? -caminé hacia ella y exhalé un largo suspiro.
-No he mentido -contestó muy seria- estás paranoico, de verdad.
-Claro que me has mentido -sonreí de manera irónica- has arrugado la nariz al decirlo -señalo.
Intercaló miradas, entre mis ojos y el vacío. Un poco nerviosa de más. Me mantuve serio, impasible, levanté las cejas esperando una contestación.
-Bueno, puede que me haya fumado un cigarro...-murmuró- pero ha sido porque estaba enfadada, no es mi culpa.
-¿Ah no es tu culpa? ¿Y entonces de quién es? -golpeé la mesa- explícamelo.
Se frenó en seco y me miró a los ojos. Sostuvo la mirada y apretó un poco los labios.
- ¡Mira Hugo, estás insoportable ! -afirmó alzando la voz mientras se levantaba de la mesa- cuando se te pase el puto malhumor, me avisas.
Caminó con andares de mujer total, hacia las escaleras. No supe que contestar. Y juro que tuve que tragar saliva porque la situación me estaba superando.
-Ya está bien -dije antes de que se marchase- deja de enfadarte conmigo, no lo soporto.
Digamos que algo le hizo recapacitar, suspirar y mirarme. Cerró los ojos en busca de calma y cuando los abrió ya estaba cerca de ella.
-Yo nunca me enfado contigo -repuso negando con la cabeza.
-Ya. -respondí con una mueca divertida.
-No estoy enfadada -volvió a insistir con los primeros restos de alguna media sonrisa en la cara.
-Solo te enfadas cerca de mí -me mojé los labios sonriendo.
Tuvo que bajar la mirada para no mirar mi sonrisa tan de frente. Y la manera en la que volvió a poner sus ojos sobre los míos, me revolvió un poco. La tenía tan cerca, que dolía.
-Lo decía de verdad...-suspiró- no estoy enfadada, lo de ayer solo fue un cabreo -se encoge de hombros- pero sabes que ya llevo demasiado mal lo de no poder trabajar, cómo para que en casa estemos siempre los dos de malhumor.
-Lo siento -murmuré pegándome a su cuerpo.
Rodeé su cintura y aunque yo seguía aún un poco mojado, no le importó en absoluto.
-¿Sabes? -dije apartándole el pelo de la cara- el bautizo será en Sevilla y lo celebraremos en aquel lugar al que fuimos cuando me presentaste a tu familia -sonreí- dile a tu madre que se puede ocupar de todo.
-Hugo no se trata de eso...-dijo escondiendo la sonrisa- no hace falta que me des la razón...
-Quiero hacerlo así, simplemente es eso -alcé un poco los brazos.
Se ríe y me abraza. Aprieta la mejilla contra mi pecho y mi brazo izquierdo le rodea la espalda. Su barriga nos separa un poco en el abrazo y se pone de perfil para suspirar en mi hombro y besarme el cuello.
-Te quiero -susurra un poco entre risas.
-¡Y yo a ti ! -contesto agarrando su cara.
Y la veo sonreír tan de cerca, que besarla es obligado. Y se enreda en mi boca más de lo esperado. Baja las manos por mi abdomen y deja caer mi toalla al suelo. Se ríe al hacerlo y lejos de recogerla para taparme de nuevo, me quedo quieto y sigo besándola. Me acaricia el cuerpo. Y esta vez soy yo el que suspiro entre caricia y caricia. Esa es una de las cosas que más le gustan de esto.
Se aparta de mi boca. Segura y divertida. Y yo la dejo abierta, cómo un idiota esperando el siguiente beso.
-¿Estás esperando algo? -susurra estando tan cerca, que compartimos aire.
Abro de nuevo los ojos y sonrío un poco avergonzado.
-No me gustan estas cosas -me muerdo los labios- bésame bien. -exijo divertido.
Y para variar un poco, hace caso omiso a lo que le pido. Sonríe y me besa el cuello. Locamente y sin tapujos. Y sigue bajando, con los labios. Hasta que tiene que agacharse un poco para continuar el camino. Me muerdo los labios, me tiemblan las piernas.
-Cariño no...-es lo único que puedo susurrar cuando se acerca a la zona más peligrosa de mi cuerpo.
-Shh -susurra y vuelve a la carga.
Suelto un gruñido de placer y aprieto un poco los puños. Pone todavía más enfasís en lo que hace y yo creo que me voy a desmayar allí mismo. Cuando termina se ríe y creo que no necesito que exista el mundo más allá de su boca.


Los meses pasaron de nuevo. Entrábamos en etapa final y yo casi no dormía por las noches, preparado para lo que pudiera pasar. Ella se enfadaba, "Déjame vivir" , gritaba cuando yo aseguraba que lo mejor era hacer una visita al hospital para asegurarnos que no se había puesto de parto ya.
A comienzos de aquel Diciembre, que llegó más frío que nunca, yo viajaba a Barcelona a presentar mi nuevo disco y ella se quedaba en Madrid, sola y muy muy a mi pesar.
-Puedo aplazar la firma para otro día -sugerí aquella mañana mientras me ayudaba a hacer la maleta- de verdad cariño, prefiero que...
-Vas a ir -me interrumpió- no puedes aplazar las firmas de discos así cómo así, además que mi madre se quedará conmigo, no te preocupes.
Sonrió tranquila mientras me elegía la camisa de ese día. Una azul claro, combinada con una chaqueta negra. Yo seguía dándole vueltas al hecho de que se quedaría sola en casa todo el fin de semana, aunque viniese su madre, yo no estaba. ¿Y si el bebé nacía y yo estaba a 600 kilómetros de allí? ¿O y si le pasaba algo sin que yo pudiese hacer nada?
-¿Qué te parece si me vuelvo un poco antes de tiempo? -volví a insistir. Ella estaba más tranquila, guardando mi colonia y mis cremas en el neceser de viaje, ajena a todo el agobio que yo llevaba por dentro.- la entrevista del domingo sí que la puedo cambiar, es hacer un par de llamadas y ya está -comenté- sí, de hecho, voy a llamar ahora mismo.-asentí convencido.
-Hugo....-replicó- deja el móvil ahí.
-Pero cariño...-me quejé- es mejor que esté en casa.
-Amor ven aquí -ordenó con un gesto. Tiró de mi chaqueta y me anudó pacientemente la corbata.- vas a ir a Barcelona, hacer todo lo que tengas qué hacer, disfrutarlo mucho y llamarme de vez en cuando -abrochó el último botón y me miró- ¿Lo has entendido?
Selló su discurso con un beso. Hice una mueca de desaprobación pera estaba tan guapa aquella mañana que fue imposible llevarle la contraria. Ante una mujer así, sólo se podía sonreír y darle todo lo que pidiese. Nos despedimos con una mezcla de calma absoluta por su parte, y el nerviosismo más exagerado por la mía.
-Llamáme si pasa algo ¿Vale? -rogué- y si no llamas a Antonio ¿Tienes su número?
Antes de que le diese tiempo a contestar, hice el amago de volver a entrar en casa para apúntarselo en un papel, pero me detuvo poniendome las manos en el pecho.
-Sí Hugo, lo tengo, vete ya por favor -me besó y me dio un leve empujón.
Asentí y sonreí, pero a los tres pasos volví a girarme de nuevo.
-¿Seguro que estarás bien?
-Estaremos bien -sonríe como nunca, acariciando su barriga.
Corro hacia ella y me acerco a su vientre, sin que le de tiempo a volver a quejarse.
-Cuida de mamá ¿Vale? -pasé mis dedos por encima del jersey rojo que llevaba aquella mañana y suspiré- es un poco cabezota, pero ya te acostumbrarás...
-¡Que te vayas! -volvió a gritar, entre risas y con los ojos brillantes.
La besé en apenas dos segundos y se me escapó un te quiero entre medias. Bueno, uno o varios. Porque con ella siempre había tenido esa sensación, de que a pesar de la tremenda complejidad que puede llegar a esconder un te quiero, mejor decirlo mucho, que quedarse corto.

Aquel día, se sucedió entre firmas y firmas, besos y besos, sonrisas y sonrisas y en olvidarme un poco de todo. El cariño de la gente era brutal. La cola era infinita, yo me limitaba a sentarme en la mesa, firmar el disco y sonreír. Adoraba esos momentos más que ningunos en el mundo, es un contacto mucho más directo con las personas que te apoyan y en cierto modo, puedes agradecerle todo mucho mejor.
Todo iba tan bien, que terminé por olvidarme de todo el problema que había dejado en Madrid. Lo difícil venía cuando eran niños pequeños los que se acercaban en busca de una foto o un abrazo. Y entonces era ahí, cuando, después de que se me cayese mil veces la baba, tenía que tragar saliva y desear volver a casa cuanto antes.
El domingo, terminaba con la última entrevista en la ciudad condal. En una emisora de radio muy conocida. Hablaríamos durante cuarenta minutos y después podría coger un avión y volverme a mi casa.
-Sonríe y no pongas cara de amargado -insistió Antonio antes de que entrase a la pequeña cabina de cristal dónde se grabaría todo.
-¿Cuando tengo yo cara de amargado ? -pregunté de malas formas mientras de reojo me miraba al espejo para comprobarlo.
-Desde que vas a ser padre primerizo y te agobias por todo -contestó dando palmaditas en mi espalda- cómo la niña salga a ti, lo tenemos jodido.
-Lo que hay que aguantar -gruñí, peinándome el tupé repetidas veces- ¿A ti nunca te han dicho lo pesado que puedes llegar a ser?
-Sí, demasiadas veces -reconoció tranquilo- ahora entra ahí, y sé simpático.
Prácticamente me empujó contra la puerta y tuve que poner las manos para no caerme de bruces. Le dediqué una terrible mirada antes de entrar y la aceptó irónico, con una gran sonrisa.
 Las preguntas que me hicieron aquel día, las sabía responder de memoria. Siempre era lo mismo: el título del disco, las canciones, la gira, Malú... Prácticamente utilizaba siempre las mismas palabras, hasta un punto que comenzaba a aburrirme de estar allí.
-Hugo, ¿Puedes salir un momento? -preguntó Antonio abriendo la puerta e interrumpiendo la entrevista.
No supe qué contestar, porque no sabía si los micrófonos seguían abiertos y si estábamos en directo. Tragué saliva y miré hacia los lados. Todos se quedaron pasmados ante semejante interrupción.
-Que salgas un momento joder -volvió a insistir ahora más nervioso.
Me levanté cómo un resorte y en cuanto salí por la puerta me tendió su teléfono móvil "Es Malú", susurró entre señas. Fruncí el ceño e hice lo que me indicó.
-¿Nena? -pregunté sin entender nada.
-Hugo...-la escuché mascullar al otro lado de la línea.
-¿Malú qué coño pasa? -me puse nervioso y se me aceleró el pulso de tal manera que me olvidé de dónde estaba.
-Cariño, estoy de parto -dijo entre gemidos y respiraciones entrecortadas- el bebé ya está aquí.
No recuerdo más después de eso. Solo que las piernas me fallaron y su voz seguía gritando desde lejos.


1 comentario:

  1. Me ha encantado el capitulo sube pronto porfa.....k me muero de la intriga. Felicidades.

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