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domingo, 2 de noviembre de 2014

CAPÍTULO ESPECIAL PARTE II

Tras aquello, se quedó callada. Rompió a llorar como quién se rompe de vez en cuando la sonrisa y necesita llorar porque sí. Esta vez, fue ella la que me abrazó. Se abalanzó sobre mi cuerpo y se anudó en mi nuca con la misma fuerza con la que lloraba. Le rodeé la espalda con un brazo y le acaricié el pelo.
-Shhh....-susurré en su oído- tranquila mi vida...
"Tranquila", tuve los cojones de decirle eso, cuando en esos instantes habría estado más tranquilo con una bomba entre las manos, que con su llanto formándome un nudo en el estómago.
-Lo siento Hugo....lo siento mucho...-alternó palabras entre suspiros ahogados- pero no sé arreglar esto...
Hice una media sonrisa entre pena y ternura. Cuando se sacaba la coraza de las discusiones y se mostraba dulce y real...no sé, creo que incluso me gustaba aún más.
-Lo arreglaremos....-sujeté su cara entre mis manos y le limpié las lágrimas.
-¿Me lo prometes? -musitó muy bajito.
- Escúchame -repetí tratando de calmarla- solo necesitamos descansar unos días aquí, pensar y pasar tiempo juntos. Lo solucionaremos.
Asintió y hundió la cara entre sus manos de nuevo.
Lo que acababa de decirle era verdad. Una vez leí en un libro que cada cierto tiempo es necesario, parar el mundo, para volver a ponerlo en marcha de nuevo. Parar el mundo es decidir conscientemente que vas a salir de él para mejorarlo y mejorarte. Bastaba con alimentarte de buena música, de buen cine, y de una buena conversación con la persona que más te inspire. Porque el mundo nadie puede pararlo solo, es necesario como mínimo, otra persona para que esto funcione. Y así lo había decidido, pararíamos nuestro mundo juntos, para arreglarlo, y ponerlo en marcha de nuevo.

Aquella mañana, cuando se tranquilizó, le llevé el desayuno a la cama. El sol ya entraba con fuerza por las ventanas y si algo me gustaba, era ver como le daba en la cara, y entrecerraba los ojos con una sonrisa que parecía llevar practicando toda la vida. Desayunamos tostadas. Siempre que nos íbamos de viaje, las pedíamos en todos los hoteles, con mermeladas de todos los sabores posibles. Nos encantaba.
-Gracias...-sonrió timidamente mientras le dejaba la bandeja sobre el colchón.
-¿Te apetece un paseo por la playa después de desayunar? -pregunté metiéndome en el baño, para dejarla desayunar tranquila y darme una ducha.
-Tengo un plan mejor...-sugirió entre bocado y bocado.
Y en efecto, lo tenía.
Aquella mañana le dio por irnos a correr, para generar endorfinas, me dijo. Y porque sudar, juntos, a veces se puede hacer de diferentes formas a la que nosotros estábamos acostumbrados. Ya me entendéis.
La colina del pueblo, era el mejor sitio para largarse a desconectar entre carrera y carrera. El camino, ,hasta los acantilados, y las casas de la playa parecían minúsculas al lado de cualquiera que tuviese el privilegio de formar parte de  aquellas vistas.
-¿Ya estás cansado?- preguntó cuando llevábamos ya media hora sorteando un camino de piedras.
-¿Quién? ¿Yo? No -negué entre suspiros ahogados.
-No sé cuantas veces habré escuchado esa respuesta...-rió- y no precisamente mientras salimos a correr.
Aceleró el ritmo. Y me sonrió como una idiota mientas conseguía dejarme atrás. Lo admito, si seguí corriendo, sudando y ahogándome entre medias, fue por verla haciendo a ella lo mismo, con el pelo recogido y la sonrisa en la boca.
Llegamos a la cima tiempo después. Ella con su energía increíble y yo...bueno, yo me conformaba con el ver sus curvas con la playa de fondo.
-Ha sido increíble...-cogió mucho aire y se soltó la melena en apenas segundos.
-Esto sí que es increíble....-levanté la vista y giré sus hombros para que ella hiciese lo mismo.
No hubiese encontrado un sitio mejor en el mundo, que aquel. Os lo prometo. Era una postal de verano, delante de nosotros. El mar, la playa, las casas, los árboles rodeándolo todo. 
-Nena...-suspiré sonriente rodenado su cintura- gracias por hacerme buscarte en este sitio.
Sonrió y me apretó el cuerpo contra el suyo. Reímos a la vez.
-Gracias a ti por buscarme...-hizo una media sonrisa y entrecerró un poco los ojos, mirando hacia el mar.
-¿Qué haces?- pregunté mientras la observaba.
-Una fotografía, con los ojos...-se rió tímidamente como si sólo ella misma se comprendiera- ya verás, prueba...
Lo hice. Imité sus movimientos y funcionaba. Sonrió triunfante porque había entendido su absurda manía. Una cosa más para la lista de cosas que me gustan de ella. Ya he perdido la cuenta.

El camino de vuelta no lo recuerdo del todo. Pero tampoco importa. No sé qué hicimos o por dónde fuimos. Yo sólo hablaba de cualquier tontería y ella sonreía como quién lleva haciéndolo toda la vida. Llevaba las maneras del verano implantadas en la forma de caminar, y yo no recuerdo nada igual desde entonces. Os lo juro.

Aquel día cociné yo. Hacía muchísimo tiempo que no cocinaba para los dos, y sabía lo mucho que le gustaba que lo hiciese. Se sentó a la mesa, paciente, y entrelazó las manos.
-¿Voy a tener que esperar mucho tiempo más? -alzó la voz hacia la cocina,
-Ya voy....-contesté cogiendo con ambas manos la bandeja y colocándola sobre la mesa de la terraza segundos después.
-¿Pasta? -alzó las cejas con una mueca de desaprobación- ¿Pero cómo puedes ser tan típico de cocinarme pasta?
-Estamos en Italia, ¿Qué pretendías? -sonreí tratando de arreglarlo.
Sacudió la cabeza y se le escapó la sonrisa. Se sirvió. Nos servimos. Le gustó la comida. Hablamos, hablamos mucho y de todo, entre el vino, el café de después y el helado de postre. De chocolate, cómo no. Se manchó los labios, y la nariz y casi casi los mofletes. Estallé en carcajadas.
-En vez de reírte, podías limpiarme, ¿No crees?
Me quedé callado, la miré y moví mi silla hasta colocarla junto a la suya. Se quedó embobada sin comprender nada. Cogí una servilleta y le limpié con muchísimo cuidado el helado esparcido por su cara.
-Ahora tenemos un problema....-susurré sin dejar de mirarla.
-¿Cuál? -musitó.
-Estoy demasiado cerca, como para no querer besarte.
Levantó un poco las cejas y juraría que incluso se puso un poco roja. Supongo que se debatía entre seguir haciéndose la dura un par de días más, o besarme. Agachó un poco la cabeza y suspiró.
Se acercó a un par de palmos de mi boca y colocó sus dedos en mi nuca. Juro que no pude moverme. Sólo moví los labios cuando los colocó sobre los míos. Nos besamos y duró segundos. Después, sonrió y me acarició las comisuras de la boca.
-Ha sido demasiado fácil -apunté sonriente- ¿Tiene truco?
-No -negó con muchísima seguridad- pero hazme un favor, desde ahora, hasta el resto de nuestra vida...-hizo una pausa.- no vuelvas a preguntarme si puedes besarme, estropea la magia.
Me guiñó un ojo y se levantó de la mesa, actuando cómo si todo lo supiese. Tuve que reírme y seguirla. Como siempre."¿Vemos una peli? "preguntó entrando en casa. Y admito que lo sentí, nuestros mundos comenzaban a moverse.

Esa tarde vimos Titanic. La habíamos visto un millón de veces, juntos. Era nuestra película favorita. Y todas las veces terminaban igual, con ella llorando a mares.
-Ni que fuese la primera vez que la ves...-reí secándole las lágrimas.
-Siempre es igual de triste -gimió- ¿Por qué tiene que acabar así?
-Cariño, la película es así...no le des más vueltas.
Recolocó la cabeza sobre mi hombro y cerró un poco los ojos. Le acaricié el pelo.
-No, si en el fondo me gusta verla...-reconoció- me hace darme cuenta de lo realmente importante..
Sonreí y besé su frente.
-¿Sabes una cosa? -añadió secándose la cara con la palma de las manos.- a veces no soy consciente de la suerte que tenemos tú y yo. Quiero decir, trabajamos en lo que nos gusta, tenemos una familia maravillosa y a pesar de discutir y tener mil problemas, nos queremos.
-Estoy muy de acuerdo -admití sonriente.
- Eso es lo realmente importante....-siguió hablando como si no me hubiese escuchado- nos queremos...

Sé que aquel día tuvo razón. Porque era verdad, si algo había de importante en arreglar las cosas era que nos queríamos. Y es que yo nunca he creído en nada que no se arregle con amor.

Los días de aquella semana pasaron y yo sentía que las cosas volvían poco a poco a su lugar. Hablábamos de todo, escuchábamos música, nos bañábamos en el mar, y no recuerdo una sola discusión en todo ese tiempo. Pero, manteníamos una cierta distancia entre ambos: yo porque no quería correr demasiado, y ella porque era demasiado prudente para estas cosas.
Una de las últimas noches, caminábamos por la playa. La gente del pueblo apenas seguía despierta, sólo algún bar cercano al paseo. Nos rodeábamos mutuamente la cintura.
-Oye, ¿Crees que Lucía terminará dedicándose a esto, a lo nuestro? -frunció el ceño- yo le veo maneras ya eh...
-¿Te gustaría? -pregunté dándole un leve empujón.
-Hugo yo quiero que haga lo que ella quiera hacer... -dijo mirándome sin creerse mucho lo que decía y terminó por reír- si empieza en la música, que sea dentro de unos añitos por favor, no quiero los mismos quebraderos de cabeza que tuvo que sufrir mi madre.
-Lucas apunta a futbolista, te lo digo yo -comenté hundiendo los pies en la arena- o a modelo. Y sabes, se parece mucho a su padre.
Alcé las cejas y me mordí los labios tratando de mostrar la sonrisa más irresistible del mundo.
Y funcionó a medias. Se quedó quieta y me miró cómo si estuviésemos en un duelo constante entre comernos o no comernos la boca.
-¿Ah si? -susurró dando un paso hacia mí- pues sí que va a salir guapo el niño...-alzó la mano y me acarició el pelo,- ya sabes, con este pelo, esta boca, estos ojos...-fue pasando los dedos por todos los rasgos de mi rostro y sonriendo cómo si las ganas le moviesen más que cualquier cosa.- este cuerpo...-metió las manos debajo de mi jersey y se rió de forma absurda.
Sabía que lo siguiente sería un beso así que echó a correr entre risas. La atrapé segundos después justo antes de que llegase al fin de la playa.
Se mordió los labios y tuve que mordérselos yo. Caímos en la arena, y pareció darle igual que hiciese frío o cualquier otro dato secundario. Nos besamos con tanta fuerza que casi me dolía la boca. No nos aguantábamos más. Rocé el fin de su vestido verde, más allá de las rodillas. Le acaricié las piernas y me devoró el cuello dejando marcas que supe que tardarían en irse.
-Para, para , para...-tuve que susurrar- vamos a casa mejor.
-Hugo....-volvió a besarme, estaba fuera de sí.
-Hace frío cariño...-esquivé su próximo beso y le agarré fuerte de las manos.
Asintió y se levantó del suelo, con rumbo fijo hacia casa. Nos llovió en el trayecto. Aunque parezca subrreal e idílico, nos llovió mientras subíamos corriendo de la mano las estrechas calles ya oscuras, por las horas que eran. Reía y sonreía a casa paso, y con ella, realmente no se cual de las dos es mejor.
Se apoyó en la puerta de la entrada y tiró con fuerza de mi cuerpo hacia el suyo. Estábamos calados del frío y empapados hasta los huesos. Los labios nos resbalaban. Introduje la llave en la cerradura a duras penas y saltó sobre mí anudando sus piernas a mi cintura, caminamos a trompicones al interior de la casa. No puede aguantarlo más, la subí sobre la mesa del comedor y le arranqué el vestido. Me sonrió y tiró de mi nuca con más ganas que otra cosa.. Las gotas de agua le recorrían el cuerpo y era todavía más bonito de lo que lo recordaba. Di un paso hacia atrás y me desabroché el cinturón, ella misma me quitó la camiseta. Me rozó el abdomen con las manos congeladas y juro que no he sentido sensación igual desde entonces. Una mezcla de nervios, calentón, amor y esa cosa abstracta que suponía el que me rozase la piel. Eso nunca logré describirlo. Le arranqué el sujetador y le aparté la larga melena  mojada que le cubría los pechos. Serpdió los labios y gimió cuando mi boca se hundió en ellos. Reímos. Fue tentador hacerlo sobre la mesa, muy muy tentador. Solo la imagen, me volvía loco. Pero más allá del sexo, aquello era una vuelta a lo que fuimos, al amor y una pieza más que pondría nuestros mundos en marcha de nuevo, así que necesité que fuese bonito. 
-Ven...
La cogí en brazos, medio desnuda y la tumbé junto a la chimenea, que llevaba encendida desde hacía horas. Protestó bastante pero tenía suficientes formas de callarla en esos momentos y de comerle las protestas a bocados.
Nos desnudamos. Y entre tanta rápidez  y ganas desenfrenadas, suspiró y se quedó quieta. Me acarició el pelo. Y me temblaron hasta los rodillas, os lo prometo. Luego supe que era uno de esos momentos en los que recuerdas lo que amas a la otra persona justo antes de hacer el amor. Nosotros teníamos muchos de esos momentos. Nos quedábamos quietos y lo pensábamos durante un milisegundo.
-Eres preciosa
Se me escaparon esas dos palabras, supongo que porque las pensaba demasiado y necesitaba soltarlas. Me sonrió.
-Calláte y hazme el amor.
Acto seguido me mordió los labios y la hice mía. Soltó un gemido ahogado y tiró de mi cuerpo todavía más hacia ella. La rocé hasta el infinito, se aferró a mi espalda y se movió como nunca.
 No fue un polvo rápido de reconciliación, ni un "aquí te pillo aquí te mato". Fue hacer el amor, sin más. Nos deslizamos lentamente y en el segundo asalto ya era ella la que estaba sobre mí. Yo la observaba desde abajo proclámandose diosa, y gritar y vaciarse por amor y por sexo y por todo lo bonito de los orgasmos.
Se tumbó a mi lado, sudando y agotada minutos después.
-Ha sido increíble...-suspiró con risa de por medio. 
Estiré el brazo y le acaricié el abdomen.
-¿Cuando has aprendido a hacer eso? -susurré en su cuello.
-¿Lo qúe? El....-gesticuló cual niña pequeña.
-Si, eso, ha sido...-suspiré.
-Ya sabes, mucha practica...-me guiña un ojo y me besa. Y cuando pienso que vamos a volver a la carga y mis manos se cuelan en su entrepierna con hambre feroz, me vuelve a empujar contra la manta.
-¿Crees que lo hemos arreglado ya? -preguntó mojándose los labios.- quiero decir, que ya podemos volver a casa y seguir con nuestra vida...
-Estamos en ello...-sonreí- pero todo irá de maravilla a partir de ahora...-la besé de nuevo.
-Te quiero mucho Hugo...-río mientras me colocaba sobre ella y le mordía el cuello.- Tú a mí también, ¿Verdad? -entornó la mirada.
Fruncí el ceño, la miré a los ojos.
-Eres el amor de mi vida...-dije con claridad- todo lo que tengo, todo lo que soy, es tuyo. Para siempre.
Tragó saliva y pegó nuestros cuerpos con muchísima fuerza. Creo que quiso emocionarse pero lo que escondió entre besos, y roces. Susurró un par de "te quiero" más en lo que restó de noche, y cada uno sonaba más bonito que el anterior. Volvimos a la carga. Una vez leí que nunca llegamos a tocar relamente a alguien, que son los electrones chocando entre sí lo que sentimos cuando nos rozan la piel. Que no existen los besos, ni las caricias, ni los paseos de dos dedos por la espalda. Pero aquella noche, yo, habría jurado, que le rozaba la piel. Más allá de cualquier principio fisíco, sin electrones de por medio, yo, hubiese jurado que la tocaba. Y eso, eso ya era amor.

Dos días después, terminamos nuestro viaje en Roma, nos cogimos un avión y volamos hacia nuestra ciudad. Fue un retorno al principio, a donde empezamos y donde siempre nos habíamos encontrado. Sentí un clic al llegar allí, otro más, nuestros mundos se pusieron en marcha de nuevo.
Aquel día, en frente de la Fontana de Trevi, estaba tontamente guapa. Llevaba el pelo recogido y una sonrisa de esas que te recuerdan que el mundo puede ser maravilloso.
-¿Crees que volveremos? -me preguntó a medio beso mientras me agarraba la mano.- siempre que tiramos una moneda, volvemos a estar aquí en circunstancias distintas, pero volvemos a estar aquí.
Sonreí, tenía razón.
-Volveremos -asentí- quizás con unos cuantos años y algún hijo más, pero volveremos.
Se ríe y vuelve a abrazarme.
Después de aquel día, fuimos felices. Vaya si lo fuimos. No tuvimos más hijos pero tampoco nos hizo falta. Lucía triunfó en la música y Lucas se licenció en arquitectura años después y alternó su trabajo con otro para una agencia de modelos. Las gemelas...bueno, la de las gemelas es otra historia bien larga, parecida a la nuestra.
Nosotros nos quisimos. La quise hasta el día en el que se fue, e incluso después. Jamás dejé de hacerlo. Y años después, seguimos viajando a Roma de vez en cuando. Y llegó un día que lo comprendí, ella nunca fue lo más bonito que me había pasado en la vida, porque ella siempre, siempre , era presente.


lunes, 20 de octubre de 2014

CAPÍTULO ESPECIAL PARTE PRIMERA.

Hoy es domingo. Nunca me han gustado mucho estos días. Y con nunca, me refiero a antes de conocerla a ella. Por que hoy es domingo, y tengo la seguridad de que lo primero que haré al levantarme de la cama, será dar un paseo por la playa con ella agarrada a mi cintura. Y sé que lo siguiente, será un baño en el mar, hasta que nuestros nietos lleguen para la hora de comer. Y lo último del día será ver su cara pegada a la mía antes de cerrar los ojos. O quizás, si tenemos un día bueno, lo último será escuchar un  disco juntos, elegido al azar, tumbados en la terraza con el mar de frente y el amor en el aire. Que es como mejor se vive.

-Hugo....-me dijo aquella mañana, mientras hundía los zapatos en la arena. Se ríe y me sujeta el brazo con fuerza. Se aparta el pelo, que lleva bastante corto, desde hace algunos años, y me mira.- quiero que nos vayamos de viaje.
-¿Otra vez? -sonrío. Desde que los dos nos habíamos relajado un poco en nuestras respectivas carreras, porque los años ya pesaban, viajábamos siempre que podíamos. Buenos Aires, Hawai, Nueva York, eran los últimos sitios que habíamos visitado.
-Sí cariño, otra vez... tengo ganas, ¿Sabes? -coge mucho aire y lo suelta lentamente por el frío que hace- llevamos demasiado tiempo aquí. O nos vamos de viaje o empezaré una gira nueva mañana mismo.
Soltamos una carcajada a la vez. Y se pega un poco más a mi cuerpo, me abrocha el abrigo hasta arriba de todo.
-¿A dónde nos vamos, nena? -pregunto cómo queriéndole decir sí a todo lo que me pida- tú eliges.
Sonríe y se muerde los labios con muchísima suavidad.
-Roma. -concluye.
Reconozco que mi corazón parece irse de fiesta cada vez que escucho el nombre de esa ciudad, dicho por ella. Porque, dicen que las ciudades guardan un poco de ti cuando las visitas y de nosotros, debía de guardar una vida, porque los momentos que vivimos allí, no los vive todo el mundo.
-¿A Roma? ¿Cuanto hace que no vamos por allí? ¿15 años? -me freno en seco.
-Desde la última vez...-sonríe tímidamente.-cuando tuviste que venir a salvarme, ¿Te acuerdas?
Lo recuerdo. Pero vosotros quizás no. Porque es cierto que la he ido a buscar a alguna que otra vez a la otra punta del mundo, pero ninguna como aquella. Estábamos casados, Lucía y Lucas estaban a punto de entrar al instituto y las gemelas, apenas tenían cinco años. Tuvimos una crisis. Por todo, porque ella quería seguir trabajando. Y yo también. Y teníamos cuatro hijos. Discutíamos todos los días y el mundo se nos caía encima demasiadas veces cómo para no sufrirlo.Estuvimos a horas de divorciarnos. Me dio un ultimatum, dejó a los niños con su madre y se marchó a un pueblecito de la costa de Italia, durante una semana. Dijo que necesitaba pensar y aclararse. Pero nadie más que yo sabe, que ella es de esas personas que les gusta perderse, solo por saber quién le buscaría. Y bueno....me tocó a mí hacerlo.

Positano, Italia. Quince años atrás.

No me costó demasiado ir tras ella aquella vez. Quiero decir, habría dado la vuelta al mundo solo para sorprenderla con una abrazo por la espalda. Aquello era pan comido.
Se había marchado dos días antes. Cogí el primer avión en cuanto llegué a casa después de aquel concierto y vi su nota en la mesa de la cocina. El viaje hasta Positano se me hizo eterno. Porque realmente lo era, y porque mis ganas de saber qué coño se le había pasado por la cabeza para irse, eran demasiadas. Alquilé un coche en el aeropuerto y conduje hasta la costa durante más de tres horas. Llegué de noche. Cuando las luces de las casas eran lo único que iluminaba la playa que rodeaba todo el pueblo. Habría sido un sitio de ensueño para una escapada romántica de esas que te hacen la vida un poco más larga. Las casas, parecían colgadas en acantilados. Ahora comprendía por qué había elegido este lugar para perderse. Era magia. Y todos sabemos, que cuando necesitas perderte, es mejor hacerlo en un lugar así. Tan mágico como ella.



Recorrí las estrechas calles en coche, hasta que tuve que seguir a pie, porque las callejuelas lo exigían. Me entretuve bastante hablando con una mujer en italiano, que supiese de su paradero. Sabía que no sería muy díficil encontrarla, ¿Cuántas personas vivirían ahí? ¿Cientos quizás? Ella no era una chica que pasase desapercibida. Hablé con bastante gente aquel día. Y la última, una mujer de unos cincuenta años, me señaló hacia la playa. Sonrió y soltó un par de palabras que nunca llegué a comprender. Pero supe que serían importantes.
La playa estaba rodeada de un paseo de piedras oscuras y claras. Había luz, porque el pueblo aún vivía de noche. Me saqué los zapatos y caminé por la arena. No me hicieron falta demasiados pasos para verla correr saliendo del mar. En bikini, y en plena primavera. Y con la melena hacia atrás, mojada y deslizándose por sus hombros. Llevaba estupendamente los 40, porque os juro, que seguía aparentando 15.
Me vio. Y no sé si es que no esperaba verme allí, o en realidad deseaba hacerlo. Y suspiraba aliviada. Caminó hasta unos metros después de la orilla y recogió su toalla del suelo. Se envolvió en ella, después clavó sus ojos en mí.
-¿Qué haces aquí? -preguntó.
Y yo me reí. Tuve que hacerlo.
-Cómo si no lo supieses ya -me encogí de hombros.
Bajó la mirada, porque sabía que aquella pregunta era tan evidente cómo poco necesaria.
-Vamos....-contestó saliendo de allí, con la indiferencia puesta y la rebeldía a trompicones.
Me llevó hasta su casa. O lo que sería su casa durante aquella semana. Estaba en uno de los acantilados más altos de la isla, pero fuimos andando, y en silencio, Porque los dos sabíamos que no sería momento de decirnos nada. Las paredes de la fachada eran blancas y del otro lado, un enorme porche colgaba sobre el mar. El interior, era muy como ella. Acogedor y bastante moderno. Los suelos de madera daban un aspecto tradicional que contrastaba perfectamente con el ambiente de la isla. Subió las pequeñas escaleras hasta lo que pareció ser su habitación y bajó segundos después con una especie de vestido-pijama que apenas le llegaba a las rodillas. Se lo hubiese arrancado en ese instante, si las circunstancias fuesen otras. La habría tumbado en el sofá o en la mesa del salón directamente y habríamos acabado como otras tantas veces. Entorné los ojos y cogí aire.
Se apoyó en la valla del porche, miró hacia el mar y se encendió un cigarro.
-Pensé que ya no fumabas...-de hecho, lo dejó un año antes de que naciesen las gemelas, jamás había vuelto a probar el tabaco.
-Pensaba que ya no seguirías diciéndome lo que tengo que hacer -me interrumpió- ¿Qué tal están los niños?
-Bien...-suspiré apoyándome en el marco de la puerta que daba a la terraza- siguen con tu madre, ni si quiera se han enterado de que me he ido.
Se quedó callada y yo empezaba a impacientarme por arreglar las cosas.
-Cariño, he venido, estoy aquí -abrí ligeramente los brazos- ¿Podemos hablar de una vez, por favor?
Se giró y se mordió los labios.
-Ah ¿Para eso has venido? -ladeó la cabeza.
-¿Tú qué crees? ¿Para qué iba a venir aquí si no es por ti?
-Quizás para descansar...-sugirió irónicamente- ya sabes, como estás siempre tan cansado por todo.
-No empecemos por favor....-resoplé.
-No podemos seguir así Hugo...-se cruzó de brazos y levantó suavemente una pierna, para enredarla en la otra.- voy a acabar por volverme loca.
-Lo sé, pero no sé cuál es el problema... Yo hago todo lo posible para que esto salga bien.
-¿Cómo? -pareció cambiarle la cara- ¿Que no sabes cuál es el problema? -bajó la mirada tratando de contenerse- yo te diré cuál es el puto problema -alzó la voz- el problema es que llegas a casa de malhumor todas las noches y la que tiene que pagarlo soy yo. El problema, es que, utilizas a los niños para quitarme la razón, siempre que al señorito le conviene.
Quise hablar, pero el intento habría sido en vano.
-El problema es que no me miras como antes -empezó a estallar de rabia y juro que el miedo me invadió el cuerpo- y ya no eres cariñoso, porque siempre estás cansado. ¿Y yo? ¿Yo no estoy cansada? Y una mierda Hugo. ¡Problemas tenemos miles, así que no me digas que no sabes cuál es el puñetero problema !
Se limpió las lágrimas tratando de aparentar la seguridad que nunca tenía en momentos como este.
-Cielo...
-No me llames así -advirtió- ni te atrevas.
Nos quedamos callados. Y no supe qué decir. Porque todo se me habría quedado en nada con ella en frente.
-Sabes que desde que murió tu padre, todo ha cambiado un poco y...-traté de explicarme.
-No utilices eso como excusa -negó rápidamente.
Resoplé y me acerqué a ella tratando de sujetar sus muñecas. Se revolvió pero terminó por ceder.
-He venido para solucionar las cosas -levanté su barbilla para obligarla a mirarme- así que, por favor, déjame hacerlo.
Me sostuvo la mirada. Y a mí me pareció que a un tornado le había dado por pasar por allí en ese instante. Porque no pudo mirarme con más rabia junta.
-Creo que ha sido un error que vinieses....-murmuró deshaciéndose de mis manos y caminando hacia el interior de la casa- márchate, quiero estar sola lo que queda de semana.
Se metió en la cama minutos después. Aunque supe que no dormiría. Dejé pasar las horas y de madrugada, entré en su habitación y la vi sentada, en posición de indio sobre el colchón.
Tenía los ojos más rojos que hubiese visto jamás. No dije nada, tampoco me apetecía. Me senté a su lado y le acaricié el pelo. Se dejó hacerlo, porque a pesar de toda la rabia, de todos los problemas que acarreábamos, estábamos hechos para estar el uno junto al otro, siempre. Rodeé sus hombros y rompió a llorar tan fuerte, que reconozco que me asusté. Supongo que lo hizo por impotencia o por no saber arreglar las cosas. La obligué a tumbarse en la cama y no le solté la mano en ningún instante. Me miró, entre llantos, ladeó la cabeza y me miró. Y yo, en uno de esos actos reflejos que tanto me provocaba, me acerqué a su boca lentamente. Suspiré junto a sus labios antes de rozarlos. Se quedó tan quieta que pensé que no se apartaría, pero lo hizo.
-Hugo...-susurró alejándose de mi lado.
La retuve, con fuerza no intencionada. Volví a estrecharla entre mis brazos y al segundo intento disparé en el cuello. Se dejó. Metí la mano en su entrepierna y soltó un suspiro demasiado suyo. Le acaricié los muslos, con dos dedos, como si fuese un anticipo de algo más. Noté como se le aceleraba el corazón.Recorrí su abdomen y su pecho con la otra mano. Pero me duró segundos porque me apartó a regañadientes.
-Te he dicho que no -alzó la voz.
-Cariño...-volví a la carga con una caricia en el borde de su vientre.
-Por favor...-rogó.
Y tuve que frenar. Cruzamos las miradas poco antes de que se separase un par de palmos de mi cuerpo, hasta el otro extremo del colchón. Me miró con una pizca de miedo.
No me malinterpréteis, no se trataba de sexo. No se trataba de placer o de echar un polvo de reconciliación. Se trataba de un amor unilateral, de verla dormir en mis brazos toda la noche y sus labios antes y después de los orgasmos. Y lo intenté, lo reconozco. Intenté que cayese, que se desnudase, me desnudase y me dijese que me quería justo después del primer asalto. Supongo que pensé que aquello lo solucionaría todo, que volveríamos a casa al día siguiente y seguiríamos con nuestra maravillosa vida al lado de nuestros hijos. Pero fueron demasiadas ilusiones para aquel momento.
Lo único que hice fue mirarla.
-Deberíamos dormir...-sugirió minutos después, sin dedicarme demasiadas miradas, pero sabiendo que no me iría tan fácilmente.
-¿Quieres que me vaya a dormir al sofá? -pregunté levántandome despacio.
Titubeó unos segundos, tratando que no se le notase, que estaba dudando. Después se sacudió el pelo y comenzó a meterse en cama.
-No, puedes quedarte aquí si quieres...-dijo sorbiéndose los mocos del llanto anterior.
Sonreí, sin demasiados motivos, y apoyé la cabeza al otro lado de la cama. No dormí esa noche. La vi dormir a ella. Sus aspavientos en medio de cada pesadilla y cómo arrugaba la nariz entre suspiro y suspiro. ¿Sabéis? Supe en ese momento que quererla es una de las cosas que me nacen a día de hoy de forma más natural. Tengo sueño o hambre, respiro, y la quiero.

La mañana siguiente, la encontré sentada al borde de la cama , con un cojín apresado contra el pecho. Me desperté sobresaltado y me miró cómo si nunca hubiese visto a nadie más. Me froté los ojos y la cara, tratando de volver en sí.
-¿Crees que debemos dejarlo? -musitó cómo si nada.
-¿Qué? No, por supuesto que no -negué rápidamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir-Malú  yo te quiero.
-¿Crees que yo no? -se rió levemente- Hugo, te quiero, joder si te quiero -exclamó cómo si estuviese explicando algo evidente- no es que te quiera, es que te amo. Eres la persona que más quiero en el mundo. La que más.-tragué saliva y algo dentro de mí le dio por sonreír.
-¿Pero?
-Pero ya no puedo estar contigo.
Hice una media sonrisa. No lo comprendía. Y es que, cuando llegue el día en el que alguien nos ponga el "pero" antes de un "te quiero", y no después, no vamos a saber como reaccionar.




martes, 19 de agosto de 2014

AGRADECIMIENTOS.

Nunca me han gustado los finales. Pero hay una verdad universal que todos debemos afrontar, aunque queramos o no, todo termina. Los finales son inevitables. Y a veces nos pasa eso de que leemos una historia y la vivimos. La vivimos, la sentimos, y todos esos adjetivos que se puedan llegar a poner a la hora de ser partícipe de algo. Y cuando termina, sentimos que todavía sigue un poco con nosotros. Porque cuando disfrutas con algo, ese algo se queda ahí, un buen rato.
Yo he disfrutado lo inimaginable con Hugo y Malú. Y espero que vosotros también. Espero que la hayáis vivido un poquito, lo suficiente cómo para disfrutarla.

A lo largo de estos siete meses, he sentido la necesidad de agradeceros todo el apoyo y el cariño que me habéis dado, ya sea a través de Twitter o de mensajes anónimos, y no tan anónimos en el ask. Y esta "novela" también es vuestra. Porque yo creo que, detrás de cada página o capítulo, de una manera o de otra, hay un mundo de personas que nos llevan a escribir lo que escribimos. Es más, en cierto sentido, cada mínimo comentario sobre la historia, cada aportación, al final, se ve reflejada en los 75 capítulos que llevamos. Así que, en primer lugar quisiera dar las gracias a todos los que incluso sin saberlo, han contribuido a darme algo bueno para esta historia.

Creo que, la palabra gracias es obligada en estos momentos. Porque no tengo palabras para agradecer todo lo que me habéis hecho sentir todo este tiempo (parezco Malú jajajajaja). Gracias por el inmenso y continuo cariño que me habéis dado desde el minuto uno. Eso, sin duda, ha sido lo mejor de todo esto. Gracias por vuestra amabilidad y simpatía en todo momento, y por el tremendo interés que habéis mostrado capítulo a capítulo. Ayudándome a mejorar día tras día.
Lo creáis o no. Estos siete meses, al lado de Hugo y de Malú, y de vosotros, han marcado una etapa en mi vida, en la que he aprendido de todo. Y un antes y un después, en un montón de cosas. Así que, gracias por haberos convertido durante este tiempo en una parte indispensable de mi día a día.

Me gustaría también agradecer a ciertas personas, que son parte muy muy importante de todo esto:

En primer lugar, a Alba, porque con ella empezó todo y de ella salió el primer comentario y el primer apoyo a todo esto. Y así sigue siendo.
A mi maxifamily (ellas saben quienes son) por el entretenimiento que le disteis a mi ask, en su día, y que ahora me seguís dando por whatsapp. En especial a Natalia y Ali, que me aguantan día si día también, con lo relativo a la novela y a mi vida en general. Os quiero.
A los que, me buscáis ya sea, por MD o por mención y coméntais el capítulo, me felicitáis y me llenáis de palabras bonitas que muchas veces no sé ni cómo responder.
A todos los del ask, que me hacéis pasar una noches divertídísimas y entretenidas, entre debates y preguntas varias.

Gracias, de verdad. Gracias, gracias y gracias, por haberme dejado compartir todo esto con vosotros. Por apoyarlo. Disfrutar de ello. Y por confiar en mí y en la historia. Espero que nos sigamos viendo en nuevos proyectos y que los viváis igual que todos juntos hemos vivido esto.
                                           
Hasta pronto.
                                                                                                                            Paula.

EPÍLOGO


                                                           EPÍLOGO.

24 de Diciembre, cinco años más tarde. Madrid.

"Vive cada día cómo si fuese el último" era todo lo que siempre había escuchado. El consejo convencional para ser feliz. Pero a ver quién tenía fuerzas para eso. ¿Y si un día llovía, o te dolía la garganta? O incluso, ¿Y si un día, justo ese día, todo saliese mal ? . No era un consejo nada práctico.
¿Sabéis? Durante todo este tiempo, he descubierto, que no se trata de eso. Ni mucho menos. Se trata de rodearte de lo que te hace feliz. De personas a las que quieras. Y con suerte, que te quieran. Así, cuando un día lloviese, o el mundo se cayese, estarían ahí para secarte. O mojarse contigo, que siempre es mejor. Que te abracen por las noches, te hagan más largos los veranos y que te quieran. Sí. Que te quieran. Eso podría con todo.

-Papi, una cosa -tiró de mi camiseta, con una expresión de dulzura inagotable- ¿Crees que podremos dejarle unas cuantas galletas a Papá Noel ?
La miré de reojo mientras terminaba de abrocharme la camisa aquella Nochebuena. Sonreí incluso antes de que su propia sonrisa me obligase. Me agaché, para ponerme a su altura y le subí la cremallera de su abrigo.
-Claro cielo -susurré sin que nadie nos escuchase- le dejaremos galletas y zanahorias para los renos ¿Qué te parece? -pellizqué su mejilla.
Sus ojos oscuros parecieron llenarse de ilusión al instante. Se ríe.
-¿Y mamá nos dejará? -pregunta muy bajito acercándose a mi oído.
Sonrío y miro hacia los lados antes de contestarle. La emoción no abandona su mirada ni un instante, de hecho, ensancha la sonrisa un poco más y se le forma el olluelo en la mejilla izquierda.
-A mamá le diremos que...-comienzo a explicar cuando alguien me interrumpe.
-¿A mí me diréis el qué? -alza un poco la voz mientras entra en la habitación rebuscando algo
Lleva la melena ondulada y oscura. Un vestido azul, apretado, que le sienta de maravilla y unos tacones negros que le hacen la figura todavía más espectacular. Nos sonríe mientras revuelve en su joyero, los labios ligeramente rosas, son más apetecibles que hace cinco minutos.
-Cariño, has visto mis pendientes plateados -frunce el ceño olvidándose de su interrupción- ¿Sabes? Los que me compraste en Nueva York el año pasado.
-No nena, no los he visto -digo levantándome y cogiendo la mano de Lucía- a propósito, ¿Tenemos zanahorias?
-¿Qué? -se gira hacia mí frunciendo el ceño, pero dura solo un segundo- llegamos tarde a casa de mi madre,la cena estará en la mesa y se enfadará por no empezar a cenar todos juntos -se ajusta los pendientes en la oreja- Lucía cielo, ¿Quién te ha hecho esas trenzas?
Ella me señala con el dedo y cruza una mirada con su madre.
-Se las he hecho yo, ¿Qué pasa? -me encojo de hombros y miro a la pequeña.
Malú se ríe y se acerca a nosotros con la prisa instalada en cada gesto.
-Pasa que no se te dan bien estas cosas...-sonríe y se las deshace, peinándole el pelo con los dedos- vete a sacar a Lucas de la cuna por favor, que llegamos tarde.
Suspiro y sonrío, ante su maravillosa manera de mandar, sin  que lo parezca. Siempre sonriente y tranquila. Hace que sus órdenes se conviertan en sugerencias. Pero la miro. Tan guapa. Tan madre. Y tan todo. Que decirle que no a algo, me parecería estúpido. Y sabe lo que estoy pensando, así que gira la cabeza apenas un instante y me sonríe, me pone ojitos y luego hace como si nada.
Niego con la cabeza y obedezco sus ordenes. Lucas está todavía en la cuna, despierto, jugueteando con sus peluches. Enciendo la luz y se ríe cuando le hago alguna carantoña. Después se me queda mirando, atento, a cada movimiento que hago. Con los ojos castaños y profundos que ha heredado de su madre.
-¿Cómo está mi chaval? -digo poniéndolo de pie sobre el colchón y dándole un beso en la mejilla.
-Papi..-murmura de una forma casi impercibible.
Le sacudo un poco su flequillo oscuro y le visto con la ropa que ha preparado Malú hace rato. Se ríe mientras juguetea con su osito. Lo cojo en brazos y le abrocho la camisa blanca con rayas azules.
-Nena, los chicos ya estamos, ¿Os queda mucho? -alzo la voz mientras bajo las escaleras corriendo.
-Nosotras llevamos ya un buen rato esperándoos -sonríen a la vez, casi sincronizando la inclinación de la boca y el número de dientes que relucen en ella.- ¿Nos vamos?

Conducimos por Madrid, ya es casi de noche. La ciudad está marvillosamente iluminada aquella Navidad. Los árboles de las calles más grandes, están rodeados de luces blancas y letreros con frases navideñas, cruzan de un edificio a otro.
Nosotros nos reímos en el coche. Con la música puesta. Cantando a coro todas las canciones del último disco de Malú. Que le ha valido un par de Grammys más, y ya van cinco. Lucía vive las canciones casi tanto cómo su madre, aunque le cueste un poco seguir la letra y no tenga ni idea de lo que está cantado. Me callo unos segundos, para oírlas cantar a las dos. Y sonrío. Lucas mira la escena muy atento. Y cuando terminan, aplaudimos todos.
-Amor, la niña canta muy bien...-murmura mientras los pequeños se entretienen en el asiento de atrás- creo que ha salido a mí..
Se sacude el pelo y pone morritos frente al espejo para comprobar si sus labios siguen igual de bien pintados que antes. Aparto la mirada de la carretera para observarla una y otra vez.
-¿A ti? ¿Y por qué a ti? -inquiero divertido- creo que no eres la única de los dos que canta.Creo.
Abre un poco la boca y me mira risueña.
-Desde que te nominan a todos los premios, te veo un poco subidito...-comenta graciosa- bájate esos humos cielo.
-¿Cómo? Pero si desde el último Grammy eres tú la que estás insoportable -exclamo sin creerme lo que acabo de escuchar.
Suelta una carcajada y da un par de palmadas sin dejar de reír. Pero yo no lo hago, me encojo de hombros y muestro total indiferencia.
-Hugo no te enfades -dice endulzando la voz- si yo estoy encantada de que mi marido triunfe -se acerca a mí y me besa la mejilla con fuerza, colocando las manos en mi cuello- ¡Qué orgullosa estoy!
Termino por sonreír, porque con ella no puede ser de otra forma, y más si es su sonrisa la que va primero. O si se apoya la cabeza en la ventanilla, sin dejar de mirarme. Se muerde los labios y levanta las cejas. Porque hay sonrisas que pueden abrir cajas fuertes. La suya, es tan suya, que provoca huracanes que viajan desde kilómetros y kilómetros atrás, tal vez años, o hasta siglos, en dirección a mis ojos. Y ni si quiera intento detenerme en no devolverle la sonrisa. Porque no serviría. Porque nunca ha servido.

Llegamos a casa de mi suegra pasadas las nueve. Toda la familia nos reunimos allí cada Nochebuena y el día de Reyes, lo pasamos en Barcelona con mis padres. A Pepi le entusiasma cocinar para tanta gente y prepararlo todo. Y cada mínima celebración, termina con una guitarra, un cajón, y alguna actuación improvisada.
-Ai mis niños -exclama en cuanto entramos por la puerta- ¿Pero cómo estáis tan grandes ya? -le brillan los ojos y abre mucho los brazos para que Lucía se deje caer en ellos.
- ¡Abuela! -grita sonriente.
Yo, que sostengo a Lucas todavía en brazos, se lo cedo inmediatamente y se los lleva a los dos a la cocina, entre carantoñas y promesas de regalos, dulces y golosinas después de la cena.
El comedor está lleno de gente. Tíos, primos, amigos. Rodeo los hombros de mi chica y ella pasa su brazo izquierdo acariciándome la cintura.
-¿Para cuándo el siguiente, que os veo a los dos muy felices? -pregunta Sara, prima de Malú, mientras le acaricia suavemente la barriga.
A ella no le hace falta ni mirarme para saber la contestación que queremos dar.
-Quita, quita -frunce el ceño.-con dos ya tenemos bastante por ahora...-se ríe. Se le marca el acentazo sevillano en cada sílaba. Y los gestos andaluces, cuando está entre familia, la delatan.- ¿Por cierto, dónde está mi hermano? -pregunta mirando hacia los lados- Hugo cariño, ¿Has visto a Jose? -se gira hacía mí.
Y cuando voy a contestar. El chico, entra por la puerta, de la mano de Helena. Y con sonrisa de enamorado bobalicón implantada en la cara. Me recuerdan a mí y a Malú cuando empezamos. Tan inocentes, creyendo tanto en todo. Se acercan a nosotros, un poco cortados. Porque a pesar de llevar juntos más de un año, esta es de sus primeras presentaciones en familia.
-¿Qué tal tortolitos? -pregunta Malú, cogiéndome de la mano y caminando hacia ellos- ¿Todo bien?
- Todo muy bien hermanita -sonríe tímido.- ¿Y los peques, dónde están?
-Se han ido con mamá , a la cocina -señala con la cabeza- te acompaño si quieres, que tengo que darle el biberón a Lucas antes de cenar -se gira y me sonríe- ¿Me esperas aquí?
Asiento rápidamente mientras los dos hermanos, se marchan entre bromas y risas. Helena mira a su chico bastante embobada.
-Se te ve bastante enamorada ¿Eh? -pellizco su moflete.
-Mucho -asiente, y le brillan los ojos. El brillo del amor, supongo.
En el fondo, me alegro, de todo esto, de que por fin Helena haya encontrado lo que merece. Porque ella, después de tantos asaltos a las camas de tíos de medio mundo, había asentado la cabeza. A mí, al principio, cuando era más joven me había pasado un poco lo mismo. Pero entonces te paras, piensas y lo entiendes. Ningún viaje fugaz entre unas piernas te dará eso que buscas. Sí. Es entonces cuando realmente lo entiendes, el amor solo consiste en una cara donde quedarse a vivir.

La noche transcurrió entre risas. Más risas. Niños pequeños correteando. Otros llorando. Cantes con guitarra. Y sin guitarra. Golpes de cajones, ritmos flamencos. En resumen, familia.
A eso de las doce de la noche, volvimos a casa, porque los niños estaban muertos de sueño. Ni si quiera aguantaron el viaje de vuelta, y se quedaron dormidos en el coche. Los subimos en brazos hasta sus habitaciones y los arropamos juntos, cómo casi todas las noches.
Después, todavía con el vestido puesto, se deja caer sobre la cama y extiende los brazos.
-Estoy agotada -suspira- ser madre agota cada día más...
-Lo que agota son esos bailes que te has pegado cariño, y con tacones...-río mientras me tumbo a su lado y me quito la corbata.
-Estoy bastante acostumbrada a hacer esas cosas, por si no te habías dado cuenta...-sonríe de manera irónica mientras estira la mano para acariciarme el pecho. Ambos miramos al techo y sonreímos cómo idiotas.
-¿Te apetece que abra una botella de champán y seguimos con la celebración en la terraza? -sugiero rozando el borde de sus piernas con la mano izquierda.
-Mmmm...-musita- que bien me conoces.
Levanta las cejas y me besa en los labios con tranquilidad. Sonríe y empieza a sacarse el vestido mientras yo bajo a la cocina a por un par de copas y una buena botella de cava. Por el camino, se me inunda de fantasías la noche. Y cuando vuelvo, la encuentro con una de mis camisas cómo única prenda en el cuerpo, además del tanga claro. Me hace un gesto con la cabeza y la acompaño hasta el inmenso balcón de nuestra habitación. Con sofás blancos, dónde tumbarse y divisar medio Madrid, además de las estrellas. Bueno, y sus piernas claro.
-Cariño ¿No tienes frío? -pregunto mientras me acuesto a su lado- estamos a 24 de Diciembre y tú así...-la señalo.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta? ¿Prefieres que me tape? -arquea las cejas divertida y se levanta un poco.
-No, no, no -respondo rápidamente- te traigo una manta, porque soy un caballero, no te preocupes.
Se ríe. Y lo hago. Escondo nuestros cuerpos bajo una larga manta blanca y suspiro un poco más tranquilo mientras le doy un sorbo al champán. Riquísimo. Casi tanto cómo ella.
El silencio nos invade. Pero es bonito. Se respira amor y eso es lo que cuenta.
-¿En qué piensas? -le pregunto mojándome los labios.
-¿Sabes? Estaba recordando esa vez que fui a buscarte a Barcelona, a nuestra playa...-se ríe- recuerdo la cara que se te quedó cuando me viste -vuelve a reír con más fuerza- creo...creo que jamás he vuelto a ver esa mirada...
-Reconozco que no esperaba que estuvieses ahí...-sonrío recordando- fueron unos meses complicados para nosotros.
-Desde luego, ¿Cuanto ha pasado ya de eso? -pregunta arrugando la nariz- ¿Siete, ocho años?
-Más o menos -me encojo de hombros- pero has de reconocer, que yo he sido siempre el que he ido detrás de ti...
Se gira sobre si misma para mirarme. Y se encuentra mi sonrisa bien de frente. Irresistible. Así que tiene que dar un buen rodeo para mirarme a los ojos, y evitarme la boca.
-¿Perdona? -exclama en bajito- ¿Te recuerdo quién fue aquella noche a verte en la Fontana Di Trevi? -pronuncia un poco a trompicones.
-Claro,  ¡después de que yo cogiese un vuelo hasta Roma, solo para verte! -respondo riendo- cariño, he ido siempre detrás de ti, no lo niegues.
-Mentira -niega con la cabeza- la primera vez que rompimos...-entrecierra un poco los ojos para recordarlo del todo- fui yo a verte a aquel concierto y cuando me dejaste por haber besado a un tío del cual ya no recuerdo ni el nombre, estuve detrás de ti un mes...-me mira de reojo y sigue su explicación- te busqué en Barcelona, y después, la definitiva, fue Roma...-sonríe triunfante- supera eso.
La verdad es que lo que ha dicho, suena bastante convincente. Cualquiera que le diese algún día por leer nuestra historia, pensaría que yo he sido siempre el que se recorre el mundo por ella. El que vuelve. El que suplica. Pero la realidad, es que no ha sido así.
-Lo admitiré si así eres más feliz -suspiro.- tú has sido siempre la que ha ido detrás de mí.
Se recuesta, ahora sí, satisfecha. Y sigue mirando al cielo, cómo buscándole una respuesta a algo, que nunca vendrá.
-Amor...-susurra- ¿Puedo preguntarte una cosa? -Asiento incluso antes de que termine la pregunta y aprovecho para estirar la mano y acariciarle las piernas.- ¿Te has parado alguna vez a pensar si se puede saber cuando empieza el amor?
-¿Qué? -exclamo con el ceño fruncido- ¿Te has puesto melancólica, o qué pasa?
-Sí...bueno no sé...-gira la cara y la coloca frente a la mía- es que siempre me he preguntado eso ¿Sabes? -aparta un segundo la mirada- explicar en qué momento exacto, aparece el amor con alguien. Deberían investigarlo y descubrirlo. Estoy intrigada.
Me río ante una de sus tantas pregunta sin respuesta. Que se hace ella misma, porque sí. Porque es especial. Y porque solo las personas especiales se preguntan cosas cómo estas.
-Debe de ser imposible precisarlo, trazar una línea...imposible -sugiero pensativo- supongo que al principio es una cosa vaga, un cosquilleo sin motivo y después....chas. Aparece.
Sonríe y me da un rápido beso en los labios. Que no viene a cuento. Pero me gusta que lo haga.
-Es que me gustas mucho cuando hablas así -dice adelantándose a mi pregunta- estás más sexy.-me río y le devuelvo el beso.- es una buena teoría además...
-¿Sabes una cosa? -le rodeo el cuerpo todavía con más fuerza- creo que el amor, no empieza realmente con alguien. -la miro- es sólo que, tú lo llevas dentro. Desde siempre, porque todos tenemos amor dentro. Y cuando llega alguien, que hace que lo saques, lo sueltas todo de golpe. -sonrío y la pego más a mi, para terminar susurrando- y ya es demasiado tarde para poner la marcha atrás, ya estarás exageradamente enamorada de ese alguien...
-Lo estoy -dice de repente ,cómo si le saliese de algún sitio que nunca lograré adivinar.
Y no le da tiempo a seguir mirándome, porque al segundo siguiente me besa. Me besa con fuerza y con todo lo que una persona pueda llegar a incluir en un beso. Y es bonito. Aprieta sus labios contra los míos. Cómo si lo que le acabo de decir fuese lo mejor que le han contado en la vida. Y su lengua me recorre la boca, poco a poco deja caer su cuerpo sobre el mío y se coloca encima. Se concentra tantísimo en ese beso, que hasta tengo la sensación de que me está doliendo alguna parte del cuerpo de lo bien que besa.
Le acaricio las piernas y meto mis manos por debajo de su camisa. Se ríe. Empuja sus caderas contra mi entrepierna e irremediablemente suelto un gemido. Le agarro el culo con ambas manos y se le escapa una especie de temblor entre beso y beso.
-¿Vamos a la cama? -pregunto jadeante.
-No -sonríe negando con la cabeza- aquí mejor.
La beso. Deslizo mis dedos por todos y cada uno de los botones de su camisa y cuando está desabrochada, se la quito poco a poco. Cómo cuando abres un regalo de Navidad que te hace muchísima ilusión. Me besa el cuello, entre mordiscos y movimientos de su lengua sobre la piel. Y cuando estamos los dos desnudos, con Madrid a nuestros pies, cómo tantas otras veces. Se para, me mira, y sonríe.
-Hugo es que...-traga saliva, emocionada- después toda esta historia, no nos queda nada por vivir o por aprender...-sonríe orgullosa.-¿Qué vamos a hacer a partir de ahora?
Sonrío ampliamente antes de volver a besarla.
-Vivir, sin más. ¿Te parece poco?


                                                                             FIN.


viernes, 15 de agosto de 2014

CAPÍTULO 74. ODISEA HACIA LA FELICIDAD.

Fue tal la sensación de vértigo, miedo o yo qué sé, que me invadió el cuerpo, que las piernas me fallaron, y el cerebro casi que también. Fue un instante extraño. Tienes los ojos cerrados y quieres abrirlos pero no puedes. Y cuando lo haces, te parece que ya ha pasado una eternidad. O dos.
-¡Hugo! -escuché de lejos- Hugo despierta joder...-la voz se repetía.
La imagen de Antonio golpeando mis mejillas y sacudiendo mi hombro, sobrevino a mi cabeza inmediatamente cuando abrí los ojos. Un círculo de gente a mi alrededor me hizo querer volver a dormirme de nuevo.
-¿Quieres estarte quieto? -dije sujetando sus manos que me golpeaban una y otra vez- estoy bien, ¿Cuanto tiempo llevo así?
Me incorporé y me pasé una mano por la cabeza, intentando recordar.
-Unos minutos -contestó ayudándome a levantarme- Malú ha llamado ya cómo veinte veces, nadie se ha atrevido a cogérselo...
El corazón se me paró de golpe. Me puse blanco. Al instante recordé todo lo que había pasado. La llamada. Su voz entrecortada. El bebé.
-Mierda, dame tu móvil, rápido -exigí muy nervioso.
Marqué el número rápidamente, rogando que me cogiese. Y vaya si lo hizo. Apenas sonaron un par de tonos y su voz se escuchó al otro lado.
-¿Hugo te has desmayado? -preguntó furiosa, entre respiración y respiración.
-¿Qué? -tragué saliva un poco descolado- no cariño, es que en la emisora hay poca cobertura, ya sabes...-me excusé- ¿Cómo estás? ¿Y dónde? ¿Está tu madre contigo?
-Estamos de camino al hospital....-contestó, con un gemido de dolor saliéndole del estómago- Hugo me duele mucho.
-Cielo, tú inspira y expira -gesticulé mientras hablaba, parecía un loco al teléfono- ¿Me oyes? Tú respira.
-¡Hugo joder estoy respirando! -chilló- ¿Cuándo cojones vienes?
-Nena, cojo un avión ahora mismo...-hice gestos a Antonio para que recogiese mis cosas- nos vemos en una hora, tú solo espérame -rogué- respira cariño, respira.
-Si llegas, me va a parecer un milagro -murmuró soltando el aire de golpe.
-Hay que creer en los milagros.

Salí corriendo de allí, literalmente. Cogí un taxi dirección al aeropuerto. Ni si quiera pasamos por el hotel a recoger nada. Yo solo podía mover la pierna de forma inconsciente, rezar y secarme el sudor, mientras Antonio sacaba nuestros billetes por teléfono.
-He encontrado un vuelo que sale en media hora -dio un palmada, triunfante- pero tendremos que hacer bastante cola, así que prepárate para que te reconozca medio aeropuerto.
-Mierda...-golpeé la ventanilla con fuerza- no vamos a llegar a tiempo. Me voy a perder el nacimiento de mi hija y Malú me odiará el resto de su vida...-me lamenté escondiendo la cabeza entre las manos.
-Chaval ¿Quieres tranquilizarte? -apretó mi hombro- confía en mí, llegaremos.
-Todo es culpa mía, sabía que este fin de semana no tenía que estar aquí...-apreté los puños- tenía un presentimiento.
-Que te calles -ordenó- pareces un niñato de veinte años, compórtate de una vez. -me empujó, el taxista nos miraba por el retrovisor muy atento a la escena- tengo un plan, como siempre.
Sonrió exultante e hizo cómo si nada, mientras a mí me reconcomían los nervios y la angustia.
-No quiero fiarme de tus planes...-suspiré.- los dos sabemos que nunca salen bien.
-Mira Hugo, estás hablando con un profesional de estas situaciones, tengo tres hijos y los tres han nacido cuando yo estaba en la otra punta del país trabajando -explicó cómo quién da una charla inspiradora antes de un partido- ¿Y sabes qué hice? -me miró- confiar en la suerte.
-¿Confiar en la suerte? -pregunté incrédulo.
-Sí eso he dicho, confiar en la suerte -se encogió de hombros.
-¿Ese es tu super plan? ¿Me estás tomando el pelo?
Se ríe cual loco incomprendido que lo sabe todo y apoya el brazo derecho en la ventanilla. Mira al vacío y tarda unos cuantos segundos en contestar.
- La gente tiene miedo de reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuantas cosas se escapan de nuestro control, pero es así. -explica sonriente.
-Esa es una estúpida teoría -contesto- la vida es muchas más cosas a parte de la suerte.
-Por supuesto, pero -entorna la mirada- que tú estes aquí, a 600 kilómetros de tu mujer y tu hija, es mala suerte -se ríe y aunque yo frunzo el ceño un poco molesto, continúa como si nada- y eso también pasa.
Levanto lentamente las cejas y lo miro. Sonríe cómo si estuviese a punto de revelarme un secreto. Cual maestro a su alumno.
-Y aunque estas cosas pasen...-hace una pausa y se aclara la garganta- tienes que pensar que la suerte es todas esas veces que crees que no, pero al final todo sale bien.
Me quedé pensando en esa frase el resto del trayecto en coche hasta el aeropuerto.Tenía parte de razón en lo de la suerte. ¿Sabéis esos bombos enormes de la lotería? Pues imaginaros que llenase uno con un millón de bolas con los nombres de todas las mujeres del mundo. Pues estoy seguro de que si metiera la mano en ese bombo sacaría su nombre, aunque me empeñara en buscar otro, aunque metiera nombres repetidos para hacer trampa, sacaría el suyo. Y eso, es lo que yo entiendo por suerte.

El camino desde que pusimos un pie en el aeropuerto, hasta que subimos al avión, fue una odisea. Las colas era kilométricas y aunque llevase un gorro y una bufanda cubriéndome, más de una persona me reconoció. Son situaciones incómodas, tenía tanta prisa que si tuviese que pararme a hacerme una foto con cada una, el avión se iría sin mí hace rato. Así que solo podía sonreír, disculparme mil veces y seguir caminando.
Cuando despegamos, respiré un poco más aliviado. Por lo menos nadie me había llamado, eso significaba que no había novedad alguna. O eso pensaba yo, porque en cuanto pisé Madrid, el móvil se inundó de llamadas perdidas de Malú, de su madre, de su hermano y de media familia. Volví a llamar mientras parábamos a un taxi por la calle.
-¿Cómo está? -pregunté a Jose, que fue el único que me cogió el teléfono aquella noche.
-Cada vez tiene contracciones más fuertes...-dijo suspirando. Me imaginé su cara de nerviosismo y preocupación, más o menos cómo la mía.- querían esperar a que dilatase del todo, pero dicen que como siga así, el bebé nacerá antes de lo previsto...
-Escúchame, ya he llegado a Madrid -mi respiración cada vez iba más rápido- pasame con ella.
Lo intentó, de hecho, por lo que escuché, pareció que le acercaba el móvil, pero un grito que sonaba a algo como "Dile que se vaya a la mierda", fue la única respuesta.
-Hugo date prisa, o no vas a llegar a tiempo-advirtió muy serio.
Tenía razón. Las posibilidades se reducían.


El tráfico en Madrid era insoportable a esas horas. Y yo debía cruzar media ciudad para llegar al hospital. El pensamiento de mi hija naciendo sin que yo pudiese estar allí, se repetía en mi cabeza una y otra vez. Los últimos metros antes de mi particular destino, estaban invadidos por coches, pitando unos a otros, conductores saliendo por la ventanilla cabreados por la espera...etc.
No lo pensé más y tras dejarle un billete al taxista, pegué un salto y me bajé del coche.
-Hugo, ¿A dónde vas? -chilló Antonio imitando mi movimiento- ¿Quieres estarte quieto?
Yo ya estaba bastantes metros adelante, cómo si aquello fuese la carrera de mi vida.
-Tú sólo corre -grité sin mirar atrás- corre o no llegamos.
Tuve que cruzar un par de calles más. Era de noche, y la única iluminación eran las farolas y algún edificio en el que la gente seguía despierta. Para ser las horas que eran, había bastantes personas por la calle. Deambulando o con amigos tras una noche de borrachera y a las que tuvimos que esquivar cómo si la vida nos fuese en ello.
Entramos por la puerta del hospital, agotados. Casi sin respiración. Todos nos miraban extrañados ante semejante panorama. Aterrizamos en la recepción y después de que Antonio casi se pegase con un par de enfermeros para que nos diesen su número de habitación, por fin pude verla
Estaba tumbada en la cama. Despeinada y con el sudor rozándole la frente. Su expresión de cansancio era mayor a la de hacer diez conciertos seguidos. Ladeó la cabeza al verme e hizo un amago de sonreír.
-¡Has llegado! -exclamó con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Te dije que lo haría -abrí los brazos y corrí hacia ella, sujetándole la mano- ¿Cómo estás?
Su respuesta, fue un grito de dolor. Inclinó un poco el cuerpo y respiró muy fuerte. A mí me entró el vértigo. Me hice tremendamente pequeño ante la situación.
-Cariño, respira...-susurré y gesticulé para que imitase mi movimiento.- ¿Cuanto tiempo más la van a tener así? -ladeé la cabeza hacia su madre y pregunté nervioso.
-La doctora vendrá en unos minutos...-dijo acercándose a la cama para acariciar cuidadosamente la frente de su hija- mi niña, tranquila que ya te queda poco.
-No puedo más...-cerró los ojos con fuerza ante una nueva contracción- Hugo traéme agua -exigió apretándome el brazo
-En seguida nena -rebusqué una botella de agua por toda la habitación y se la cedí.- bebe y respira -repetí- tú solo respira.
-Cómo me vuelvas a decir que respire te mando a mierda ¿Me has entendido? -chilló zarandeando el borde
de mi camiseta.
-Lo siento, lo siento...-me disculpé nervioso- tú solo...-pensé rápidamente para no equivocarme- apriétame la mano fuerte si te duele, ¿De acuerdo?
Asintió medio sonriente y el segundo después, estrujó mi mano ante una nueva oleada de dolor. Que casi se equiparaba a la mía. Entre medias, la doctora entró en la habitación para examinarla.
-Esto ya está listo -sonrió y se sacudió las manos- nos la llevamos, venga.
-Cariño, ven conmigo y no me sueltes la mano -pidió con una mirada que no había visto jamás.
Asentí de la manera más inconsciente posible, porque sus ojos fueron suficientes.
Minutos después ya estaba todo preparado. Con su cuerpo sobre la camilla y las piernas abiertas y un poquito más levantadas. Sostenía su mano lo más fuerte y de la mejor manera que sabía y acariciaba su frente, intentando que se calmase un poco pero no servía de nada.
-Empuja -indicaban los médicos, asomados a sus piernas.
-No puedo más -chilló con las lágrimas al borde de los ojos-¡ah!
-Cielo, empuja venga -pedí sin que apenas me mirase- a la de una, a la de dos, y a la de tres...
Frunció el ceño e hizo presión con todo el cuerpo. Apretaba los dientes con fuerza. Yo casi no sentía la mano.
-Joder, no lo aguanto más -se quejó respirando con fuerza- ¡Que me lo saquen ya !
La situación era tan difícil cómo cómica. Ella lloraba de la desesperación porque el dolor no cesaba. Yo, en cambio, tenía una expresión preocupada. La veía encogerse de dolor en la cama y me sentía impotente porque no había manera de disminuirlo.
-Un último empujoncito, ya casi está -se volvió a escuchar en la sala. Yo solo prestaba atención a ella. Estaba nervioso y a la vez asustado y feliz por todo lo que estaba pasando.
A su último chillido de dolor, se unió otro más. Pero esta vez distinto. Vi asomar un cabecita de entre sus piernas y estiré la cabeza, sin que el revoltijo de sangre y sustancias varias me causase demasiada impresión.
El llanto aumentó. La mujer vestida de azul, tomó al bebé en brazos y lo levantó un poco. Apenas pude verlo, porque todos lo rodearon con toallas y mantas y tardaron minutos en acercarlo de nuevo a la cama.
-Hugo, dime que está todo bien...-me rogó con un hilo de voz mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás.
-Sí nena, todo ha salido perfecto -susurré besándo sus labios. La voz me tembló y las piernas también.
En esos momentos más que en ningunos, tenía claro que la quería más que a nada en el mundo. Pasé una mano por encima de su cabeza, rodeando sus hombros. Y dejó caer el peso sobre mí, solo durante unos segundos.
-Enhorabuena...-dijo la mujer caminando hacia nosotros- es una niña preciosa.
Malú sonrió y la cogió en brazos acercándola a mí y a su pecho. Y fue una sonrisa que difícilmente podré describir jamás. Bajé la mirada y la ví. Tan pequeñita y tan guapa. No existe sensación comparable en el mundo a la que sientes cuando ves la cara de tu hija por primera vez. Ninguna. Solo si eres afortunado, la vives.
Movió los bracitos y la boca lentamente. Abrió los ojos y nos miró a los dos muy atenta. Tenía las mismas maneras que su madre cuando te miraba. Exactamente iguales. Y provocaba la misma sensación.
-Hola Lucía...-susurré acariciando su manita, no me atreví a más- hola pequeña...-añadí, pero se me quebró la voz.
Las lágrimas de Malú no tardaron en llegar. Y las mías tampoco. Lloramos y reímos a la vez en un sentimiento de felicidad ilimitada. O eso nos pareció en aquel momento. Y suspiramos, y juntos exhalamos pedacitos de eternidad. O de amor, según cómo se mire.
-Es preciosa...-murmura sin dejar de llorar- es preciosa.
-¿Estás bien? -pregunto enjuagándome las lágrimas con la palma de la mano y acariciándole el pelo.
-¿Por qué dices eso? -preguntó cuando pegué mi frente con la suya, sin dejar de mirar a nuestra hija.
-Sigues llorando, cielo.
-Pensé que después de vivir tres años conmigo, entenderías que nunca dejo de llorar con facilidad -me sonrió acariciándome la mejilla- son lágrimas de felicidad cariño. Acostúmbrate a ellas.
-Te quiero -susurré en su oído. Me besa en los labios con un cariño y una dulzura, que pensaba que nunca cabrían en un beso. Pero ocurre.
Y yo no puedo dejar de contemplar a la niña, todavía maravillado. Acaricio la mejilla de Lucía con la yema del dedo y sonrío al ver cómo ella mueve las manitas, buscándome. Reconozco que me moría de ganas por sostenerla en mis brazos, pero no me atreví a decirlo.
-Ten, cógela -dijo entregándome al bebé con una inmensa sonrisa.
Me sobresalté.
-¿Quién...yo? ¿Y si se me cae? -pregunté, con un breve síntoma de pánico, pero ella me lo puso entre los brazos.
-Sé que no vas a dejarlo caer. -susurra riendo. Y entre risa y risa se muerde los labios un poco.
La cojo con infinitas precauciones. Y Lucía no parece inmutarse. Abre la boca y deja escapar un pequeño bostezo. Sonrío y miro a la chica de la que estoy enamorado. Me devuelve la sonrisa. Y tengo la sensación de que toda la felicidad del mundo, se esconde ahí, entre ellas dos. Es un bonito sitio para esconderse.

La madrugada siguiente, ya estamos en casa. La vemos dormir, después de horas intentándolo. Malú arrastra ya demasiado cansancio, pero irradia tanta felicidad por los poros, que casi ni se le nota. Rodeo su cuerpo por detrás y ladeo la cabeza para besarle el hombro.
-¿Te imaginabas esto cuando me conociste? -pregunta sonriendo hacia la pequeña.
Se da la vuelta para mirarme y me río suavemente. Odio cuando me hace estas preguntas qye sabes que son absurdas o que tienen trampa o que son incontestables.
-No lo sé -admito- pero cuando nos casamos sí lo supe...-sonrío- eras la madre de mis hijos desde que te vi caminar hacia mí en el altar.
Se ríe y acaricia mis brazos, que le rodean la cintura. Tarda unos segundos más en hablar. Y los emplea en mirarme a los ojos. Sólo cómo ella sabe.
-Pues yo sí -admite- creo que siempre lo supe.
-¿Qué? -me río- no se puede saber eso cuando conoces a alguien, lleva tiempo...
-Yo lo supe -insiste divertida- contigo siempre me anticipo, siempre pensando en lo siguiente, arañando el futuro..
Me besa antes de que pueda contestar cómo siempre. Y cómo nunca. Con los labios húmedos y la boca llena de ganas.
Llevo ya mucho tiempo hablándoos del amor y de ella. Pero siempre he oído eso que dicen que no se puede hablar de amor, solo vivirlo. Es cierto. Yo, ahora, también lo creo así. Si conozco el amor es únicamente porque ella me lo ha hecho vivir y sentir. Lo he aprendido con ella. Aunque después he entendido que, en realidad, no se aprende nada. Se vive y basta, juntos, cómplices y enamorados. El amor es ella. El amor soy yo cuando estoy con ella. Feliz. Tranquilo. Mejor.




martes, 12 de agosto de 2014

CAPÍTULO 73. DESTINO ACCIDENTADO.

Me quedé ahí. Cómo quién se queda maldiciendo lo mal que han salido las cosas. Lamentándose por los instantes o los momentos, que podrían haber salido mejor si lo hubiésemos intentado. En el fondo también estaba cabreado. Porque sí. Por sus caprichos de niña pequeña que se habían multiplicado en los últimos cinco meses, por sus antojos, por sus manías. Que en realidad, las tenía desde hace mucho, y siempre me han gustado, para qué engañarnos. Pero las bonitas, cómo sonreír a mitad de los besos, o despertar todas las mañanas con mi brazo rodeándole el cuerpo, incluso sus manías en la cama, me encantaban todas.

Subí a nuestra habitación y la encontré tumbada en la cama. Encogida entre las sábanas, y apenas iluminada por la luz qué entraba desde la calle. No dije nada, suspiré al entrar para que mi enfado se hiciese patente en el ambiente y me quité la ropa. No se movió. Apenas me miró de reojo. Me dejé caer en el colchón, dándole la espalda. Realmente, parecíamos los dos idiotas. Cómo niños pequeños, de espalda a los enfados y a los problemas. La escuchaba sollozar levemente y se me estremecía el cuerpo entero. Quería darme la vuelta, pero estaba haciendo grandes esfuerzos para no caer, para no darle la razón. Me quedé dormido, con mi enfado luchando con las ganas que tenía de abrazarla.

Cuando desperté, ella aún seguía en cama. El sol ya se colaba por la ventana, eché la vista hacia un lado, y la vi. Cómo siempre, había amanecido sin sábanas de por medio, ocupando por completo su lado de la cama, y con su melena revuelta por las almohadas. Sonreí. Me gustaba despertarme y ver esa imagen.
Salté de la cama sin hacer ruido y me metí en la ducha. Dicen que compartir una almohada ayuda, y es verdad, del enfado de anoche quedaban solo los restos. Se veía todo diferente.
Cuando salí del baño, la cama estaba vacía. Me enrollé la toalla en la cintura y bajé a la cocina. La encontré preparando café, cómo siempre. Con el pelo revuelto y una camiseta muy ancha que le llegaba poco más arriba de las rodillas, cubriendo solo lo estrictamente necesario. Al verme dejó dos tazas de café encima de la mesa. Sacudió el pelo y abrió la nevera vacilante, cómo inspirándose, para decidir qué desayunaría esa mañana. Me senté en la mesa, en silencio, sin que me dedicase una de esas sonrisas que hacían la semana más corta.
- Voy a hacer tostadas ¿Te apetece una? -preguntó con un suave tono de voz.
-No, gracias -respondí con leve sonrisa- siéntate si quieres, te las hago yo.
Me levanté de inmediato de la silla. Tan rápido que la toalla se me escurrió demasiado. Se rió. Tuvo que reírse aunque no quisiese. Y su risa retumbó por toda la habitación aunque se tapase la boca y disimulase.
Sonreí y la obligué sentarse mientras yo hacía el desayuno. Canturreaba alguna que otra canción y me gustaba, porque rompía la tensión del ambiente.
-¿Quieres mermelada? -dije colocando todo sobre la mesa, asintió y estiró la mano para untar ella misma la tostada- no, no, ya lo hago yo.
-Hugo puedo hacerlo yo -replicó- estoy embarazada, no enferma.
Cruzamos miradas y dejé caer el cuchillo y la mermelada sobre la mesa, haciendo más ruido del que me hubiese gustado. Frunció el ceño y resopló.
-Primero te quejas de que soy una caprichosa...-murmura cómo para sí misma, pero con la seguridad de que la escucho- y después porque quiero hacer las cosas yo sola.
-No me he quejado -objeté- simplemente no me gusta que hagas esfuerzos.
-Cariño...Hugo -se corrigió a sí misma- hacer el desayuno no es ningún esfuerzo, tranquilo.
Suspiré y me di la vuelta en busca de algo con lo que entretenerme para calmar la ansiedad que me estaba causando su malhumor matutino. Pero algo me resultó extraño. Respiré profundamente y miré hacia los lados.
-¿Has fumado?  Huele a tabaco -afirmé mirándola de reojo.
-¿Quién, yo ? -exclamo tratando de parecer convincente- por supuesto que no.
Le dio un mordisco a su tostada e hizo cómo si nada. Bajando la mirada y escondiéndola tras su taza de café.
-¿Por qué me mientes? -caminé hacia ella y exhalé un largo suspiro.
-No he mentido -contestó muy seria- estás paranoico, de verdad.
-Claro que me has mentido -sonreí de manera irónica- has arrugado la nariz al decirlo -señalo.
Intercaló miradas, entre mis ojos y el vacío. Un poco nerviosa de más. Me mantuve serio, impasible, levanté las cejas esperando una contestación.
-Bueno, puede que me haya fumado un cigarro...-murmuró- pero ha sido porque estaba enfadada, no es mi culpa.
-¿Ah no es tu culpa? ¿Y entonces de quién es? -golpeé la mesa- explícamelo.
Se frenó en seco y me miró a los ojos. Sostuvo la mirada y apretó un poco los labios.
- ¡Mira Hugo, estás insoportable ! -afirmó alzando la voz mientras se levantaba de la mesa- cuando se te pase el puto malhumor, me avisas.
Caminó con andares de mujer total, hacia las escaleras. No supe que contestar. Y juro que tuve que tragar saliva porque la situación me estaba superando.
-Ya está bien -dije antes de que se marchase- deja de enfadarte conmigo, no lo soporto.
Digamos que algo le hizo recapacitar, suspirar y mirarme. Cerró los ojos en busca de calma y cuando los abrió ya estaba cerca de ella.
-Yo nunca me enfado contigo -repuso negando con la cabeza.
-Ya. -respondí con una mueca divertida.
-No estoy enfadada -volvió a insistir con los primeros restos de alguna media sonrisa en la cara.
-Solo te enfadas cerca de mí -me mojé los labios sonriendo.
Tuvo que bajar la mirada para no mirar mi sonrisa tan de frente. Y la manera en la que volvió a poner sus ojos sobre los míos, me revolvió un poco. La tenía tan cerca, que dolía.
-Lo decía de verdad...-suspiró- no estoy enfadada, lo de ayer solo fue un cabreo -se encoge de hombros- pero sabes que ya llevo demasiado mal lo de no poder trabajar, cómo para que en casa estemos siempre los dos de malhumor.
-Lo siento -murmuré pegándome a su cuerpo.
Rodeé su cintura y aunque yo seguía aún un poco mojado, no le importó en absoluto.
-¿Sabes? -dije apartándole el pelo de la cara- el bautizo será en Sevilla y lo celebraremos en aquel lugar al que fuimos cuando me presentaste a tu familia -sonreí- dile a tu madre que se puede ocupar de todo.
-Hugo no se trata de eso...-dijo escondiendo la sonrisa- no hace falta que me des la razón...
-Quiero hacerlo así, simplemente es eso -alcé un poco los brazos.
Se ríe y me abraza. Aprieta la mejilla contra mi pecho y mi brazo izquierdo le rodea la espalda. Su barriga nos separa un poco en el abrazo y se pone de perfil para suspirar en mi hombro y besarme el cuello.
-Te quiero -susurra un poco entre risas.
-¡Y yo a ti ! -contesto agarrando su cara.
Y la veo sonreír tan de cerca, que besarla es obligado. Y se enreda en mi boca más de lo esperado. Baja las manos por mi abdomen y deja caer mi toalla al suelo. Se ríe al hacerlo y lejos de recogerla para taparme de nuevo, me quedo quieto y sigo besándola. Me acaricia el cuerpo. Y esta vez soy yo el que suspiro entre caricia y caricia. Esa es una de las cosas que más le gustan de esto.
Se aparta de mi boca. Segura y divertida. Y yo la dejo abierta, cómo un idiota esperando el siguiente beso.
-¿Estás esperando algo? -susurra estando tan cerca, que compartimos aire.
Abro de nuevo los ojos y sonrío un poco avergonzado.
-No me gustan estas cosas -me muerdo los labios- bésame bien. -exijo divertido.
Y para variar un poco, hace caso omiso a lo que le pido. Sonríe y me besa el cuello. Locamente y sin tapujos. Y sigue bajando, con los labios. Hasta que tiene que agacharse un poco para continuar el camino. Me muerdo los labios, me tiemblan las piernas.
-Cariño no...-es lo único que puedo susurrar cuando se acerca a la zona más peligrosa de mi cuerpo.
-Shh -susurra y vuelve a la carga.
Suelto un gruñido de placer y aprieto un poco los puños. Pone todavía más enfasís en lo que hace y yo creo que me voy a desmayar allí mismo. Cuando termina se ríe y creo que no necesito que exista el mundo más allá de su boca.


Los meses pasaron de nuevo. Entrábamos en etapa final y yo casi no dormía por las noches, preparado para lo que pudiera pasar. Ella se enfadaba, "Déjame vivir" , gritaba cuando yo aseguraba que lo mejor era hacer una visita al hospital para asegurarnos que no se había puesto de parto ya.
A comienzos de aquel Diciembre, que llegó más frío que nunca, yo viajaba a Barcelona a presentar mi nuevo disco y ella se quedaba en Madrid, sola y muy muy a mi pesar.
-Puedo aplazar la firma para otro día -sugerí aquella mañana mientras me ayudaba a hacer la maleta- de verdad cariño, prefiero que...
-Vas a ir -me interrumpió- no puedes aplazar las firmas de discos así cómo así, además que mi madre se quedará conmigo, no te preocupes.
Sonrió tranquila mientras me elegía la camisa de ese día. Una azul claro, combinada con una chaqueta negra. Yo seguía dándole vueltas al hecho de que se quedaría sola en casa todo el fin de semana, aunque viniese su madre, yo no estaba. ¿Y si el bebé nacía y yo estaba a 600 kilómetros de allí? ¿O y si le pasaba algo sin que yo pudiese hacer nada?
-¿Qué te parece si me vuelvo un poco antes de tiempo? -volví a insistir. Ella estaba más tranquila, guardando mi colonia y mis cremas en el neceser de viaje, ajena a todo el agobio que yo llevaba por dentro.- la entrevista del domingo sí que la puedo cambiar, es hacer un par de llamadas y ya está -comenté- sí, de hecho, voy a llamar ahora mismo.-asentí convencido.
-Hugo....-replicó- deja el móvil ahí.
-Pero cariño...-me quejé- es mejor que esté en casa.
-Amor ven aquí -ordenó con un gesto. Tiró de mi chaqueta y me anudó pacientemente la corbata.- vas a ir a Barcelona, hacer todo lo que tengas qué hacer, disfrutarlo mucho y llamarme de vez en cuando -abrochó el último botón y me miró- ¿Lo has entendido?
Selló su discurso con un beso. Hice una mueca de desaprobación pera estaba tan guapa aquella mañana que fue imposible llevarle la contraria. Ante una mujer así, sólo se podía sonreír y darle todo lo que pidiese. Nos despedimos con una mezcla de calma absoluta por su parte, y el nerviosismo más exagerado por la mía.
-Llamáme si pasa algo ¿Vale? -rogué- y si no llamas a Antonio ¿Tienes su número?
Antes de que le diese tiempo a contestar, hice el amago de volver a entrar en casa para apúntarselo en un papel, pero me detuvo poniendome las manos en el pecho.
-Sí Hugo, lo tengo, vete ya por favor -me besó y me dio un leve empujón.
Asentí y sonreí, pero a los tres pasos volví a girarme de nuevo.
-¿Seguro que estarás bien?
-Estaremos bien -sonríe como nunca, acariciando su barriga.
Corro hacia ella y me acerco a su vientre, sin que le de tiempo a volver a quejarse.
-Cuida de mamá ¿Vale? -pasé mis dedos por encima del jersey rojo que llevaba aquella mañana y suspiré- es un poco cabezota, pero ya te acostumbrarás...
-¡Que te vayas! -volvió a gritar, entre risas y con los ojos brillantes.
La besé en apenas dos segundos y se me escapó un te quiero entre medias. Bueno, uno o varios. Porque con ella siempre había tenido esa sensación, de que a pesar de la tremenda complejidad que puede llegar a esconder un te quiero, mejor decirlo mucho, que quedarse corto.

Aquel día, se sucedió entre firmas y firmas, besos y besos, sonrisas y sonrisas y en olvidarme un poco de todo. El cariño de la gente era brutal. La cola era infinita, yo me limitaba a sentarme en la mesa, firmar el disco y sonreír. Adoraba esos momentos más que ningunos en el mundo, es un contacto mucho más directo con las personas que te apoyan y en cierto modo, puedes agradecerle todo mucho mejor.
Todo iba tan bien, que terminé por olvidarme de todo el problema que había dejado en Madrid. Lo difícil venía cuando eran niños pequeños los que se acercaban en busca de una foto o un abrazo. Y entonces era ahí, cuando, después de que se me cayese mil veces la baba, tenía que tragar saliva y desear volver a casa cuanto antes.
El domingo, terminaba con la última entrevista en la ciudad condal. En una emisora de radio muy conocida. Hablaríamos durante cuarenta minutos y después podría coger un avión y volverme a mi casa.
-Sonríe y no pongas cara de amargado -insistió Antonio antes de que entrase a la pequeña cabina de cristal dónde se grabaría todo.
-¿Cuando tengo yo cara de amargado ? -pregunté de malas formas mientras de reojo me miraba al espejo para comprobarlo.
-Desde que vas a ser padre primerizo y te agobias por todo -contestó dando palmaditas en mi espalda- cómo la niña salga a ti, lo tenemos jodido.
-Lo que hay que aguantar -gruñí, peinándome el tupé repetidas veces- ¿A ti nunca te han dicho lo pesado que puedes llegar a ser?
-Sí, demasiadas veces -reconoció tranquilo- ahora entra ahí, y sé simpático.
Prácticamente me empujó contra la puerta y tuve que poner las manos para no caerme de bruces. Le dediqué una terrible mirada antes de entrar y la aceptó irónico, con una gran sonrisa.
 Las preguntas que me hicieron aquel día, las sabía responder de memoria. Siempre era lo mismo: el título del disco, las canciones, la gira, Malú... Prácticamente utilizaba siempre las mismas palabras, hasta un punto que comenzaba a aburrirme de estar allí.
-Hugo, ¿Puedes salir un momento? -preguntó Antonio abriendo la puerta e interrumpiendo la entrevista.
No supe qué contestar, porque no sabía si los micrófonos seguían abiertos y si estábamos en directo. Tragué saliva y miré hacia los lados. Todos se quedaron pasmados ante semejante interrupción.
-Que salgas un momento joder -volvió a insistir ahora más nervioso.
Me levanté cómo un resorte y en cuanto salí por la puerta me tendió su teléfono móvil "Es Malú", susurró entre señas. Fruncí el ceño e hice lo que me indicó.
-¿Nena? -pregunté sin entender nada.
-Hugo...-la escuché mascullar al otro lado de la línea.
-¿Malú qué coño pasa? -me puse nervioso y se me aceleró el pulso de tal manera que me olvidé de dónde estaba.
-Cariño, estoy de parto -dijo entre gemidos y respiraciones entrecortadas- el bebé ya está aquí.
No recuerdo más después de eso. Solo que las piernas me fallaron y su voz seguía gritando desde lejos.


sábado, 9 de agosto de 2014

CAPÍTULO 72. CAPRICHOS MOMENTÁNEOS

Las semanas pasaron y con ellas nuestra pequeña aventura avanzaba. Todo iba realmente genial, cómo en una de esas novelas en las que los personajes experimentan la verdadera felicidad en apenas unas cuantas páginas. Así era con nosotros, estos meses era una completa vorágine de amor, felicidad y sueños futuros. Y sobretodo compartidos.
-Hugo....-susurró una mañana antes de que incluso el sol hubiese salido.
Llevaba dando vueltas toda la noche, sin encontrar la postura perfecta para dormir. Y yo con ella, pendiente de que cerrase los ojos y descansase de una vez.
-Cariño duérmete....-le acaricié la espalda de arriba a abajo y besé su hombro.
-Es que no puedo -se quejó con un suspiro que pareció salirle desde lo más hondo del estómago- me duele todo el cuerpo.
Resoplé y saqué mi cabeza del hueco entre la almohada y su pelo. El mejor sitio que a día de hoy, he encontrado para dormir durante toda mi vida.
-¿Estás bien? -pregunté preocupado, apartándole los mechones de la cara- cariño...
No contestó, hizo una mueca de dolor, y se levantó inmediatamente de la cama. Corrió hacia el baño llevándose las manos a la boca.
-Mierda...-suspiré yendo tras ella.
Se arrodilló frente a la taza del váter y estiró el cuerpo hacia delante. Le recogí el pelo suavemente y le sostuve la frente mientras devolvía violentamente la cena de la noche anterior. Respiraba con dificultad. Parecía que el estómago le daba cuchilladas.
-Tranquila...-susurré acariciando su espalda en un inútil intento de que las nauseas la abandonasen.
Cuando terminó, se dejó caer sobre mi pecho, y los dos quedamos tumbados en las frías baldosas del baño. Intentaba coger aire a un ritmo normal, pero le costaba. Rodeé su cuerpo con un brazo, cómo cuando tratas de que el simple contacto con alguien te alivie de cualquier dolor aparente.
-Esto es una mierda.-fue lo único que pudo pronunciar.
Y tuve que reír, porque sólo alguien cómo ella era capaz de decir "Esto es una mierda" tras un ataque de nauseas cómo aquel y soltar una leve y cansada carcajada después.
-¿Volvemos a la cama? -besé su frente e hice un amago de levantarnos, pero no me dejó.
-Hugo cómo me levante ahora, no sé lo que puede pasar...-se quejó cerrando los ojos y tratando de hacer caso omiso a su estomago.
-Vale, nos levantaremos cuando tú quieras -susurré con mucha calma.
Me quedé callado durante los minutos siguientes solo porque tenía miedo de que hasta el mínimo esfuerzo por escuchar mi voz, la molestase. Simplemente paseé las yemas de mis dedos lentamente desde el principio, hasta el fin de sus brazos. Y cuando se sintió recuperada, fue ella misma la que, sin apenas ayuda, se puso en pie. Suspiró frente al espejo y se mojó un poco la nuca.
-¿Estás mejor? -pregunté acercándome por detrás y besando con dulzura sus clavículas.
Tenía la mirada cansada. Hizo una mueca entre el dolor y la debilidad. No soporto verla así, porque no es una mujer en la que puedas observar el más mínimo signo de fragilidad. Es de esas personas que, sonríe, se encoge de hombros, y te da la sensación de que toda la vitalidad del mundo, empieza con ella.
-Estoy bien...-suspira y se da la vuelta todavía en mis brazos. Siente que estoy hasta asustado  y hace una mueca por sonreír.- en serio cariño, estoy bien, esto es normal.
-No soporto verte así...-acaricio su mejilla con la palma de la mano y se pega a ella, cerrando los ojos.
-Lo sé -dice sonriendo cómo si conociese con exactitud todas y cada una de mis reacciones.- pero de verdad, que solo han sido unas cuantas nauseas, nada más.
Asiento poco convencido y nos volvemos a meter en cama tras darle varios tragos al vaso de agua de la mesilla. Noto que le duele la espalda al tumbarse, porque aprieta los dientes y traga saliva.
-Túmbate de lado hacia allá -le ordeno, mientras me incorporo un poco.
-¿Cómo? -pregunta sin comprender nada.
-Que te tumbes...-sonrío- y o te quitas la camiseta tú, o lo hago yo.
Se ríe y me obedece. Estira los brazos hacia arriba y se saca la camiseta de un tirón. No lleva nada por debajo. Trago saliva.
-¿Me vas a dar un masaje sin que te lo haya pedido? -pregunta incrédula, apartándose el pelo de la espalda- parece que esto de estar embarazada funciona.
-No es por tí , es por mí -comento frotándome las manos- es que estás tan guapa últimamente, que no me puedo aguantar.
Asiente irónicamente entre risa y risa. Cierra los ojos y se le escapa un suspiro de relajación absoluta. Mis dedos presionan su piel lentamente. Cómo dibujando y desdibujando el camino una y otra vez. Deja escapar pequeños gemidos. Me río al verla así. Tiene la piel tan bonita, que no me resisto a besársela. Y se le escapa la risa cuando lo hago. Y no sabéis lo que adoro esa forma que tiene de temblar, casi sin darse cuenta, cuando el rozo el final de la espalda. O se revuelve un poco, sin poder evitarlo, al sentir mis besos atacando su nuca.
-No deberías estar haciendo esto -comenta divertida sin abrir los ojos.
-¿Por qué? ¿No te gusta? -pregunto sin frenar el masaje.
-No es eso -sonríe y se muerde los labios- es que estás en calzoncillos, tocándome la espalda, y no llevo camiseta...los dos sabemos cómo acaba esto.
-Bueno, los dos sabemos cómo te gustaría que acabase esto...-respondo con picardía.
Se da la vuelta sobre si misma y me mira a los ojos. Bueno, eso intenta, porque sabe de sobra que lo primero que me ha mirado ha sido la boca. Y no la culpo, yo con ella he hecho lo mismo incluso antes.
-¿Pero cómo puedes ser tan creído? -arquea las cejas y se ríe.
-Nena, es cierto -sonrío de manera irresistible- ¿Seguro que no quieres que te siga desvistiendo? Solo tienes que pedirlo.
-Eres insoportable, de verdad -frunce el ceño y busca su camiseta entre las sábanas, pero soy yo el que la atrapo antes- Hugo, dámela.
-¿Pero por qué te enfadas? ¿He dicho alguna mentira? -pregunto colocando la camiseta fuera de su alcance.
-Hugo...-resopla antes de perder la paciencia.
Me acerco un poco más a ella. Tumbados el uno frente al otro. Quiere girarme la cara pero no le dejo. Coloco mi pulgar en su mejilla y la miro a los ojos. Me aguanta la mirada. Siempre se le ha dado bien hacerlo. Sonrío y ella se resiste a devolverme la sonrisa.
-No me mires así...-susurra sin parpadear- no es justo.
-¿Por qué, te molesta? -pregunto divertido y ella sigue sin sonreír, ni si quiera lo más mínimo.
-No -contesta acercándose un poquito más- me gusta demasiado.
Esas palabras me dejan sin posibilidad de razonar demasiado, solo puedo sonreír. Y volver a hacerlo al segundo siguiente. Y ella hace lo mismo, irremediablemente. Últimamente los enfados no nos duran más de cinco minutos. Y se vive bien así. Créedme.
-Venga tonto, me das un beso ya, ¿O tengo que pedírtelo? -suspira muy lentamente, cómo si guardase todo el amor en ese suspiro.
La beso. Y al principio solo me roza los labios, pero después, empieza a dejar caer su cuerpo sobre el mío y el beso es más profundo, más grande y más todo. Sonríe a mitad de beso. Me acaricia las mejillas con los dedos y sigue besándome. Y nos besamos con la intensidad de quién se pertenece. Y es bonito.
-¿Ahora me das la camiseta por favor? -pregunta cogiendo aire.
-No sé, es que yo te veo más guapa así...-sonrío y acerco la boca a su barriga- ¿Tú que crees? ¿Está mami más guapa así? -acerco la oreja, ella se ríe- ¿Ves? Me ha dicho que sí...lo siento, dos contra uno.
Sonríe y niega con la cabeza.
-Vale...-suspira y se da la vuelta tapándose con el edredón, coge mis manos y las coloca en su cintura- pero abrázame, tengo frío.

Una semana después hacíamos nuestra visita al médico número mil quinientos. Ella nunca estaba nerviosa, de hecho le servía bastante para entretenerse desde que ya no daba conciertos y sus días se basaban en quedarse en casa, salir a cenar con amigos y estar con su familia. Yo en cambio, siempre llevaba esa inquietud dentro que solo los padres primerizos tienen.
-Bueno ¿Cómo va todo? -preguntó la doctora en cuanto entramos en la consulta.- ¿Qué tal te encuentras?
-Tiene bastantes nauseas...-me adelanté a contestar mientras le acercaba la silla, sentándonos el uno junto al otro.
-Cariño, puedo contestar yo...-dice fusilándome la mirada, para suavizarla con una leve sonrisa después.- tengo nauseas pero lo normal, lo que pasa que Hugo se asusta por todo...
Me mira de reojo y le sonríe a la doctora con total complicidad femenina.
-No me asusto por todo -replico de inmediato- pero ella no le da importancia a nada, no lo entiendo.
-Hugo es que es algo normal, que cuando estás embarazada, vomites -se gira hacia mí- ¿Qué parte de eso no entiendes?
Su pregunta suena un poco borde, y cuando voy a contestar la doctora García nos interrumpe a ambos, con gesto tranquilo y calmado.
-Hugo, que tenga nauseas es señal de que todo va bien y de que el niño está perfectamente -asiento y mi mujer sonríe triunfante- pero deberías tomarte algo para frenarlas.
Apunta unas cuantas palabras inteligibles en un papel, lo firma, y nos lo cede con una sonrisa.
-Bueno, ¿Te tumbas y vemos cómo va todo? -pregunta haciendo un gesto hacia la camilla.
Ella obedece, se quita la chaqueta y me deja el bolso sobre el regazo. Camina y se tumba donde le indican. Se levanta la blusa poco a poco y la mujer extiende un gel transparente sobre su vientre.
-Cariño, puedes venir eh, que no muerdo -me dice ladeando la cabeza.
Me coloco a su lado, y paso mi brazo por encima de su cabeza para sostenerle la mano izquierda.
-Bueno...vamos a ver qué tal está todo -suspira y empieza a pasar el pequeño instrumento sobre la zona donde segundos antes a colocado el gel.
En la pantalla de ultrasonidos, comienza a aparecer una borrosa imagen, que cada vez se vuelve más nítida. Se aprecian mejor los detalles a medida que mueve la maquina de un lado al otro lentamente.
-Esto de aquí, es la cabeza...-señala en la pantalla con el dedo meñique- y esto de aquí, las piernecitas.
Malú sonríe mirando a la pantalla y tiene un brillo  distinto a cualquier otro. Le sale la felicidad por los ojos, por las pestañas y sobretodo por la tremenda sonrisa. Dedica un segundo a mirarme y me aprieta un poco más la mano. Es uno de esos instantes en la vida, en los que te paras, sonríes a la persona a la que quieres y te das cuenta de que en el fondo, todo en esta vida tiene un plan secreto. Como que estemos ella y yo ahora aquí. Todo forma parte de algo que no podemos entender pero que nos posee.
Le beso la otra mano y embobados, seguimos mirando la pequeña cosita que se mueve en el monitor.
La doctora se detiene durante un instante, entrecierra un poco los ojos y tuerce un poco el gesto.
-¿Qué pasa? -pregunta Malú de inmediato preocupada- ¿El niño está bien?
La mujer de unos treinta años, tarda unos cuantos segundos en contestar pero termina por hacer una media sonrisa.
-Sí, ella está perfectamente -nos mira a los dos- enhorabuena, es una niña.
No logro, ni lograré describir jamás lo que se le pasa a uno por la cabeza en esos instantes.
-Hugo, vamos a tener una niña -dice con la boca entre abierta, cómo si todavía no se hubiese terminado de creer nada desde el primer día.
 Reímos juntos, con la alegría anclada a cada suspiro. Me abraza con ambas manos y besa mi mejilla con fuerza. El corazón me va a mil por hora. No puedo hacer otra cosa que sonreír aunque ella espera que diga algo. Y os juro, que tengo tanta felicidad atrancada en la garganta, que me es imposible pronunciar ni una sola palabra.

-Se llamará Lucía...-comenta tumbada en la hamaca del jardín esa misma noche.
-¿Qué? -contesto apartando la mirada de la puesta de sol- ¿Desde cuando hemos decidido eso?
-Hugo, es un nombre precioso, además con significado especial -se encoge de hombros y sonríe con ternura- se llamará igual que yo.
-Pues no estoy de acuerdo -niego con la cabeza y ella arruga la nariz- quiero decir que, hay muchos nombres que también me gustan mucho más.
-Ah ¿No te gusta mi nombre? -me interrumpe con la misma facilidad de siempre para darle la vuelta a las cosas.
-Nena no es eso, simplemente hay muchos otros que...-gesticulo con ambas manos hasta que me interrumpe.
-¿Cómo cuales? -pregunta con la misma expectación e interés que una niña.
-Cómo Paula por ejemplo -me cruzo de brazos y sonrío ante su reacción, se queda seria y frunce el ceño.
-Venga ya, Lucía es cien mil veces mejor -se sacude el pelo y se ríe suavemente- ¿O no ves lo bien que me queda a mí? 
A ella en realidad le quedan bien otras cosas. La sonrisa, las caderas o los labios. El amor también le queda bien, ahí colocado en las maneras que tiene de reír o de besar. Pero eso ella no lo sabe.
La discusión del nombre la dejamos para otro momento. Y se hace el silencio durante bastante tiempo, entre caricias y suspiros hasta que ella saca un nuevo tema a la palestra. Le gusta tanto hablar, que necesitaría más de una persona a su lado para hablar todo lo que ella quisiese.
-¿Y dónde vamos a celebrar el bautizo? -inquiere frunciendo los labios.
-En Barcelona, donde nos casamos...-sonrío tranquilo
Lo digo tan seguro, que  ladea un poco la cabeza y me mira incrédula.
-¿Y qué pasa con Sevilla o Cádiz?  No cuentan, ¿O qué? -quita mi mano de sus piernas y abre la boca sorprendida.
-¿Por qué no en Barcelona? La playa es un sitio genial, cabe todo el mundo...-explico sereno.
-Sí, pero a mi madre le gustaría organizarlo todo. -contesta visiblemente molesta y se cruza de brazos.
- Cariño a la mía también, ya sabes cómo es con estas cosas...-hago un amago de acariciar su mejilla y se aparta indignada.
-La tuya ya organizó la boda, y sabes lo mucho que le molestó a mamá no poder hacerlo ella -me amenaza con el dedo en alto- o lo hacemos en Sevilla, o no hay bautizo.
-¿Qué pasa que hay que hacer siempre lo que tú quieres? -extiendo los brazos en señal de protesta.- estoy empezando a cansarme de tus caprichos.
-¿Caprichos? -se levanta enfadada, cual huracán que arrastra al mundo con él.- ¿Me estás llamando caprichosa?
-Sí, caprichos -contesto alzando la voz- caprichos cada dos por tres, con la comida, con el número de almohadas que hay en la cama, el chocolate a las cinco de la mañana....-a cada cosa que enumero, ella parece apretar más los labios.- estoy harto.
Hace un amago de llorar o yo que sé. Pero en lugar de eso, me fusila con los ojos, y saca la ya típica frustración de sus enfados.
-Mira Hugo, vete a la mierda. -grita dando un portazo a toda la felicidad que habíamos experimentado horas antes.





jueves, 7 de agosto de 2014

CAPÍTULO 71. LA FORMA EN QUÉ ME MIRAS

Sabía que no me haría ningún caso, que se subiría esta noche a ese escenario, y que daría ese concierto cómo siempre lo hacía. Y de hecho, lo haría convencida y segura de que era lo mejor, para ella y para el público. Eso también lo sabía.
Yo aplacé mi concierto. Como comprenderéis si mi mujer embarazada de tres meses iba a dar saltos, bailar y pasearse durante más de dos horas a un ritmo vertiginoso, yo, tenía que evitarlo a toda costa o por lo menos estar presente. Esa noche, su actuación era en Málaga, una ciudad que ya de por sí, era bonita para absolutamente todo. Y que el concierto fuese allí, para ella era un factor importantísimo a la hora de que ni se le pasase por la cabeza suspenderlo.
Mi avión llegó a las siete y media de la tarde. Aún tenía tres horas para convencerla. Tarea complicada dónde las haya por cierto. Me presenté en el auditorio, en cuanto su coche llegó. Se bajó de él cómo casi siempre, sonriente e ilusionada. Agitaba la melena a cada paso y saludaba a todo el mundo. Entré antes que ella y la esperé apoyado en la puerta de su camerino, con la excusa de que venía a darle una sorpresa. La ví caminar por el largo pasillo, más pendiente de su móvil que de otra cosa. Y cuando levantó la mirada, y vio mi inocente sonrisa a lo lejos, se quedó quieta y pude notar una pizca de sorprsa y enfado en su cara.
-¿Qué haces aquí? -fue lo primero que dijo conteniéndose con un suspiro.
-¿No crees que quedaría mejor un "hola cariño, gracias por venir a verme"? -sugerí colocándome frente a ella, pero a una distancia considerable.
Me ignoró bastante. Caminó cómo si yo no estuviese, abrió la puerta  y entró dejando el bolso sobre el sofá.
-Hugo, sé lo que estás haciendo...-dice ladeando la cabeza y cogiendo aire- pero yo ya he sido clara, voy a dar ese concierto hoy.
-Nena, por favor...-me acerco y rodeo su cintura, de hecho, le encanta que lo haga y sonríe- ¿Podrías sólo pensar un poquito en mí, y en el bebé?
-¿Insinuas que no lo hago? -borra la sonrisa y arquea las cejas con la inclinación exacta de sus enfados.
-No saques las cosas de contexto otra vez joder -resoplo y dejo caer los brazos con fuerza- es que, entiéndeme ¿Y si te mareas? ¿Y si te caes? No voy a poder soportar verte ahí encima pensando todo lo malo que puede pasar.
-No lo hagas entonces, no sé por qué has venido -suspira y se sacude el pelo- soy mayorcita para cuidarme yo sola.
Agacho la cabeza y me paso una mano por la nuca. Discutir con ella es cómo hacerlo con una pared. No escucha, no razona.
-He venido porque...-me atraganto con las palabras y alzo la voz demasiado- dios, es que ¿De verdad tengo que explicarte por qué he venido?
-Sí -asiente segura, como esperando una explicación que antes de darla, ya sé que no le hará cambiar de opinión.
-Porque estoy preocupado -me mojo los labios mientras ella se sienta sobre la mesa del camerino y se cruza de brazos- te conozco, sé lo mucho que te cuesta dejar de hacer esto, de verdad -aseguro mirándola a los ojos- y tengo miedo de que no sepas cuando parar -trago saliva- porque ahora todo es distinto, tienes que aparcar esas ganas y empezar a pensar en ti, y en el niño.
-Hugo...-susurra caminando hacía mí y acariciándome los brazos- sé lo que tengo qué hacer, pero confía en mí.
-Confío en ti, ahora -sonrío- pero sé que cuando te subas al escenario vas a ser otra.
Y lo sería. Porque ahí arriba dejaban de importarle algunas cosas para dejarse todo por otras.
-Sé que quieres escuchar que me quedaré contigo, que anularé el resto de la gira y que no haré ningún esfuerzo en lo próximos seis meses -dice seria- pero eso, por ahora, no va a pasar. Es mi decisión.
Frunzo el ceño y la miro cómo si en esos instantes fuera una niña pequeña y caprichosa. Aunque en realidad de eso no tenga nada. Asiento con la cabeza.
-Bien, haz lo que te de la gana -alzo un poco los brazos y sin esperar mucho más, salgo por la puerta.
"Hugo" la escucho llamarme cuando salgo de allí, pero mis intenciones de seguir hablando con ella son mínimas. Sabía que se me terminaría pasando el enfado. Sin embargo, en mi inmadurez e impulsividad, creía que la culpa de nuestra discusión era únicamente suya. Por poner el arte y las ganas, por encima de todo lo demás, que era lo realmente importante.

Juro que intenté irme a casa aquel día, volver a Madrid y que se diese cuenta ella solita de las cosas. Dejar de partirme el pecho por asegurarme de que ella estaba bien. Juro que lo intenté, pero no fui capaz, otra vez el amor y la sonrisa tan bonita que tenía, se pusieron de su parte. Regresé cuando todo estaba a punto de empezar. La ví a lo lejos, acompañada de dos compañeros del equipo, poniendo un pie en la plataforma que la subiría al escenario. Saludé al resto, y me coloqué a un lado, junto con el equipo de sonido, para ver el concierto desde allí. Reconozco que, aunque intenté que no, me puse nervioso por lo que pudiera pasar. Pero esa sensación desaparecía a momentos, cuando la veía ahí arriba, feliz, plena y segura. Porque se supone que a estas alturas, ya debería ser capaz de aguantar este terremoto emocional que siento al verla. Pero no.
No me vio en todo el concierto, ni si quiera intuía que estuviese ahí. A mí se me paralizó un poco el cuerpo cuando en un momento, la ví mirar hacia los lados y dar algunos pasos de más, hacia atrás, como sin saber donde estaba. Por un momento, pensé que se caería de bruces fente a todos. Pero lo disimuló bien, con una sonrisa.
La sangre me hervía, y cuando se despidió del público tras su última canción, no pude esperar para verla. Tenía una mezlca de enfado y de "yo tenía razón", metida en el cuerpo. Bajó eufórica, pero no con la cara de siempre, ni la sonrisa, ni las maneras. Y cuando me vio andar hacia ella , a punto de decirle cuatro cosas, me abrazó. Me abrazó sin más. Rodeó mi nuca con sus brazos, y se apoyó en el hueco que tengo entre el hombro y el cuello. Mi primera reacción no fue corresponder su abrazo, ni si quiera estiré las manos para acariciarla, pero cuando alguien te abraza de tal manera, sin razón aparente. Es que la razón es mucho mayor de la que imaginas. Así que la estrujé fuerte contra mi cuerpo y soltó un leve suspiro.
-¿Qué ha pasado? -pregunté en su oído acariciándole el pelo.
-Nada cariño, ¿Qué iba a pasar? -se encoje de hombros y hace un extraño movimiento con las manos, para ocultar su rostro durante un instante.
-Te has mareado ahí arriba -señalé con gesto serio- lo he visto perfectamenete.
Bajó la mirada y la revolvió cómo quién intenta fingir que todo está bien. No contesta, sigue en silencio. Y yo no muevo un músculo.
-¡Contestáme! -alzo la voz- he pasado miedo viéndote. Por dios Malú, te ha dado un mareo, podías haberte caído del escenario.-agito levemente su hombro para que reaccione.
- Lo siento mucho -susurra con un nudo en la garganta- pensé que sería más fácil, que no me costaría seguir el ritmo -se explica mirando al suelo- pero me ha faltado el aire, me he mareado y...y...
-Joder...-resoplo golpeando con fuerza la pared de uno de los pasillos laberínticos de aquel lugar- joder, ¡es que te lo dije ! -me giré hacia ella y alcé la voz cómo nunca hubiese deseado- no puedes seguir así, y yo tampoco. Es peligroso, ¿Lo entiendes?, no puedo aguantar que...-ella me interrumpió cuando llevaba ya un largo rato hablando a velocidad inteligible.
-No voy a dar más conciertos -reconoció mirándome.
-¿Qué? -dije volviendo a retomar mi expresión más tranquila.
-Que aplazaré la gira hasta que tenga el bebé -ladea la cabeza y sé lo mucho que le cuesta decir eso- tenías razón Hugo. No puedo hacerlo.
Y esta vez, sé con seguridad, que un  "No puedo hacerlo" en ella se escucha muy pocas veces. Y cuando lo dice, se le cae el mundo un poquito. Por eso, soy yo el que tira de su mano y la obligo a abrazarme, fuerte pero con suavidad. Que casi siempre es la mejor forma de solucionar las cosas. La miro de arriba a abajo, con su mono de brillantes y completamente ajustado, se le nota ya la barriguita. Sonrío y la acaricio.
-Gracias -digo cogiendo el aire que me llevaba faltando durante ese tiempo.
-Gracias a ti, amor.
Me besa. Y agradezco demasiado que su lengua venga a hacerle compañía a la mía. Y con sus labios rozando los míos, creo que alcanzo ese estado mental en el que ya no me apetece pensar en nada más, sólo soy capaz de sentir.
-¿Sabes una cosa? -dice tras darme un suave beso- te he visto mirarme desde el otro lado del escenario, aunque creyeses que no -sonrío inocentemente y ella sigue hablando- me siento observada contigo desde siempre, y ahora un poco más -reconoce, y a mí se me borra la sonrisa porque no tengo muy claro si eso es bueno o malo- esa forma que tienes de adorarme desde lejos, me inquieta, me hace sentir excesivamente única -sonríe durante un instante- y me gusta esa sensación.
Vuelve a besarme  y me doy cuenta de que con ella, a mí, me gustan todas las sensaciones. Porque a su lado, hasta tener miedo se vuelve bonito.

La esperé en el sofá del camerino mientras se duchaba, cuando la puerta se abrió de golpe. Sus padres y su hermano entraron sonriendo y saludando rápidamente. No supe cómo reaccionar porque no me imaginaba en absoluto que apareciesen allí. Me levanté cómo un resorte y tragué saliva.
-Hugo, hijo ¿Qué tal ? -preguntó la andaluza dándome dos besos- ¿Y mi niña?
-Está en la ducha, saldrá en cinco minutos -sonreí- ¡Malú! -alcé la voz para que me escuchase- tus padres han venido.
-Voy -fue su contestación inmediata- ir tomando algo, que salgo ahora.
Me salió la risa nerviosa, cuando mi suegra me miró de arriba a abajo haciendo tiempo. Pero Jose, me salvó del incómodo momento dándome un abrazo.
-Cuñado, Increíble el concierto ¿O no? -preguntó golpeando mi hombro con fuerza.
-Espectacular, lo habéis petado -asentí sonriendo y dándole la mano al que faltaba, mi suegro, que le bastó de un solo gesto para saludarme con amabilidad.- ¿Os apetece algo de beber? ¿Cerveza, champán..? -dije señalando la mesa del catering al fondo de la sala.
-Quita, quita -dijo Pepi frenando a su ex-marido- que después hay que conducir -hice una mueca de aprobación y ella me cogió del brazo y me obligó a sentarme con ella en el sofá- a ver Hugo, tú cuéntame -exigió con un marcadísimo acento sevillano- ¿Le pasa algo a mi niña? Porque la noto no sé, rara -ladea la cabeza- eso sí, ha engordado, cómo debe de ser. Porque yo la veía muy delgada a la chiquilla.
-Si bueno...-intenté contestar cuando mi mujer irrumpió entre los dos, sacudiéndose el pelo mojado.
-Mamá, ¿Qué haces? -preguntó de malos modos, mirándonos a los dos.
-¿Yo? Nada, ¿O es que una ya no puede ni hablar con su yerno? -comenta con la misma indignación que saca su hija en algunos momentos.
-No le hagas ni caso hermanita -interviene Jose entre risas- le estaba haciendo un interrogatorio peor que los tuyos.
Ella me mira y me fusila con la mirada, me encojo de hombros. Coge mi mano y tira con fuerza levantándome del sofá.
-Cariño, ¿Me pones una copa de champán por favor? -pregunta cómo si nada mientras saluda a sus padres.
-No va a ser posible -contesto, porque a veces ni ella misma se da cuenta de que las embarazadas no pueden probar el alcohol.
En ese instante, todos parecen girarse hacia mí sin comprender nada. Y yo no sé dónde cojones esconderme.
-¿Cómo que no? Ponle una copa de champán ahora mismo -exige Pepi en un tono divertido, que para mí, suena a todo menos divertido.
Miro a mi chica y aprieto un poco los labios para que nos saque a los dos del aprieto. Y en lugar de decir algo, me obliga a rodear su hombro y coloca mi mano en su barriga. Me sonríe y después hace el mismo gesto hacia los demás.
-Hugo y yo tenemos algo que deciros...-deja caer y creo que hasta los dos cogemos aire al mismo tiempo ante lo que se nos viene encima- estoy embarazada.
La sonrisa nos sale instántanea. La rodeo con más fuerza y se hace un silencio en la sale que podría hasta ser causante de una catástrofe, pero no. Su madre es la primera en soltar un grito de emoción cómo pocas veces había visto y de abrazar a su hija con fuerza. Hay aplausos en la sala y las felicitaciones se suceden unas detrás de otras durante un buen rato.
-Ai Hugo qué ilusión me ha hecho -dice mi señora suegra plantándome un sonoro beso en la mejilla.
-Y a mí, no se imagina cuanto -admito abrazándola.
-Que no me trates de usted hombre ya -exige golpeando mi mejilla con suavidad- ¡Que voy a ser abuela! -exclama de nuevo y se marcha contenta a repetirle el discursito a todo el mundo.
En medio del enfásis y alegría general, la chica más guapa que he conocido, me golpea el brazo con suavidad y se apoya en mi hombro mojándose los labios.
-Ha salido bien ¿no? -dice mirando hacia el resto de la gente, familia, amigos, compañeros del equipo que comentan ilusionados la noticia- todos parecen muy  felices por nosotros.
-Sí...-admito sonríendole de reojo y rodeando su cintura-¿Tú estás feliz?
Aunque sé la respuesta, mi pregunta es obligada después de que haya decidido apartarse de los escenarios durante un tiempo.
-Soy muy feliz -contesta segura cómo pocas veces- quiero decir, se me va a hacer duro no trabajar -baja la mirada- pero es lo mejor, me lo debo, a mí, a ti -me señala y me besa en los labios- y a este...-susurra frotándose el abdomen.
A mí se me cae la baba, literalmente. Y ella se da cuenta. Se ríe.
-Si ahora pones esa cara de bobo ¿Qué vas a hacer cuando nazca? -pregunta acercándose a mi boca y me besa despacio antes de dejarme contestar.
-No lo sé -admito- pero bueno, contigo ya me he sacado un master en esto...-chasqueo la lengua.
-¿En qué? -pregunta divertida.
- En no saber ni pensar cada vez que me miras. -sonrío- ya sabes, ahora se me da un poco mejor.
Asiente lentamente, cómo mordiéndose los labios por no poder morderme la boca. Bueno, de hecho lo hace. Me besa en los labios y suelta el aire en una tremenda sonrisa. La quiero. Y me quiere. Nos queremos. Me arrastra junto a todos los demás. Y así, junto a ella, transcurre la noche, entre celebraciones y felicidad absoluta.
Llegamos a casa muy tarde. A ella le cuesta hasta tenerse en pie. Se deja caer en el colchón con un inmenso suspiro que derrocha cansancio por todas partes. Yo me tumbo a su lado, sin decir mucho más. Y sin el beso de buenas noches, los dos, nos quedamos dormidos. Pero su voz, tan bonita cómo horas antes, me despierta de madrugada.
-Hugo...-susurra acariciándome sin abrir los ojos.
-¿Si? -contesto sin saber muy bien que lo estoy haciendo.
-Quiero chocolate -suelta sin más con mimo
-¿Cómo? Cariño vuelve a dormir, has tenido un sueño y...-digo besando su frente.
-No he tenido ningún sueño idiota -responde incorporándose un poco- necesito comer chocolate, ahora.
-Será una broma...-me río quitándole importancia, pero ella sigue mirándome cómo si su vida dependiese de mí- ¿Tiene que ser ahora?
-Porfi -dice besándome la comisura de los labios- tengo muchas ganas.
-Joder...-resoplo levantándome de la cama- cómo empecemos así con los antojos, mal vamos.
Se ríe y sé de sobra que me mira el culo a través de la puerta, mientras bajo las escaleras.
-No te quejes -alza un poco la voz para que la escuche- si ya sabes que el chocolate me da ganas de todo... -dice sensual y divertida.
De hecho le da ganas de mucho más. Y esa noche no volvemos a dormir. De hecho, hacemos de todo, menos dormir Y me siento tan afortunado ahí, con ella, que creo que algún día, tendré que pagar un precio muy alto por todo el placer y la alegría que el amor provoca. Porque cada vez que grita mi nombre a mitad de los orgasmos o susurra un "te quiero", estoy un poquito más en deuda con la vida.