Vistas de página en total

lunes, 2 de febrero de 2015

PRIMERAS VECES.

Aquella noche, puestos a hablar de primeras veces y primeros lugares, no puede faltar el recuerdo más bonito que guardo con ella: nuestra primera visita, a la playa de nuestra vida.
Esa playa que visitaríamos meses después y que sería vértice fundamental de todo lo vivido con ella. Dicen que un lugar no puede contener en sí mismo sentimientos o incluso recuerdos, pero yo no lo creo así. Vivimos allí nuestro retiro de los escenarios, juntos, nos casamos allí, nos rencontramos allí e incluso fue el primer lugar al que fuimos cuando nos dijimos te quiero por primera vez.
Aquella primera vez...
Creo que nunca os he contado del todo aquel día. Sí es cierto, que intenté explicar aquella sensación que me recorrió el cuerpo cuando bajó corriendo del escenario y con un abrazo que llenaría ciudades, países y mundos, me dijo que me quería. Pero quizás no fui lo suficientemente sincero con todo lo que pasó y me dijo aquella noche. Creo que os habré descrito mil veces aquella playa pero a veces, describir sitios como aquel una y otra vez, no cuesta nada. Todo lo contrario.
Era tan de noche que casi ni nos veíamos. Solo había luces de las casas a lo lejos que se extendían por la costa. Arriba de todo del acantilado, había una casa blanca, grande y que sobresalía de entre las demás. La misma casa que yo compraría un año después y en la que viviríamos tantas cosas. Recuerdo que la arena estaba fría porque era invierno pero nos dio exactamente igual. Caminamos descalzos, corríamos por la arena y no nos importaba una mierda. Nos confesamos mil cosas aquella noche. Y probablemente mil más de las que os he contado. 
- Gracias...-murmuró de repente mirándome a los ojos.
-¿Por qué? -contesté por inercia, o por amor, no lo sé.
-No sé, es que eres diferente a todos los hombres con los que he estado Hugo -hizo una media sonrisa cargada de ternura y me acarició la mejilla.Sonreí y recuerdo que se me escapó una leve risa que a ella le pareció preciosa.- me das amor solo con la mirada...
-Conmigo amor no te va a faltar nunca -reí acariciándole las comisuras de los labios- y si te falta, lo hacemos.
Fue cierto, casi tanto como el beso de justo después, no nos faltó nunca el amor. A pesar de todas las idas y venidas, a pesar de irnos cuando ya nos habíamos marchado hace tiempo, a pesar de todo eso, el amor siempre estuvo ahí. Y quizás, el amor a veces enrede mucho más las cosas.
Mis manos viajaron por el filo de sus caderas y se colaron por la camiseta. Ya me había frenado ocho mil veces aquella noche, pero me daba igual. Le devoraba el cuello y ella suspiraba en silencio, calmada.
-Te quiero...-murmuró en un instante que nuestros ojos se cruzaron. Y sonó muy bien. Sonó maravillosamente bien. En aquel momento los te quieros que salían de su boca todavía eran contados. Y cada uno me sonaba mejor que el anterior.
-Yo también te quiero...
Fue todo lo que pude decir. Juro que me hubiese gustado decirle mucho más. Me hubiese declarado allí mismo, le habría pedido matrimonio y le hubiese prometido hasta una luna de miel en el puto Caribe.
Pero en vez de eso, me quedé callado. Porque creo que allí fue cuando ella comenzó a entender mis silencios, que decían mucho más de lo que parecían. Y mis besos de después también.
Le rocé la boca con los dedos. Sonrió entre medias, y tuve la sensación de que su sonrisa se me quedaba ahí, entre las manos. Nunca he deseado tanto besar unos labios, como con ella. Tiró de mi nuca frenando la lentitud que me apetecía dedicarle al momento, y me besó con fuerza. Empujó mi cuerpo con fuerza hacia abajo y acarició el final de mi espalda.
Me dolió aquel besó. Entre el corazón y el estómago me pasó una corriente que llegó a dolerme realmente. Después me levanté y me coloqué a su lado. Apoyó su cabeza en mi pecho y respiró tan suave, que no quería ni respirar por no dejar de escucharla a ella.
-Me gusta esta playa...-comentó en algún momento de la noche.- es como si, no sé....-titubeó unos segundos- hay paz aquí ¿Sabes?
En aquel momento aquello me pareció absurdo. Yo solo la consideraba una playa más a la que había llevado a la chica que me gustaba. No creía en eso de que los lugares encierran cosas.
-Aquí estamos nosotros cariño, sin más...-reí haciendo círculos en el borde de su camiseta.
-No idiota...-se giró hacia mí para poder explicármelo bien- ¿No te sientes como si no tuvieses ningunas ganas de que saliese el sol? ¿De quedarnos en este momento exacto? -quise asentir como nunca, pero no me salió- pues esa sensación no solo es nuestra, una playa que te gusta hasta de noche, es una playa que vale la pena.
Y aquello se quedó allí. Después me abrazó y yo solo pude mirarla el resto de la noche. Verla como puede alguien contemplar las estrellas. Era preciosa. Lo es. Y lo sería junto a mí, porque nos imaginé juntos en aquel momento.
Su descripción de la playa se cumple hasta hoy. Siempre que he vuelto allí con ella, he tenido la misma sensación. La de querer quedarme en ese momento exacto, toda la vida.

Ha habido tantos primeros momentos, tantas primeras sensaciones, que me sería difícil explicarlas todas, una por una. Pero si algo recuerdo con claridad de todo esto, fue la primera vez en toda mi vida, que sentí que el mundo se me subía a los hombros y me tiraba hacia abajo: cuando huyó de mí en aquel aeropuerto, tras habernos reencontrado en los premios que seguiría ganando toda su vida.
Recuerdo como la llevé aquel día en coche, las ganas que tenía de que perdiese ese avión. El miedo que me subía hasta la garganta solo con pensar que se terminaría todo. Habíamos salido volando del hotel, se montó en el coche y me ordenó que acelerase todo lo posible. Le prometí que lo haría, que no se preocupase porque pisaría a fondo. Le mentí. Fui todo lo despacio que pude, porque solo deseaba que el avión se fuese sin ella. Que la dejase aquí, conmigo, para que pudiesemos terminar de resolver todo lo que teníamos entre las manos.
También recuerdo que entre corazones palpitando a mil por hora y nervios flotando en el aire, sonó nuestra canción en la radio. Me sentí, como dice la letra, el más cobarde del mundo, por no frenar el coche y decirle: mira cariño, que te quiero, que no quiero que te vayas porque te necesito.
No lo hice, detuve el coche en la parada de taxis del aeropuerto y me bajé para ayudarla con la maleta, en una conversación, que nunca os he contado entera. Porque hay cosas que se te clavan tanto, que son demasiado complicadas de contar.
-¿Quieres que te acompañe hasta dentro?- pregunté porque me aterraba la idea de que realmente se fuese.
-No tranquilo, no hace falta...-me sonríe y da un par de pasos que sé que siempre son el anticipo de una despedida- bueno...-me da dos besos que en ese momento me parecieron dos bofetadas- cuidate ¿vale?- acaricia mi brazo. Una. Dos. Y tres veces. A la tercera le agarro la cintura.
-No te vayas. -suelto de repente. Lo dije porque llevaba pensándolo desde hacía meses. Porque aunque no estuviesemos juntos, yo la sentía mía. Y es que eso es el amor, sentirte de alguien que es tuyo, sin serlo.
Abre un poco los ojos. No se lo espera. Los cierra unos instantes y los vuelve a abrir para que no se note que se ha puesto nerviosa.
-Hugo no hagas esto...-bufa y se aleja un poco de mí- tengo que irme ya, o perderé el avión.
-Piérdelo -contesté desafiante. Se queda callada, y espero durante unos segundos que me parecen años que diga algo, que nunca llega.- vamos nena, lo sabes tan bien como yo.
Contiene las explosiones que deben estar ocurriendo en su pecho y em su cabeza y suspira.
-Vamos Hugo, ¿Qué coño es eso que sé tan bien?- sus ojos centellearon al cruzarse con los míos.
-Que no puedes intentar huir de la persona con la que estaba escrito que pasaría el resto de tu vida.
Se queda callada y creo que durante un momento,duda. Me mira, y no me mira como los demás. Ella me mira, y me ve. No recuerdo la última vez que alguien me haya mirado así.
-Sabes que esto es un error, no podemos hacer como si nada...-trata de ordenar las palabras pero sabe que está diciendo cosas que no piensa.- no quiero volver a nada de lo que teníamos. Se ha terminado.
Intenta por décima vez, dar un paso atrás y cruzar la puerta de una vez por todas pero mi voz, un poco más alga que antes, la detiene.
-Claro que quieres...-digo con decisión- te necesito, necesito que te quedes a mi lado. Y estoy dispuesto a seguir intentando que vuelvas conmigo porque ya no sé vivir sin ti.
-No pretendas hacerme esto ahora, no tienes ningún derecho...-las palabras comienzan a salir rotas de su boca- ya nos hemos jodido bastante la vida ¿No crees?
Sé que es una pregunta retórica, pero quiero contestarle que no. Que no lo creo. Que lo único que creo es que nos hacemos la vida más bonita, juntos.
-Malú...-sostengo su mano durante exactamente cuatros segundos- te quiero.
No puede contener más las lagrimas y se seca con rapidez la primera que se desliza por su mejilla.
-Es que joder Hugo...-toma aire para continuar- me lo has dicho tú alguna vez, y yo te lo repito ahora...-dice ya entre sollozos- ya no quiero creerte.
Fue lo último que dijo. Tras aquello , se dio la vuelta y se marchó. Se fue. No supe qué hacer. No fui capaz de ir tras ella. Perdí el tren con ella aquel día. La oportunidad, la posibilidad de hacer las cosas bien. En aquel momento, lo supe con certeza: ella era vida, y como la vida: ocurría solo una vez para alguien.

Aquella fue la primera vez que me sentí completamente hundido.A ese día, le sucedieron otros tantos, otra visita a nuestra playa meses después, otra reconciliación y alguna discusión más que terminaría por desembocar en el que fue el día más importante de mi vida: me casé con ella, con la seguridad de hacer las cosas bien y jamás sentí la plenitud de la felicidad llenarme los pulmones, de la manera que lo sentí aquel día.
Tras bailar hasta reventar, nos quedamos descalzos, huimos de lo que quedaba de fiesta y la llevé en brazos hasta la piscina de nuestra casa, abrí un par de cervezas y nos sentamos en el borde del extenso porche, dejando nuestros pies colgando sobre el abismo.
Apoyó su cabeza en mi hombro y suspiró como nunca lo había hecho.
-Ha sido un buen día, ¿No crees? -sonríe y me besa los labios rápidamente. Le saben a cerveza.
-El mejor -afirmo rodeando su cintura por detrás.- ha sido un sueño.
-Te aseguro que lo ha sido...-se revuelve el pelo y mira un poco hacia abajo, pero le entra un poco el vértigo y me aprieta la mano con fuerza.
-¿Y ahora qué?- pregunto mirando a lo lejos.
-¿Cómo?
-Si bueno, hemos llegado hasta aquí, era lo que deseabamos, casarnos...-sonrío- llevamos un año esperando esto, ¿Ahora qué?
Le parece tan tierno lo que digo que se acerca un poco más a mí y me termina por desabrochar la corbata y la lanza hacia atrás.
-Los sueños son el Norte de todo el mundo Hugo...-entrelaza nuestras manos y juguetea con ellas unos instantes- si los cumples debes ir hacia el Sur.
Suelto una carcajada y le coloco el pelo.
-¿Eso qué quiere decir? -entrecierro los ojos.
-Que ahora todo es nuevo, vamos hacia otro sitio...-suspira- pero vamos juntos.
Me mira. La miro. Es una de esas miradas que dicen que quieres tanto a una persona que la echas de menos inlcuso cuando la tienes en frente. La estrecho fuerte contra mí.
-¿Te he dicho ya lo guapo que estás hoy? -pregunta ladeando la cabeza y mordiéndose los labios.
-No, pero tu madre me lo ha dicho unas cuantas veces...-me hago el loco y se me escapa la risa- tú estás preciosa.
-¿Si? Del uno al diez ¿Cuanto? -pone morritos, aprovecho, y la beso.
-Uno...
-¿Solo uno? ¿En serio? -frunce el ceño.
-Dos...-susurro y vuelvo a besarla- tres...-el beso se repite- cuatro...cinco...
Me aparta y aterrizo en su cuello.
-¿Puedo seguir hasta cien? -alzo las cejas y sonrío sujetando su barbilla.
-Puedes...-se baja un tirante de su vestido, y mi siguiente beso aterrriza justo en ese lugar.
Pasamos las horas así, entre besos, más que besos y conversaciones que deseaba que nunca terminasen. Me encantaba hablar con ella. Todo lo que decía era como añadirle una exclamación a un puñado de frases corrientes. Imaginamos nuestro futuro juntos aquel día.
-No eligirás el nombre de nuestros hijos tú solo, que ni se te pase por la cabeza...-advirtió muy seria cuando ya estábamos tumbados en la cama.
-Si es niña lo elijo yo, y si es niño tú...-me encojo de hombros- es un buen trato.
-Acabaremos teniendo gemelos y a ver quién se pone de acuerdo...-ríe estirando el cuello.
-Si son niñas...-dudo pensativo- Natalia y Alicia, ¿Qué te parece?
-Prefiero discutirlo cuando las tengamos cariño...-me acaricia el pecho y acerca la cabeza al sitio donde habitualmente tengo el corazón. Excepto cuando pasa por delante, que parece que me baila por todo el cuerpo, y la sangre va más rápido y las venas explotan.
-Vaya...-susurra- te palpita bastante rápido...¿Estás nervioso?- sonríe- ¿Tanta impresión te causa verme desnuda?
-Es el amor -contesto rápidamente.
Le gusta tanto mi respuesta que me besa con fuerza y me acaricia el cuello. Es en ese momento cuando lo tengo claro: no es quién te roba el corazón, sino quién te hace sentir que lo tienes.

martes, 20 de enero de 2015

ESPECIAL UN AÑO. PARTE PRIMERA

No fue un invierno normal. Y tampoco fue aquel inicio de primavera. Habíamos llegado a casa y era la hora de la cena. Veníamos de Sevilla. Del bautizo de mi sobrino. Del hijo de Jose y Helena. Estábamos todos más que cansados, pero habíamos llegado a casa con la luz que transmiten las familias en esos días que son totalmente felices. Recuerdo que hacía mucho viento y sabíamos que la tormenta se prolongaría durante toda la noche. Lucía llevaba de la mano a una de las gemelas, Lucas seguía jugando con su balón y Malú llevaba a la otra niña en brazos. Cerré el maletero del coche y abrí la puerta de casa, mientras todos esperaban impacientes a que lo hiciese.
- Papá enciende la luz, no veo nada...-pidió Lucía dando un par de pasos hacia delante.
Presioné el interruptor un par de veces y ninguna de las luces de la entrada se inmutaron.
-Hugo, por favor, ¿Quieres encender las luces?-se quejó mi mujer con aire cansado
-Eso intento cariño, pero no funcionan...-la miré de reojo- creo que se ha ido la luz.
-¿Cómo que se ha ido la luz? Papá hoy hay partido, necesito la televisión -advirtió Lucas caminando decidido hacia el interior para ayudarme con la ojeada al cuadro de luces de la pared.
-Pues me temo que te vas a quedar sin verlo, esto no va. -saqué el teléfono del bolsillo para llamar a la empresa eléctrica, mientras todos me miraban expectantes, incluso las gemelas empezaban a llorar por llevar diez minutos en la puerta.- No habrá luz hasta mañana.
-¿Qué? Debes de estar de broma...¿Y cómo hablo yo esta noche con mis amigas? -Lucía levantó la voz e hizo un amago de romper a llorar.
-¿Y mi partido? Papá no puedo perdérmelo...
-Creo que sobreviviréis los dos...-intervino la chica de la sonrisa que servía para todo- poneros a buscar velas, Hugo tú pide una pizza. Mientras yo acuesto a las niñas, están muertas de sueño.
Tomó a ambas en brazos y subió las escaleras casi sin ver, pero parecía sabérselas de memoria.
-Ya habéis oído a vuestra madre, a buscar velas...-señalé la puerta de la cocina a los dos, que me miraron como si fuese el padre más aburrido del mundo mundial.
-Genial...-suspiró Lucía, que ya superaba los trece años- vaya nochecita nos espera.

Aquella noche pedimos la mejor pizza cuatro estaciones que he probado en mi vida. Colocamos velas por todo el salón y nos sentamos en los sillones muertos de hambre. A los niños empezaban a gustarles un poco más la idea de sobrevivir una noche sin electricidad en casa. Y Malú, estaba encantada de tener una rutina diferente a la de siempre.
-Cenar sin ver la tele es un aburrimiento...-Lucas dio un bocado a la pizza casi a la misma velocidad  que su madre.
-Cuando papá y yo nos conocimos, nos pasábamos hablando horas, antes que viendo la televisión...-me miró sonriendo- cariño, creo que los estamos educando mal.
-Mamá, tú y papá os conocistéis en la prehistoria, eso no cuenta...-puntualizó Lucía que rompió a reír a carcajadas con su hermano.
-¿Me estás llamando vieja? -se indignó rápidamente.
-Nena no han querido decir eso...
Y aunque lo hubiesen querido decir, sería absurdo. Llevaba los cuarenta y pocos, como si tuviese veinte. El cuerpazo seguía en su sitio, el pelo más corto, y la sonrisa cada vez más grande.
-Perdona que te diga, pero ni tú eres tan mayorcita, ni papá y yo nos conocimos hace tanto...-estiró su mano, buscando mi apoyo en aquella conversación y la apreté de inmediato.
-Ah si ¿Y cómo os conocistéis? -dio un sorbo de cocacola y nos miró a ambos a través del vaso.
-Eso -Lucas sonrió tranquilo- nunca nos lo habéis contado.
-Os lo hemos dicho muchas veces, nos conocimos en un estudio de música...-ambos nos miramos sin entender muy bien a dónde querían llegar con aquel tema.
-Ya pero nunca nos lo habéis contado paso a paso, que mola más...-mi hija mayor nos miraba a los dos con la misma actitud enigmática de su madre cuando quería saber a toda costa algo.


Malú me miró y supo que yo sabría contarlo mucho mejor que ella, nos reímos y empecé a hablar, porque aunque esta es una historia que posiblemente ya os sabréis de memoria, nunca se llega a contar realmente bien el comienzo de las cosas, y yo, nunca os lo he contado del todo.

Dicen que las primeras veces siempre marcan. Que señalan el camino a todo lo demás. Y que la primera vez que conoces a alguien será posiblemente el instante en el que todo cambie.
Cuando la conocí no lo supe. O si, no lo sé. Y ahora, pienso en ese momento, en ese cruce de miradas a través del cristal de aquel estudio de música, y me da la sensación de que no os he descrito nunca con exactitud lo que se me pasó por el corazón, por el estómago y por las ganas,  cuando la tuve de frente. Di un par de pasos al salir de aquella pecera de grabación. Me temblaron las piernas demasiado.
-Hola...-susurró levemente y entre risas. Más tarde supe que esa clase de susurro lo reservaba solo para personas especiales.
-Hola...-tartamudeé cómo si fuese imbécil y ella la chica más guapa que había visto nunca, que lo era- lo siento, es que nunca imaginé que te vería aquí.
-¿Dónde? ¿En un estudio de grabación? -miró hacia los lados sonriendo como si yo fuese tonto, y los que estaban allí, debieron de pensar lo mismo.
-No -puntualicé- me refiero a que nunca pensé que te vería de cerca.
Aquel fue un piropo cualquiera que en aquel momento no tuvo ningún sentido. Porque más allá de la admiración que sentía por ella, era una frase que le hubiese dicho a cualquiera. Pero también recuerdo que en aquel instante, se quedó callada. Mojó los labios y suspiró muy levemente mirándome. Fue como si se parase, como si algo le sucediese en el cuerpo o en el corazón.
-Pues encantada...-terminó por sonreír- ¿Cómo es tu nombre?
-Hugo, me llamo Hugo.
-Encantada Hugo. -dijo lo suficientemente bajito como para que el primer "Hugo" que saliese de su boca, se quedase solo para los dos.
Después empezó a soltarme un millón de piropos sobre lo bien que cantaba, que en ese momento me parecieron lo mejor del mundo y ahora los veo absurdos. Porque sé que eso realmente no lo pensó hasta mucho después, simplemente me lo dijo como una de esas cosas que solía decir con su carisma natural y maravilloso, tratando hacer sentir bien a cualquiera.
Después vino esa cena-celebración a la que ella casi se negó a venir. Ahora lo pienso ¿Y si realmente se hubiese echado atrás y aquella noche no hubiésemos compartido taxi y vuelta a casa? ¿Nos habría pasado lo mismo?
De hecho, en ese taxi, surgió prácticamente todo. Cruzamos varias frases con la seguridad de que nos habíamos gustado desde el primer momento. Y no había pasado ni una hora.
-¿Vives solo? ¿A caso un chico tan guapo cómo tú no tiene novia? -sonrió a matar.
Me dijo esa frase. Aunque ahora os parezca mentira, la dijo. Tal cual. Y eso es una de las cosas que más me gustan de ella, nunca le ha importado hacer preguntas directas y yendo a lo verdaderamente importante.
Me reí y me sacudí el pelo.
-Bueno...-me aclaré la voz, nervioso.- supongo que todavía no he encontrado a la chica adecuada, ganas la verdad no me faltan. Vivir solo en Madrid es complicado.
-Pues ya sabes...-suspiró apoyándose en la ventanilla- cuando quieras me llamas y te hago compañía.-añadió una risa al final, para que su frase no sonase tan directa.
-No me lo digas dos veces.
Y en ese instante, el taxi se paró. No me dio tiempo a contarle que sí, que la llamaría toda la vida y más, para que me hiciese compañía en aquella casa que se me hacía gigante. Y bueno, yo todavía no lo sabía, pero antes de pronunciar aquella frase, ya había encontrado a la chica adecuada.
En aquella cena de aquel restaurante en cuyo baño nos encontraríamos meses después, hablamos de todo con todos. Nos dedicamos miradas en medio del alboroto general. Bebía vino y a través de la copa me clavaba los ojos esos que tiene. Yo sonreía. Solo podía sonreír. Parecía imbécil.
-Mierda, no encuentro las llaves del coche...-murmuró cuando el taxi nos dejó de nuevo en el estudio.
Rebuscó por su bolso una y otra vez. Y puso esa mirada de angustia que le sale tan bien.
-Tranquila, tengo el coche aparcado un poco más adelante, te llevo yo -me ofrecí sonriente.
-¿En serio?  Dios, eres un sol Hugo -dijo cogiendo tanto aire, que pareció que iba a explotar.
Luego me besó en la mejilla y dimos nuestro primer paseo a solas por Madrid. Años más tarde me confesó que aquel día nunca perdió realmente las llaves. Una razón más para estar colado por ella.

Recuerdo que caminábamos por la calle y hacía tanto frío que se frotó los hombros en busca de calor.
-Ten...-coloqué mi chaqueta sobre su fino jersey y por primera vez, le rocé la piel más allá de la ropa.
-Gracias -murmuró.
Desde aquel momento jugó con ventaja. Porque la miré y se me notó que no hubiese necesitado mirar nunca a nadie más. Se rió y empezó a hablarme de cosas tan absurdas como que llevaba demasiado tiempo sin probar el puchero sevillano de su abuela. Nos reímos a la vez.
-No te lo tomes a coña, es una de las cosas que más echo de menos en toda mi vida -dijo tan seria, que pensé que se había enfadado.
-Bueno, si alguna vez coincidimos en Sevilla juntos, prométeme invitarme a ese puchero .-rogué mirándola de reojo.
-Te lo prometo -asintió.
Y la promesa le quedó demasiado bien en los labios. Y tuve tal impulso por besarlos, que me asusté un poco.
¿Sabéis qué es lo más subrreal de todo? Que aquel día, en aquel paseo de unos treinta minutos, terminamos hablando de Roma.
-Te lo juro, es uno de los sitios que más me apetecen visitar...-comenté mientras cruzábamos las ya desiertas calles.
-¡ Y a mí ! -exclamó de repente- de hecho creo que hasta tengo decidido el deseo que pediré en la fuente esa...¿Cómo se llama? -chasqueó los dedos.
-Fontana di Trevi -contesté- se llama Fontana di Trevi.
-Bueno pues eso -siguió hablando, ahora con acento más andaluz que nunca- quiero ir a hacer la tontería esa del deseo que dicen que se cumple.
-Eso es una leyenda, ¿Quién se va a creer que por tirar una moneda al agua se te cumpla el deseo ? -me reí quitándole importancia.
-Yo -contestó rápidamente- yo creo mucho en esas cosas. 
Levantó las cejas y se mordió un poco los labios. Me sorprendió mucho su respuesta, pero no se lo dije. Simplemente nos quedamos callados y se le volvió tan bonita la sonrisa y las maneras de quedarse callada, que quería ni hablar para no estropear el momento. Pero tuve que hacerlo.
-Bien pues, si al final algún día vas a Roma y se cumple el deseo que sea que vayas a pedir...-reí- avísame, que voy yo también y me pido uno.
-Vale, el día que vaya y lo haga, te mandaré una foto -se colocó el pelo detrás de la oreja y se rió tan bonito y tan bien, que me quedé un poco estancado en aquella risa.
Lo que ni ella ni yo sabíamos es que el deseo lo pediríamos juntos. Cogidos de la mano de espaldas a la fuente. Que después llovería y volveríamos corriendo al hotel como dos locos que quieren contarse los lunares de la espalda una y otra vez. En realidad, hemos vuelto a aquella fuente demasiadas veces, nos hemos perdido por aquellas calles y hemos llorado y reído frente a ella.
Cuando llegamos a mi coche, me echó un par de piropos sobre lo bonito que era. E incluso me preguntó que como alguien que por aquel entonces cantaba en la calle, podía tener un coche como aquel:
-Bueno, digamos que he ahorrado mucho...-comenté vacilante, y ella levantó las cejas sin creerme ni una palabra- trabajé un año de abogado, antes de dedicarme a esto.
-No te pega ser abogado -dijo de inmediato y negó con la cabeza.
En aquel momento tuvo razón, aunque no se la di. Jamás terminé la carrera de abogado porque me aburría tremendamente, y no me llenaba, Lo supo incluso antes de saberlo realmente.
Cuando la llevé a casa, bajé antes del coche para abrirle la puerta. Levanté un poco la cabeza, y vi su casa desde la verja de fuera. La fachada era de un color oscuro, que más tarde ella y yo repintaríamos a uno más claro.
-Buen pues...-se acercó para darme dos besos y unas gracias que me sonarían demasiado bien por aquel entonces.
Pero fui rápido por primera vez en toda la noche, le agarré la cintura y se los di yo primero. Y en ese momento, deseé que la felicidad fuese tan fácil como ver su sonrisa tan de cerca.
-Hasta la próxima Hugo...-dijo apartándose lentamente. Fue el quinto Hugo que pronunció en toda la noche, y ya me había vuelto loco.
-¿Te veré mañana? -pregunté mientras la veía cruzar el portal. El portal que atravesaríamos juntos tantas veces.
-Bueno, a partir de ahora, creo que tendrás la suerte de verme muy a menudo...-suspiró apoyándose en el marco de la puerta y haciendo un leve gesto con la mano.
Tenía razón. Porque ella y nosotros, somos en lo que pienso cada vez que alguien habla de la suerte. Suerte fue coger aquel taxi juntos. Suerte fue que simulase haber perdido las llaves.  Y la surte estuvo en todo lo que tuviese que ver con nosotros desde entonces.
-Espero verte mañana...-sonreí metiéndome en el coche.
Y mientras la veía atravesar la puerta de su casa, reconozco que me invadió el miedo de perderla antes de saber cómo era vivir teniéndola a mi lado. Pero desde que vi su sonrisa apuntándome a los ojos, creo en las casualidades de por vida.


domingo, 2 de noviembre de 2014

CAPÍTULO ESPECIAL PARTE II

Tras aquello, se quedó callada. Rompió a llorar como quién se rompe de vez en cuando la sonrisa y necesita llorar porque sí. Esta vez, fue ella la que me abrazó. Se abalanzó sobre mi cuerpo y se anudó en mi nuca con la misma fuerza con la que lloraba. Le rodeé la espalda con un brazo y le acaricié el pelo.
-Shhh....-susurré en su oído- tranquila mi vida...
"Tranquila", tuve los cojones de decirle eso, cuando en esos instantes habría estado más tranquilo con una bomba entre las manos, que con su llanto formándome un nudo en el estómago.
-Lo siento Hugo....lo siento mucho...-alternó palabras entre suspiros ahogados- pero no sé arreglar esto...
Hice una media sonrisa entre pena y ternura. Cuando se sacaba la coraza de las discusiones y se mostraba dulce y real...no sé, creo que incluso me gustaba aún más.
-Lo arreglaremos....-sujeté su cara entre mis manos y le limpié las lágrimas.
-¿Me lo prometes? -musitó muy bajito.
- Escúchame -repetí tratando de calmarla- solo necesitamos descansar unos días aquí, pensar y pasar tiempo juntos. Lo solucionaremos.
Asintió y hundió la cara entre sus manos de nuevo.
Lo que acababa de decirle era verdad. Una vez leí en un libro que cada cierto tiempo es necesario, parar el mundo, para volver a ponerlo en marcha de nuevo. Parar el mundo es decidir conscientemente que vas a salir de él para mejorarlo y mejorarte. Bastaba con alimentarte de buena música, de buen cine, y de una buena conversación con la persona que más te inspire. Porque el mundo nadie puede pararlo solo, es necesario como mínimo, otra persona para que esto funcione. Y así lo había decidido, pararíamos nuestro mundo juntos, para arreglarlo, y ponerlo en marcha de nuevo.

Aquella mañana, cuando se tranquilizó, le llevé el desayuno a la cama. El sol ya entraba con fuerza por las ventanas y si algo me gustaba, era ver como le daba en la cara, y entrecerraba los ojos con una sonrisa que parecía llevar practicando toda la vida. Desayunamos tostadas. Siempre que nos íbamos de viaje, las pedíamos en todos los hoteles, con mermeladas de todos los sabores posibles. Nos encantaba.
-Gracias...-sonrió timidamente mientras le dejaba la bandeja sobre el colchón.
-¿Te apetece un paseo por la playa después de desayunar? -pregunté metiéndome en el baño, para dejarla desayunar tranquila y darme una ducha.
-Tengo un plan mejor...-sugirió entre bocado y bocado.
Y en efecto, lo tenía.
Aquella mañana le dio por irnos a correr, para generar endorfinas, me dijo. Y porque sudar, juntos, a veces se puede hacer de diferentes formas a la que nosotros estábamos acostumbrados. Ya me entendéis.
La colina del pueblo, era el mejor sitio para largarse a desconectar entre carrera y carrera. El camino, ,hasta los acantilados, y las casas de la playa parecían minúsculas al lado de cualquiera que tuviese el privilegio de formar parte de  aquellas vistas.
-¿Ya estás cansado?- preguntó cuando llevábamos ya media hora sorteando un camino de piedras.
-¿Quién? ¿Yo? No -negué entre suspiros ahogados.
-No sé cuantas veces habré escuchado esa respuesta...-rió- y no precisamente mientras salimos a correr.
Aceleró el ritmo. Y me sonrió como una idiota mientas conseguía dejarme atrás. Lo admito, si seguí corriendo, sudando y ahogándome entre medias, fue por verla haciendo a ella lo mismo, con el pelo recogido y la sonrisa en la boca.
Llegamos a la cima tiempo después. Ella con su energía increíble y yo...bueno, yo me conformaba con el ver sus curvas con la playa de fondo.
-Ha sido increíble...-cogió mucho aire y se soltó la melena en apenas segundos.
-Esto sí que es increíble....-levanté la vista y giré sus hombros para que ella hiciese lo mismo.
No hubiese encontrado un sitio mejor en el mundo, que aquel. Os lo prometo. Era una postal de verano, delante de nosotros. El mar, la playa, las casas, los árboles rodeándolo todo. 
-Nena...-suspiré sonriente rodenado su cintura- gracias por hacerme buscarte en este sitio.
Sonrió y me apretó el cuerpo contra el suyo. Reímos a la vez.
-Gracias a ti por buscarme...-hizo una media sonrisa y entrecerró un poco los ojos, mirando hacia el mar.
-¿Qué haces?- pregunté mientras la observaba.
-Una fotografía, con los ojos...-se rió tímidamente como si sólo ella misma se comprendiera- ya verás, prueba...
Lo hice. Imité sus movimientos y funcionaba. Sonrió triunfante porque había entendido su absurda manía. Una cosa más para la lista de cosas que me gustan de ella. Ya he perdido la cuenta.

El camino de vuelta no lo recuerdo del todo. Pero tampoco importa. No sé qué hicimos o por dónde fuimos. Yo sólo hablaba de cualquier tontería y ella sonreía como quién lleva haciéndolo toda la vida. Llevaba las maneras del verano implantadas en la forma de caminar, y yo no recuerdo nada igual desde entonces. Os lo juro.

Aquel día cociné yo. Hacía muchísimo tiempo que no cocinaba para los dos, y sabía lo mucho que le gustaba que lo hiciese. Se sentó a la mesa, paciente, y entrelazó las manos.
-¿Voy a tener que esperar mucho tiempo más? -alzó la voz hacia la cocina,
-Ya voy....-contesté cogiendo con ambas manos la bandeja y colocándola sobre la mesa de la terraza segundos después.
-¿Pasta? -alzó las cejas con una mueca de desaprobación- ¿Pero cómo puedes ser tan típico de cocinarme pasta?
-Estamos en Italia, ¿Qué pretendías? -sonreí tratando de arreglarlo.
Sacudió la cabeza y se le escapó la sonrisa. Se sirvió. Nos servimos. Le gustó la comida. Hablamos, hablamos mucho y de todo, entre el vino, el café de después y el helado de postre. De chocolate, cómo no. Se manchó los labios, y la nariz y casi casi los mofletes. Estallé en carcajadas.
-En vez de reírte, podías limpiarme, ¿No crees?
Me quedé callado, la miré y moví mi silla hasta colocarla junto a la suya. Se quedó embobada sin comprender nada. Cogí una servilleta y le limpié con muchísimo cuidado el helado esparcido por su cara.
-Ahora tenemos un problema....-susurré sin dejar de mirarla.
-¿Cuál? -musitó.
-Estoy demasiado cerca, como para no querer besarte.
Levantó un poco las cejas y juraría que incluso se puso un poco roja. Supongo que se debatía entre seguir haciéndose la dura un par de días más, o besarme. Agachó un poco la cabeza y suspiró.
Se acercó a un par de palmos de mi boca y colocó sus dedos en mi nuca. Juro que no pude moverme. Sólo moví los labios cuando los colocó sobre los míos. Nos besamos y duró segundos. Después, sonrió y me acarició las comisuras de la boca.
-Ha sido demasiado fácil -apunté sonriente- ¿Tiene truco?
-No -negó con muchísima seguridad- pero hazme un favor, desde ahora, hasta el resto de nuestra vida...-hizo una pausa.- no vuelvas a preguntarme si puedes besarme, estropea la magia.
Me guiñó un ojo y se levantó de la mesa, actuando cómo si todo lo supiese. Tuve que reírme y seguirla. Como siempre."¿Vemos una peli? "preguntó entrando en casa. Y admito que lo sentí, nuestros mundos comenzaban a moverse.

Esa tarde vimos Titanic. La habíamos visto un millón de veces, juntos. Era nuestra película favorita. Y todas las veces terminaban igual, con ella llorando a mares.
-Ni que fuese la primera vez que la ves...-reí secándole las lágrimas.
-Siempre es igual de triste -gimió- ¿Por qué tiene que acabar así?
-Cariño, la película es así...no le des más vueltas.
Recolocó la cabeza sobre mi hombro y cerró un poco los ojos. Le acaricié el pelo.
-No, si en el fondo me gusta verla...-reconoció- me hace darme cuenta de lo realmente importante..
Sonreí y besé su frente.
-¿Sabes una cosa? -añadió secándose la cara con la palma de las manos.- a veces no soy consciente de la suerte que tenemos tú y yo. Quiero decir, trabajamos en lo que nos gusta, tenemos una familia maravillosa y a pesar de discutir y tener mil problemas, nos queremos.
-Estoy muy de acuerdo -admití sonriente.
- Eso es lo realmente importante....-siguió hablando como si no me hubiese escuchado- nos queremos...

Sé que aquel día tuvo razón. Porque era verdad, si algo había de importante en arreglar las cosas era que nos queríamos. Y es que yo nunca he creído en nada que no se arregle con amor.

Los días de aquella semana pasaron y yo sentía que las cosas volvían poco a poco a su lugar. Hablábamos de todo, escuchábamos música, nos bañábamos en el mar, y no recuerdo una sola discusión en todo ese tiempo. Pero, manteníamos una cierta distancia entre ambos: yo porque no quería correr demasiado, y ella porque era demasiado prudente para estas cosas.
Una de las últimas noches, caminábamos por la playa. La gente del pueblo apenas seguía despierta, sólo algún bar cercano al paseo. Nos rodeábamos mutuamente la cintura.
-Oye, ¿Crees que Lucía terminará dedicándose a esto, a lo nuestro? -frunció el ceño- yo le veo maneras ya eh...
-¿Te gustaría? -pregunté dándole un leve empujón.
-Hugo yo quiero que haga lo que ella quiera hacer... -dijo mirándome sin creerse mucho lo que decía y terminó por reír- si empieza en la música, que sea dentro de unos añitos por favor, no quiero los mismos quebraderos de cabeza que tuvo que sufrir mi madre.
-Lucas apunta a futbolista, te lo digo yo -comenté hundiendo los pies en la arena- o a modelo. Y sabes, se parece mucho a su padre.
Alcé las cejas y me mordí los labios tratando de mostrar la sonrisa más irresistible del mundo.
Y funcionó a medias. Se quedó quieta y me miró cómo si estuviésemos en un duelo constante entre comernos o no comernos la boca.
-¿Ah si? -susurró dando un paso hacia mí- pues sí que va a salir guapo el niño...-alzó la mano y me acarició el pelo,- ya sabes, con este pelo, esta boca, estos ojos...-fue pasando los dedos por todos los rasgos de mi rostro y sonriendo cómo si las ganas le moviesen más que cualquier cosa.- este cuerpo...-metió las manos debajo de mi jersey y se rió de forma absurda.
Sabía que lo siguiente sería un beso así que echó a correr entre risas. La atrapé segundos después justo antes de que llegase al fin de la playa.
Se mordió los labios y tuve que mordérselos yo. Caímos en la arena, y pareció darle igual que hiciese frío o cualquier otro dato secundario. Nos besamos con tanta fuerza que casi me dolía la boca. No nos aguantábamos más. Rocé el fin de su vestido verde, más allá de las rodillas. Le acaricié las piernas y me devoró el cuello dejando marcas que supe que tardarían en irse.
-Para, para , para...-tuve que susurrar- vamos a casa mejor.
-Hugo....-volvió a besarme, estaba fuera de sí.
-Hace frío cariño...-esquivé su próximo beso y le agarré fuerte de las manos.
Asintió y se levantó del suelo, con rumbo fijo hacia casa. Nos llovió en el trayecto. Aunque parezca subrreal e idílico, nos llovió mientras subíamos corriendo de la mano las estrechas calles ya oscuras, por las horas que eran. Reía y sonreía a casa paso, y con ella, realmente no se cual de las dos es mejor.
Se apoyó en la puerta de la entrada y tiró con fuerza de mi cuerpo hacia el suyo. Estábamos calados del frío y empapados hasta los huesos. Los labios nos resbalaban. Introduje la llave en la cerradura a duras penas y saltó sobre mí anudando sus piernas a mi cintura, caminamos a trompicones al interior de la casa. No puede aguantarlo más, la subí sobre la mesa del comedor y le arranqué el vestido. Me sonrió y tiró de mi nuca con más ganas que otra cosa.. Las gotas de agua le recorrían el cuerpo y era todavía más bonito de lo que lo recordaba. Di un paso hacia atrás y me desabroché el cinturón, ella misma me quitó la camiseta. Me rozó el abdomen con las manos congeladas y juro que no he sentido sensación igual desde entonces. Una mezcla de nervios, calentón, amor y esa cosa abstracta que suponía el que me rozase la piel. Eso nunca logré describirlo. Le arranqué el sujetador y le aparté la larga melena  mojada que le cubría los pechos. Serpdió los labios y gimió cuando mi boca se hundió en ellos. Reímos. Fue tentador hacerlo sobre la mesa, muy muy tentador. Solo la imagen, me volvía loco. Pero más allá del sexo, aquello era una vuelta a lo que fuimos, al amor y una pieza más que pondría nuestros mundos en marcha de nuevo, así que necesité que fuese bonito. 
-Ven...
La cogí en brazos, medio desnuda y la tumbé junto a la chimenea, que llevaba encendida desde hacía horas. Protestó bastante pero tenía suficientes formas de callarla en esos momentos y de comerle las protestas a bocados.
Nos desnudamos. Y entre tanta rápidez  y ganas desenfrenadas, suspiró y se quedó quieta. Me acarició el pelo. Y me temblaron hasta los rodillas, os lo prometo. Luego supe que era uno de esos momentos en los que recuerdas lo que amas a la otra persona justo antes de hacer el amor. Nosotros teníamos muchos de esos momentos. Nos quedábamos quietos y lo pensábamos durante un milisegundo.
-Eres preciosa
Se me escaparon esas dos palabras, supongo que porque las pensaba demasiado y necesitaba soltarlas. Me sonrió.
-Calláte y hazme el amor.
Acto seguido me mordió los labios y la hice mía. Soltó un gemido ahogado y tiró de mi cuerpo todavía más hacia ella. La rocé hasta el infinito, se aferró a mi espalda y se movió como nunca.
 No fue un polvo rápido de reconciliación, ni un "aquí te pillo aquí te mato". Fue hacer el amor, sin más. Nos deslizamos lentamente y en el segundo asalto ya era ella la que estaba sobre mí. Yo la observaba desde abajo proclámandose diosa, y gritar y vaciarse por amor y por sexo y por todo lo bonito de los orgasmos.
Se tumbó a mi lado, sudando y agotada minutos después.
-Ha sido increíble...-suspiró con risa de por medio. 
Estiré el brazo y le acaricié el abdomen.
-¿Cuando has aprendido a hacer eso? -susurré en su cuello.
-¿Lo qúe? El....-gesticuló cual niña pequeña.
-Si, eso, ha sido...-suspiré.
-Ya sabes, mucha practica...-me guiña un ojo y me besa. Y cuando pienso que vamos a volver a la carga y mis manos se cuelan en su entrepierna con hambre feroz, me vuelve a empujar contra la manta.
-¿Crees que lo hemos arreglado ya? -preguntó mojándose los labios.- quiero decir, que ya podemos volver a casa y seguir con nuestra vida...
-Estamos en ello...-sonreí- pero todo irá de maravilla a partir de ahora...-la besé de nuevo.
-Te quiero mucho Hugo...-río mientras me colocaba sobre ella y le mordía el cuello.- Tú a mí también, ¿Verdad? -entornó la mirada.
Fruncí el ceño, la miré a los ojos.
-Eres el amor de mi vida...-dije con claridad- todo lo que tengo, todo lo que soy, es tuyo. Para siempre.
Tragó saliva y pegó nuestros cuerpos con muchísima fuerza. Creo que quiso emocionarse pero lo que escondió entre besos, y roces. Susurró un par de "te quiero" más en lo que restó de noche, y cada uno sonaba más bonito que el anterior. Volvimos a la carga. Una vez leí que nunca llegamos a tocar relamente a alguien, que son los electrones chocando entre sí lo que sentimos cuando nos rozan la piel. Que no existen los besos, ni las caricias, ni los paseos de dos dedos por la espalda. Pero aquella noche, yo, habría jurado, que le rozaba la piel. Más allá de cualquier principio fisíco, sin electrones de por medio, yo, hubiese jurado que la tocaba. Y eso, eso ya era amor.

Dos días después, terminamos nuestro viaje en Roma, nos cogimos un avión y volamos hacia nuestra ciudad. Fue un retorno al principio, a donde empezamos y donde siempre nos habíamos encontrado. Sentí un clic al llegar allí, otro más, nuestros mundos se pusieron en marcha de nuevo.
Aquel día, en frente de la Fontana de Trevi, estaba tontamente guapa. Llevaba el pelo recogido y una sonrisa de esas que te recuerdan que el mundo puede ser maravilloso.
-¿Crees que volveremos? -me preguntó a medio beso mientras me agarraba la mano.- siempre que tiramos una moneda, volvemos a estar aquí en circunstancias distintas, pero volvemos a estar aquí.
Sonreí, tenía razón.
-Volveremos -asentí- quizás con unos cuantos años y algún hijo más, pero volveremos.
Se ríe y vuelve a abrazarme.
Después de aquel día, fuimos felices. Vaya si lo fuimos. No tuvimos más hijos pero tampoco nos hizo falta. Lucía triunfó en la música y Lucas se licenció en arquitectura años después y alternó su trabajo con otro para una agencia de modelos. Las gemelas...bueno, la de las gemelas es otra historia bien larga, parecida a la nuestra.
Nosotros nos quisimos. La quise hasta el día en el que se fue, e incluso después. Jamás dejé de hacerlo. Y años después, seguimos viajando a Roma de vez en cuando. Y llegó un día que lo comprendí, ella nunca fue lo más bonito que me había pasado en la vida, porque ella siempre, siempre , era presente.


lunes, 20 de octubre de 2014

CAPÍTULO ESPECIAL PARTE PRIMERA.

Hoy es domingo. Nunca me han gustado mucho estos días. Y con nunca, me refiero a antes de conocerla a ella. Por que hoy es domingo, y tengo la seguridad de que lo primero que haré al levantarme de la cama, será dar un paseo por la playa con ella agarrada a mi cintura. Y sé que lo siguiente, será un baño en el mar, hasta que nuestros nietos lleguen para la hora de comer. Y lo último del día será ver su cara pegada a la mía antes de cerrar los ojos. O quizás, si tenemos un día bueno, lo último será escuchar un  disco juntos, elegido al azar, tumbados en la terraza con el mar de frente y el amor en el aire. Que es como mejor se vive.

-Hugo....-me dijo aquella mañana, mientras hundía los zapatos en la arena. Se ríe y me sujeta el brazo con fuerza. Se aparta el pelo, que lleva bastante corto, desde hace algunos años, y me mira.- quiero que nos vayamos de viaje.
-¿Otra vez? -sonrío. Desde que los dos nos habíamos relajado un poco en nuestras respectivas carreras, porque los años ya pesaban, viajábamos siempre que podíamos. Buenos Aires, Hawai, Nueva York, eran los últimos sitios que habíamos visitado.
-Sí cariño, otra vez... tengo ganas, ¿Sabes? -coge mucho aire y lo suelta lentamente por el frío que hace- llevamos demasiado tiempo aquí. O nos vamos de viaje o empezaré una gira nueva mañana mismo.
Soltamos una carcajada a la vez. Y se pega un poco más a mi cuerpo, me abrocha el abrigo hasta arriba de todo.
-¿A dónde nos vamos, nena? -pregunto cómo queriéndole decir sí a todo lo que me pida- tú eliges.
Sonríe y se muerde los labios con muchísima suavidad.
-Roma. -concluye.
Reconozco que mi corazón parece irse de fiesta cada vez que escucho el nombre de esa ciudad, dicho por ella. Porque, dicen que las ciudades guardan un poco de ti cuando las visitas y de nosotros, debía de guardar una vida, porque los momentos que vivimos allí, no los vive todo el mundo.
-¿A Roma? ¿Cuanto hace que no vamos por allí? ¿15 años? -me freno en seco.
-Desde la última vez...-sonríe tímidamente.-cuando tuviste que venir a salvarme, ¿Te acuerdas?
Lo recuerdo. Pero vosotros quizás no. Porque es cierto que la he ido a buscar a alguna que otra vez a la otra punta del mundo, pero ninguna como aquella. Estábamos casados, Lucía y Lucas estaban a punto de entrar al instituto y las gemelas, apenas tenían cinco años. Tuvimos una crisis. Por todo, porque ella quería seguir trabajando. Y yo también. Y teníamos cuatro hijos. Discutíamos todos los días y el mundo se nos caía encima demasiadas veces cómo para no sufrirlo.Estuvimos a horas de divorciarnos. Me dio un ultimatum, dejó a los niños con su madre y se marchó a un pueblecito de la costa de Italia, durante una semana. Dijo que necesitaba pensar y aclararse. Pero nadie más que yo sabe, que ella es de esas personas que les gusta perderse, solo por saber quién le buscaría. Y bueno....me tocó a mí hacerlo.

Positano, Italia. Quince años atrás.

No me costó demasiado ir tras ella aquella vez. Quiero decir, habría dado la vuelta al mundo solo para sorprenderla con una abrazo por la espalda. Aquello era pan comido.
Se había marchado dos días antes. Cogí el primer avión en cuanto llegué a casa después de aquel concierto y vi su nota en la mesa de la cocina. El viaje hasta Positano se me hizo eterno. Porque realmente lo era, y porque mis ganas de saber qué coño se le había pasado por la cabeza para irse, eran demasiadas. Alquilé un coche en el aeropuerto y conduje hasta la costa durante más de tres horas. Llegué de noche. Cuando las luces de las casas eran lo único que iluminaba la playa que rodeaba todo el pueblo. Habría sido un sitio de ensueño para una escapada romántica de esas que te hacen la vida un poco más larga. Las casas, parecían colgadas en acantilados. Ahora comprendía por qué había elegido este lugar para perderse. Era magia. Y todos sabemos, que cuando necesitas perderte, es mejor hacerlo en un lugar así. Tan mágico como ella.



Recorrí las estrechas calles en coche, hasta que tuve que seguir a pie, porque las callejuelas lo exigían. Me entretuve bastante hablando con una mujer en italiano, que supiese de su paradero. Sabía que no sería muy díficil encontrarla, ¿Cuántas personas vivirían ahí? ¿Cientos quizás? Ella no era una chica que pasase desapercibida. Hablé con bastante gente aquel día. Y la última, una mujer de unos cincuenta años, me señaló hacia la playa. Sonrió y soltó un par de palabras que nunca llegué a comprender. Pero supe que serían importantes.
La playa estaba rodeada de un paseo de piedras oscuras y claras. Había luz, porque el pueblo aún vivía de noche. Me saqué los zapatos y caminé por la arena. No me hicieron falta demasiados pasos para verla correr saliendo del mar. En bikini, y en plena primavera. Y con la melena hacia atrás, mojada y deslizándose por sus hombros. Llevaba estupendamente los 40, porque os juro, que seguía aparentando 15.
Me vio. Y no sé si es que no esperaba verme allí, o en realidad deseaba hacerlo. Y suspiraba aliviada. Caminó hasta unos metros después de la orilla y recogió su toalla del suelo. Se envolvió en ella, después clavó sus ojos en mí.
-¿Qué haces aquí? -preguntó.
Y yo me reí. Tuve que hacerlo.
-Cómo si no lo supieses ya -me encogí de hombros.
Bajó la mirada, porque sabía que aquella pregunta era tan evidente cómo poco necesaria.
-Vamos....-contestó saliendo de allí, con la indiferencia puesta y la rebeldía a trompicones.
Me llevó hasta su casa. O lo que sería su casa durante aquella semana. Estaba en uno de los acantilados más altos de la isla, pero fuimos andando, y en silencio, Porque los dos sabíamos que no sería momento de decirnos nada. Las paredes de la fachada eran blancas y del otro lado, un enorme porche colgaba sobre el mar. El interior, era muy como ella. Acogedor y bastante moderno. Los suelos de madera daban un aspecto tradicional que contrastaba perfectamente con el ambiente de la isla. Subió las pequeñas escaleras hasta lo que pareció ser su habitación y bajó segundos después con una especie de vestido-pijama que apenas le llegaba a las rodillas. Se lo hubiese arrancado en ese instante, si las circunstancias fuesen otras. La habría tumbado en el sofá o en la mesa del salón directamente y habríamos acabado como otras tantas veces. Entorné los ojos y cogí aire.
Se apoyó en la valla del porche, miró hacia el mar y se encendió un cigarro.
-Pensé que ya no fumabas...-de hecho, lo dejó un año antes de que naciesen las gemelas, jamás había vuelto a probar el tabaco.
-Pensaba que ya no seguirías diciéndome lo que tengo que hacer -me interrumpió- ¿Qué tal están los niños?
-Bien...-suspiré apoyándome en el marco de la puerta que daba a la terraza- siguen con tu madre, ni si quiera se han enterado de que me he ido.
Se quedó callada y yo empezaba a impacientarme por arreglar las cosas.
-Cariño, he venido, estoy aquí -abrí ligeramente los brazos- ¿Podemos hablar de una vez, por favor?
Se giró y se mordió los labios.
-Ah ¿Para eso has venido? -ladeó la cabeza.
-¿Tú qué crees? ¿Para qué iba a venir aquí si no es por ti?
-Quizás para descansar...-sugirió irónicamente- ya sabes, como estás siempre tan cansado por todo.
-No empecemos por favor....-resoplé.
-No podemos seguir así Hugo...-se cruzó de brazos y levantó suavemente una pierna, para enredarla en la otra.- voy a acabar por volverme loca.
-Lo sé, pero no sé cuál es el problema... Yo hago todo lo posible para que esto salga bien.
-¿Cómo? -pareció cambiarle la cara- ¿Que no sabes cuál es el problema? -bajó la mirada tratando de contenerse- yo te diré cuál es el puto problema -alzó la voz- el problema es que llegas a casa de malhumor todas las noches y la que tiene que pagarlo soy yo. El problema, es que, utilizas a los niños para quitarme la razón, siempre que al señorito le conviene.
Quise hablar, pero el intento habría sido en vano.
-El problema es que no me miras como antes -empezó a estallar de rabia y juro que el miedo me invadió el cuerpo- y ya no eres cariñoso, porque siempre estás cansado. ¿Y yo? ¿Yo no estoy cansada? Y una mierda Hugo. ¡Problemas tenemos miles, así que no me digas que no sabes cuál es el puñetero problema !
Se limpió las lágrimas tratando de aparentar la seguridad que nunca tenía en momentos como este.
-Cielo...
-No me llames así -advirtió- ni te atrevas.
Nos quedamos callados. Y no supe qué decir. Porque todo se me habría quedado en nada con ella en frente.
-Sabes que desde que murió tu padre, todo ha cambiado un poco y...-traté de explicarme.
-No utilices eso como excusa -negó rápidamente.
Resoplé y me acerqué a ella tratando de sujetar sus muñecas. Se revolvió pero terminó por ceder.
-He venido para solucionar las cosas -levanté su barbilla para obligarla a mirarme- así que, por favor, déjame hacerlo.
Me sostuvo la mirada. Y a mí me pareció que a un tornado le había dado por pasar por allí en ese instante. Porque no pudo mirarme con más rabia junta.
-Creo que ha sido un error que vinieses....-murmuró deshaciéndose de mis manos y caminando hacia el interior de la casa- márchate, quiero estar sola lo que queda de semana.
Se metió en la cama minutos después. Aunque supe que no dormiría. Dejé pasar las horas y de madrugada, entré en su habitación y la vi sentada, en posición de indio sobre el colchón.
Tenía los ojos más rojos que hubiese visto jamás. No dije nada, tampoco me apetecía. Me senté a su lado y le acaricié el pelo. Se dejó hacerlo, porque a pesar de toda la rabia, de todos los problemas que acarreábamos, estábamos hechos para estar el uno junto al otro, siempre. Rodeé sus hombros y rompió a llorar tan fuerte, que reconozco que me asusté. Supongo que lo hizo por impotencia o por no saber arreglar las cosas. La obligué a tumbarse en la cama y no le solté la mano en ningún instante. Me miró, entre llantos, ladeó la cabeza y me miró. Y yo, en uno de esos actos reflejos que tanto me provocaba, me acerqué a su boca lentamente. Suspiré junto a sus labios antes de rozarlos. Se quedó tan quieta que pensé que no se apartaría, pero lo hizo.
-Hugo...-susurró alejándose de mi lado.
La retuve, con fuerza no intencionada. Volví a estrecharla entre mis brazos y al segundo intento disparé en el cuello. Se dejó. Metí la mano en su entrepierna y soltó un suspiro demasiado suyo. Le acaricié los muslos, con dos dedos, como si fuese un anticipo de algo más. Noté como se le aceleraba el corazón.Recorrí su abdomen y su pecho con la otra mano. Pero me duró segundos porque me apartó a regañadientes.
-Te he dicho que no -alzó la voz.
-Cariño...-volví a la carga con una caricia en el borde de su vientre.
-Por favor...-rogó.
Y tuve que frenar. Cruzamos las miradas poco antes de que se separase un par de palmos de mi cuerpo, hasta el otro extremo del colchón. Me miró con una pizca de miedo.
No me malinterpréteis, no se trataba de sexo. No se trataba de placer o de echar un polvo de reconciliación. Se trataba de un amor unilateral, de verla dormir en mis brazos toda la noche y sus labios antes y después de los orgasmos. Y lo intenté, lo reconozco. Intenté que cayese, que se desnudase, me desnudase y me dijese que me quería justo después del primer asalto. Supongo que pensé que aquello lo solucionaría todo, que volveríamos a casa al día siguiente y seguiríamos con nuestra maravillosa vida al lado de nuestros hijos. Pero fueron demasiadas ilusiones para aquel momento.
Lo único que hice fue mirarla.
-Deberíamos dormir...-sugirió minutos después, sin dedicarme demasiadas miradas, pero sabiendo que no me iría tan fácilmente.
-¿Quieres que me vaya a dormir al sofá? -pregunté levántandome despacio.
Titubeó unos segundos, tratando que no se le notase, que estaba dudando. Después se sacudió el pelo y comenzó a meterse en cama.
-No, puedes quedarte aquí si quieres...-dijo sorbiéndose los mocos del llanto anterior.
Sonreí, sin demasiados motivos, y apoyé la cabeza al otro lado de la cama. No dormí esa noche. La vi dormir a ella. Sus aspavientos en medio de cada pesadilla y cómo arrugaba la nariz entre suspiro y suspiro. ¿Sabéis? Supe en ese momento que quererla es una de las cosas que me nacen a día de hoy de forma más natural. Tengo sueño o hambre, respiro, y la quiero.

La mañana siguiente, la encontré sentada al borde de la cama , con un cojín apresado contra el pecho. Me desperté sobresaltado y me miró cómo si nunca hubiese visto a nadie más. Me froté los ojos y la cara, tratando de volver en sí.
-¿Crees que debemos dejarlo? -musitó cómo si nada.
-¿Qué? No, por supuesto que no -negué rápidamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir-Malú  yo te quiero.
-¿Crees que yo no? -se rió levemente- Hugo, te quiero, joder si te quiero -exclamó cómo si estuviese explicando algo evidente- no es que te quiera, es que te amo. Eres la persona que más quiero en el mundo. La que más.-tragué saliva y algo dentro de mí le dio por sonreír.
-¿Pero?
-Pero ya no puedo estar contigo.
Hice una media sonrisa. No lo comprendía. Y es que, cuando llegue el día en el que alguien nos ponga el "pero" antes de un "te quiero", y no después, no vamos a saber como reaccionar.




martes, 19 de agosto de 2014

AGRADECIMIENTOS.

Nunca me han gustado los finales. Pero hay una verdad universal que todos debemos afrontar, aunque queramos o no, todo termina. Los finales son inevitables. Y a veces nos pasa eso de que leemos una historia y la vivimos. La vivimos, la sentimos, y todos esos adjetivos que se puedan llegar a poner a la hora de ser partícipe de algo. Y cuando termina, sentimos que todavía sigue un poco con nosotros. Porque cuando disfrutas con algo, ese algo se queda ahí, un buen rato.
Yo he disfrutado lo inimaginable con Hugo y Malú. Y espero que vosotros también. Espero que la hayáis vivido un poquito, lo suficiente cómo para disfrutarla.

A lo largo de estos siete meses, he sentido la necesidad de agradeceros todo el apoyo y el cariño que me habéis dado, ya sea a través de Twitter o de mensajes anónimos, y no tan anónimos en el ask. Y esta "novela" también es vuestra. Porque yo creo que, detrás de cada página o capítulo, de una manera o de otra, hay un mundo de personas que nos llevan a escribir lo que escribimos. Es más, en cierto sentido, cada mínimo comentario sobre la historia, cada aportación, al final, se ve reflejada en los 75 capítulos que llevamos. Así que, en primer lugar quisiera dar las gracias a todos los que incluso sin saberlo, han contribuido a darme algo bueno para esta historia.

Creo que, la palabra gracias es obligada en estos momentos. Porque no tengo palabras para agradecer todo lo que me habéis hecho sentir todo este tiempo (parezco Malú jajajajaja). Gracias por el inmenso y continuo cariño que me habéis dado desde el minuto uno. Eso, sin duda, ha sido lo mejor de todo esto. Gracias por vuestra amabilidad y simpatía en todo momento, y por el tremendo interés que habéis mostrado capítulo a capítulo. Ayudándome a mejorar día tras día.
Lo creáis o no. Estos siete meses, al lado de Hugo y de Malú, y de vosotros, han marcado una etapa en mi vida, en la que he aprendido de todo. Y un antes y un después, en un montón de cosas. Así que, gracias por haberos convertido durante este tiempo en una parte indispensable de mi día a día.

Me gustaría también agradecer a ciertas personas, que son parte muy muy importante de todo esto:

En primer lugar, a Alba, porque con ella empezó todo y de ella salió el primer comentario y el primer apoyo a todo esto. Y así sigue siendo.
A mi maxifamily (ellas saben quienes son) por el entretenimiento que le disteis a mi ask, en su día, y que ahora me seguís dando por whatsapp. En especial a Natalia y Ali, que me aguantan día si día también, con lo relativo a la novela y a mi vida en general. Os quiero.
A los que, me buscáis ya sea, por MD o por mención y coméntais el capítulo, me felicitáis y me llenáis de palabras bonitas que muchas veces no sé ni cómo responder.
A todos los del ask, que me hacéis pasar una noches divertídísimas y entretenidas, entre debates y preguntas varias.

Gracias, de verdad. Gracias, gracias y gracias, por haberme dejado compartir todo esto con vosotros. Por apoyarlo. Disfrutar de ello. Y por confiar en mí y en la historia. Espero que nos sigamos viendo en nuevos proyectos y que los viváis igual que todos juntos hemos vivido esto.
                                           
Hasta pronto.
                                                                                                                            Paula.

EPÍLOGO


                                                           EPÍLOGO.

24 de Diciembre, cinco años más tarde. Madrid.

"Vive cada día cómo si fuese el último" era todo lo que siempre había escuchado. El consejo convencional para ser feliz. Pero a ver quién tenía fuerzas para eso. ¿Y si un día llovía, o te dolía la garganta? O incluso, ¿Y si un día, justo ese día, todo saliese mal ? . No era un consejo nada práctico.
¿Sabéis? Durante todo este tiempo, he descubierto, que no se trata de eso. Ni mucho menos. Se trata de rodearte de lo que te hace feliz. De personas a las que quieras. Y con suerte, que te quieran. Así, cuando un día lloviese, o el mundo se cayese, estarían ahí para secarte. O mojarse contigo, que siempre es mejor. Que te abracen por las noches, te hagan más largos los veranos y que te quieran. Sí. Que te quieran. Eso podría con todo.

-Papi, una cosa -tiró de mi camiseta, con una expresión de dulzura inagotable- ¿Crees que podremos dejarle unas cuantas galletas a Papá Noel ?
La miré de reojo mientras terminaba de abrocharme la camisa aquella Nochebuena. Sonreí incluso antes de que su propia sonrisa me obligase. Me agaché, para ponerme a su altura y le subí la cremallera de su abrigo.
-Claro cielo -susurré sin que nadie nos escuchase- le dejaremos galletas y zanahorias para los renos ¿Qué te parece? -pellizqué su mejilla.
Sus ojos oscuros parecieron llenarse de ilusión al instante. Se ríe.
-¿Y mamá nos dejará? -pregunta muy bajito acercándose a mi oído.
Sonrío y miro hacia los lados antes de contestarle. La emoción no abandona su mirada ni un instante, de hecho, ensancha la sonrisa un poco más y se le forma el olluelo en la mejilla izquierda.
-A mamá le diremos que...-comienzo a explicar cuando alguien me interrumpe.
-¿A mí me diréis el qué? -alza un poco la voz mientras entra en la habitación rebuscando algo
Lleva la melena ondulada y oscura. Un vestido azul, apretado, que le sienta de maravilla y unos tacones negros que le hacen la figura todavía más espectacular. Nos sonríe mientras revuelve en su joyero, los labios ligeramente rosas, son más apetecibles que hace cinco minutos.
-Cariño, has visto mis pendientes plateados -frunce el ceño olvidándose de su interrupción- ¿Sabes? Los que me compraste en Nueva York el año pasado.
-No nena, no los he visto -digo levantándome y cogiendo la mano de Lucía- a propósito, ¿Tenemos zanahorias?
-¿Qué? -se gira hacia mí frunciendo el ceño, pero dura solo un segundo- llegamos tarde a casa de mi madre,la cena estará en la mesa y se enfadará por no empezar a cenar todos juntos -se ajusta los pendientes en la oreja- Lucía cielo, ¿Quién te ha hecho esas trenzas?
Ella me señala con el dedo y cruza una mirada con su madre.
-Se las he hecho yo, ¿Qué pasa? -me encojo de hombros y miro a la pequeña.
Malú se ríe y se acerca a nosotros con la prisa instalada en cada gesto.
-Pasa que no se te dan bien estas cosas...-sonríe y se las deshace, peinándole el pelo con los dedos- vete a sacar a Lucas de la cuna por favor, que llegamos tarde.
Suspiro y sonrío, ante su maravillosa manera de mandar, sin  que lo parezca. Siempre sonriente y tranquila. Hace que sus órdenes se conviertan en sugerencias. Pero la miro. Tan guapa. Tan madre. Y tan todo. Que decirle que no a algo, me parecería estúpido. Y sabe lo que estoy pensando, así que gira la cabeza apenas un instante y me sonríe, me pone ojitos y luego hace como si nada.
Niego con la cabeza y obedezco sus ordenes. Lucas está todavía en la cuna, despierto, jugueteando con sus peluches. Enciendo la luz y se ríe cuando le hago alguna carantoña. Después se me queda mirando, atento, a cada movimiento que hago. Con los ojos castaños y profundos que ha heredado de su madre.
-¿Cómo está mi chaval? -digo poniéndolo de pie sobre el colchón y dándole un beso en la mejilla.
-Papi..-murmura de una forma casi impercibible.
Le sacudo un poco su flequillo oscuro y le visto con la ropa que ha preparado Malú hace rato. Se ríe mientras juguetea con su osito. Lo cojo en brazos y le abrocho la camisa blanca con rayas azules.
-Nena, los chicos ya estamos, ¿Os queda mucho? -alzo la voz mientras bajo las escaleras corriendo.
-Nosotras llevamos ya un buen rato esperándoos -sonríen a la vez, casi sincronizando la inclinación de la boca y el número de dientes que relucen en ella.- ¿Nos vamos?

Conducimos por Madrid, ya es casi de noche. La ciudad está marvillosamente iluminada aquella Navidad. Los árboles de las calles más grandes, están rodeados de luces blancas y letreros con frases navideñas, cruzan de un edificio a otro.
Nosotros nos reímos en el coche. Con la música puesta. Cantando a coro todas las canciones del último disco de Malú. Que le ha valido un par de Grammys más, y ya van cinco. Lucía vive las canciones casi tanto cómo su madre, aunque le cueste un poco seguir la letra y no tenga ni idea de lo que está cantado. Me callo unos segundos, para oírlas cantar a las dos. Y sonrío. Lucas mira la escena muy atento. Y cuando terminan, aplaudimos todos.
-Amor, la niña canta muy bien...-murmura mientras los pequeños se entretienen en el asiento de atrás- creo que ha salido a mí..
Se sacude el pelo y pone morritos frente al espejo para comprobar si sus labios siguen igual de bien pintados que antes. Aparto la mirada de la carretera para observarla una y otra vez.
-¿A ti? ¿Y por qué a ti? -inquiero divertido- creo que no eres la única de los dos que canta.Creo.
Abre un poco la boca y me mira risueña.
-Desde que te nominan a todos los premios, te veo un poco subidito...-comenta graciosa- bájate esos humos cielo.
-¿Cómo? Pero si desde el último Grammy eres tú la que estás insoportable -exclamo sin creerme lo que acabo de escuchar.
Suelta una carcajada y da un par de palmadas sin dejar de reír. Pero yo no lo hago, me encojo de hombros y muestro total indiferencia.
-Hugo no te enfades -dice endulzando la voz- si yo estoy encantada de que mi marido triunfe -se acerca a mí y me besa la mejilla con fuerza, colocando las manos en mi cuello- ¡Qué orgullosa estoy!
Termino por sonreír, porque con ella no puede ser de otra forma, y más si es su sonrisa la que va primero. O si se apoya la cabeza en la ventanilla, sin dejar de mirarme. Se muerde los labios y levanta las cejas. Porque hay sonrisas que pueden abrir cajas fuertes. La suya, es tan suya, que provoca huracanes que viajan desde kilómetros y kilómetros atrás, tal vez años, o hasta siglos, en dirección a mis ojos. Y ni si quiera intento detenerme en no devolverle la sonrisa. Porque no serviría. Porque nunca ha servido.

Llegamos a casa de mi suegra pasadas las nueve. Toda la familia nos reunimos allí cada Nochebuena y el día de Reyes, lo pasamos en Barcelona con mis padres. A Pepi le entusiasma cocinar para tanta gente y prepararlo todo. Y cada mínima celebración, termina con una guitarra, un cajón, y alguna actuación improvisada.
-Ai mis niños -exclama en cuanto entramos por la puerta- ¿Pero cómo estáis tan grandes ya? -le brillan los ojos y abre mucho los brazos para que Lucía se deje caer en ellos.
- ¡Abuela! -grita sonriente.
Yo, que sostengo a Lucas todavía en brazos, se lo cedo inmediatamente y se los lleva a los dos a la cocina, entre carantoñas y promesas de regalos, dulces y golosinas después de la cena.
El comedor está lleno de gente. Tíos, primos, amigos. Rodeo los hombros de mi chica y ella pasa su brazo izquierdo acariciándome la cintura.
-¿Para cuándo el siguiente, que os veo a los dos muy felices? -pregunta Sara, prima de Malú, mientras le acaricia suavemente la barriga.
A ella no le hace falta ni mirarme para saber la contestación que queremos dar.
-Quita, quita -frunce el ceño.-con dos ya tenemos bastante por ahora...-se ríe. Se le marca el acentazo sevillano en cada sílaba. Y los gestos andaluces, cuando está entre familia, la delatan.- ¿Por cierto, dónde está mi hermano? -pregunta mirando hacia los lados- Hugo cariño, ¿Has visto a Jose? -se gira hacía mí.
Y cuando voy a contestar. El chico, entra por la puerta, de la mano de Helena. Y con sonrisa de enamorado bobalicón implantada en la cara. Me recuerdan a mí y a Malú cuando empezamos. Tan inocentes, creyendo tanto en todo. Se acercan a nosotros, un poco cortados. Porque a pesar de llevar juntos más de un año, esta es de sus primeras presentaciones en familia.
-¿Qué tal tortolitos? -pregunta Malú, cogiéndome de la mano y caminando hacia ellos- ¿Todo bien?
- Todo muy bien hermanita -sonríe tímido.- ¿Y los peques, dónde están?
-Se han ido con mamá , a la cocina -señala con la cabeza- te acompaño si quieres, que tengo que darle el biberón a Lucas antes de cenar -se gira y me sonríe- ¿Me esperas aquí?
Asiento rápidamente mientras los dos hermanos, se marchan entre bromas y risas. Helena mira a su chico bastante embobada.
-Se te ve bastante enamorada ¿Eh? -pellizco su moflete.
-Mucho -asiente, y le brillan los ojos. El brillo del amor, supongo.
En el fondo, me alegro, de todo esto, de que por fin Helena haya encontrado lo que merece. Porque ella, después de tantos asaltos a las camas de tíos de medio mundo, había asentado la cabeza. A mí, al principio, cuando era más joven me había pasado un poco lo mismo. Pero entonces te paras, piensas y lo entiendes. Ningún viaje fugaz entre unas piernas te dará eso que buscas. Sí. Es entonces cuando realmente lo entiendes, el amor solo consiste en una cara donde quedarse a vivir.

La noche transcurrió entre risas. Más risas. Niños pequeños correteando. Otros llorando. Cantes con guitarra. Y sin guitarra. Golpes de cajones, ritmos flamencos. En resumen, familia.
A eso de las doce de la noche, volvimos a casa, porque los niños estaban muertos de sueño. Ni si quiera aguantaron el viaje de vuelta, y se quedaron dormidos en el coche. Los subimos en brazos hasta sus habitaciones y los arropamos juntos, cómo casi todas las noches.
Después, todavía con el vestido puesto, se deja caer sobre la cama y extiende los brazos.
-Estoy agotada -suspira- ser madre agota cada día más...
-Lo que agota son esos bailes que te has pegado cariño, y con tacones...-río mientras me tumbo a su lado y me quito la corbata.
-Estoy bastante acostumbrada a hacer esas cosas, por si no te habías dado cuenta...-sonríe de manera irónica mientras estira la mano para acariciarme el pecho. Ambos miramos al techo y sonreímos cómo idiotas.
-¿Te apetece que abra una botella de champán y seguimos con la celebración en la terraza? -sugiero rozando el borde de sus piernas con la mano izquierda.
-Mmmm...-musita- que bien me conoces.
Levanta las cejas y me besa en los labios con tranquilidad. Sonríe y empieza a sacarse el vestido mientras yo bajo a la cocina a por un par de copas y una buena botella de cava. Por el camino, se me inunda de fantasías la noche. Y cuando vuelvo, la encuentro con una de mis camisas cómo única prenda en el cuerpo, además del tanga claro. Me hace un gesto con la cabeza y la acompaño hasta el inmenso balcón de nuestra habitación. Con sofás blancos, dónde tumbarse y divisar medio Madrid, además de las estrellas. Bueno, y sus piernas claro.
-Cariño ¿No tienes frío? -pregunto mientras me acuesto a su lado- estamos a 24 de Diciembre y tú así...-la señalo.
-¿Qué pasa? ¿No te gusta? ¿Prefieres que me tape? -arquea las cejas divertida y se levanta un poco.
-No, no, no -respondo rápidamente- te traigo una manta, porque soy un caballero, no te preocupes.
Se ríe. Y lo hago. Escondo nuestros cuerpos bajo una larga manta blanca y suspiro un poco más tranquilo mientras le doy un sorbo al champán. Riquísimo. Casi tanto cómo ella.
El silencio nos invade. Pero es bonito. Se respira amor y eso es lo que cuenta.
-¿En qué piensas? -le pregunto mojándome los labios.
-¿Sabes? Estaba recordando esa vez que fui a buscarte a Barcelona, a nuestra playa...-se ríe- recuerdo la cara que se te quedó cuando me viste -vuelve a reír con más fuerza- creo...creo que jamás he vuelto a ver esa mirada...
-Reconozco que no esperaba que estuvieses ahí...-sonrío recordando- fueron unos meses complicados para nosotros.
-Desde luego, ¿Cuanto ha pasado ya de eso? -pregunta arrugando la nariz- ¿Siete, ocho años?
-Más o menos -me encojo de hombros- pero has de reconocer, que yo he sido siempre el que he ido detrás de ti...
Se gira sobre si misma para mirarme. Y se encuentra mi sonrisa bien de frente. Irresistible. Así que tiene que dar un buen rodeo para mirarme a los ojos, y evitarme la boca.
-¿Perdona? -exclama en bajito- ¿Te recuerdo quién fue aquella noche a verte en la Fontana Di Trevi? -pronuncia un poco a trompicones.
-Claro,  ¡después de que yo cogiese un vuelo hasta Roma, solo para verte! -respondo riendo- cariño, he ido siempre detrás de ti, no lo niegues.
-Mentira -niega con la cabeza- la primera vez que rompimos...-entrecierra un poco los ojos para recordarlo del todo- fui yo a verte a aquel concierto y cuando me dejaste por haber besado a un tío del cual ya no recuerdo ni el nombre, estuve detrás de ti un mes...-me mira de reojo y sigue su explicación- te busqué en Barcelona, y después, la definitiva, fue Roma...-sonríe triunfante- supera eso.
La verdad es que lo que ha dicho, suena bastante convincente. Cualquiera que le diese algún día por leer nuestra historia, pensaría que yo he sido siempre el que se recorre el mundo por ella. El que vuelve. El que suplica. Pero la realidad, es que no ha sido así.
-Lo admitiré si así eres más feliz -suspiro.- tú has sido siempre la que ha ido detrás de mí.
Se recuesta, ahora sí, satisfecha. Y sigue mirando al cielo, cómo buscándole una respuesta a algo, que nunca vendrá.
-Amor...-susurra- ¿Puedo preguntarte una cosa? -Asiento incluso antes de que termine la pregunta y aprovecho para estirar la mano y acariciarle las piernas.- ¿Te has parado alguna vez a pensar si se puede saber cuando empieza el amor?
-¿Qué? -exclamo con el ceño fruncido- ¿Te has puesto melancólica, o qué pasa?
-Sí...bueno no sé...-gira la cara y la coloca frente a la mía- es que siempre me he preguntado eso ¿Sabes? -aparta un segundo la mirada- explicar en qué momento exacto, aparece el amor con alguien. Deberían investigarlo y descubrirlo. Estoy intrigada.
Me río ante una de sus tantas pregunta sin respuesta. Que se hace ella misma, porque sí. Porque es especial. Y porque solo las personas especiales se preguntan cosas cómo estas.
-Debe de ser imposible precisarlo, trazar una línea...imposible -sugiero pensativo- supongo que al principio es una cosa vaga, un cosquilleo sin motivo y después....chas. Aparece.
Sonríe y me da un rápido beso en los labios. Que no viene a cuento. Pero me gusta que lo haga.
-Es que me gustas mucho cuando hablas así -dice adelantándose a mi pregunta- estás más sexy.-me río y le devuelvo el beso.- es una buena teoría además...
-¿Sabes una cosa? -le rodeo el cuerpo todavía con más fuerza- creo que el amor, no empieza realmente con alguien. -la miro- es sólo que, tú lo llevas dentro. Desde siempre, porque todos tenemos amor dentro. Y cuando llega alguien, que hace que lo saques, lo sueltas todo de golpe. -sonrío y la pego más a mi, para terminar susurrando- y ya es demasiado tarde para poner la marcha atrás, ya estarás exageradamente enamorada de ese alguien...
-Lo estoy -dice de repente ,cómo si le saliese de algún sitio que nunca lograré adivinar.
Y no le da tiempo a seguir mirándome, porque al segundo siguiente me besa. Me besa con fuerza y con todo lo que una persona pueda llegar a incluir en un beso. Y es bonito. Aprieta sus labios contra los míos. Cómo si lo que le acabo de decir fuese lo mejor que le han contado en la vida. Y su lengua me recorre la boca, poco a poco deja caer su cuerpo sobre el mío y se coloca encima. Se concentra tantísimo en ese beso, que hasta tengo la sensación de que me está doliendo alguna parte del cuerpo de lo bien que besa.
Le acaricio las piernas y meto mis manos por debajo de su camisa. Se ríe. Empuja sus caderas contra mi entrepierna e irremediablemente suelto un gemido. Le agarro el culo con ambas manos y se le escapa una especie de temblor entre beso y beso.
-¿Vamos a la cama? -pregunto jadeante.
-No -sonríe negando con la cabeza- aquí mejor.
La beso. Deslizo mis dedos por todos y cada uno de los botones de su camisa y cuando está desabrochada, se la quito poco a poco. Cómo cuando abres un regalo de Navidad que te hace muchísima ilusión. Me besa el cuello, entre mordiscos y movimientos de su lengua sobre la piel. Y cuando estamos los dos desnudos, con Madrid a nuestros pies, cómo tantas otras veces. Se para, me mira, y sonríe.
-Hugo es que...-traga saliva, emocionada- después toda esta historia, no nos queda nada por vivir o por aprender...-sonríe orgullosa.-¿Qué vamos a hacer a partir de ahora?
Sonrío ampliamente antes de volver a besarla.
-Vivir, sin más. ¿Te parece poco?


                                                                             FIN.


viernes, 15 de agosto de 2014

CAPÍTULO 74. ODISEA HACIA LA FELICIDAD.

Fue tal la sensación de vértigo, miedo o yo qué sé, que me invadió el cuerpo, que las piernas me fallaron, y el cerebro casi que también. Fue un instante extraño. Tienes los ojos cerrados y quieres abrirlos pero no puedes. Y cuando lo haces, te parece que ya ha pasado una eternidad. O dos.
-¡Hugo! -escuché de lejos- Hugo despierta joder...-la voz se repetía.
La imagen de Antonio golpeando mis mejillas y sacudiendo mi hombro, sobrevino a mi cabeza inmediatamente cuando abrí los ojos. Un círculo de gente a mi alrededor me hizo querer volver a dormirme de nuevo.
-¿Quieres estarte quieto? -dije sujetando sus manos que me golpeaban una y otra vez- estoy bien, ¿Cuanto tiempo llevo así?
Me incorporé y me pasé una mano por la cabeza, intentando recordar.
-Unos minutos -contestó ayudándome a levantarme- Malú ha llamado ya cómo veinte veces, nadie se ha atrevido a cogérselo...
El corazón se me paró de golpe. Me puse blanco. Al instante recordé todo lo que había pasado. La llamada. Su voz entrecortada. El bebé.
-Mierda, dame tu móvil, rápido -exigí muy nervioso.
Marqué el número rápidamente, rogando que me cogiese. Y vaya si lo hizo. Apenas sonaron un par de tonos y su voz se escuchó al otro lado.
-¿Hugo te has desmayado? -preguntó furiosa, entre respiración y respiración.
-¿Qué? -tragué saliva un poco descolado- no cariño, es que en la emisora hay poca cobertura, ya sabes...-me excusé- ¿Cómo estás? ¿Y dónde? ¿Está tu madre contigo?
-Estamos de camino al hospital....-contestó, con un gemido de dolor saliéndole del estómago- Hugo me duele mucho.
-Cielo, tú inspira y expira -gesticulé mientras hablaba, parecía un loco al teléfono- ¿Me oyes? Tú respira.
-¡Hugo joder estoy respirando! -chilló- ¿Cuándo cojones vienes?
-Nena, cojo un avión ahora mismo...-hice gestos a Antonio para que recogiese mis cosas- nos vemos en una hora, tú solo espérame -rogué- respira cariño, respira.
-Si llegas, me va a parecer un milagro -murmuró soltando el aire de golpe.
-Hay que creer en los milagros.

Salí corriendo de allí, literalmente. Cogí un taxi dirección al aeropuerto. Ni si quiera pasamos por el hotel a recoger nada. Yo solo podía mover la pierna de forma inconsciente, rezar y secarme el sudor, mientras Antonio sacaba nuestros billetes por teléfono.
-He encontrado un vuelo que sale en media hora -dio un palmada, triunfante- pero tendremos que hacer bastante cola, así que prepárate para que te reconozca medio aeropuerto.
-Mierda...-golpeé la ventanilla con fuerza- no vamos a llegar a tiempo. Me voy a perder el nacimiento de mi hija y Malú me odiará el resto de su vida...-me lamenté escondiendo la cabeza entre las manos.
-Chaval ¿Quieres tranquilizarte? -apretó mi hombro- confía en mí, llegaremos.
-Todo es culpa mía, sabía que este fin de semana no tenía que estar aquí...-apreté los puños- tenía un presentimiento.
-Que te calles -ordenó- pareces un niñato de veinte años, compórtate de una vez. -me empujó, el taxista nos miraba por el retrovisor muy atento a la escena- tengo un plan, como siempre.
Sonrió exultante e hizo cómo si nada, mientras a mí me reconcomían los nervios y la angustia.
-No quiero fiarme de tus planes...-suspiré.- los dos sabemos que nunca salen bien.
-Mira Hugo, estás hablando con un profesional de estas situaciones, tengo tres hijos y los tres han nacido cuando yo estaba en la otra punta del país trabajando -explicó cómo quién da una charla inspiradora antes de un partido- ¿Y sabes qué hice? -me miró- confiar en la suerte.
-¿Confiar en la suerte? -pregunté incrédulo.
-Sí eso he dicho, confiar en la suerte -se encogió de hombros.
-¿Ese es tu super plan? ¿Me estás tomando el pelo?
Se ríe cual loco incomprendido que lo sabe todo y apoya el brazo derecho en la ventanilla. Mira al vacío y tarda unos cuantos segundos en contestar.
- La gente tiene miedo de reconocer que gran parte de la vida depende de la suerte, asusta pensar cuantas cosas se escapan de nuestro control, pero es así. -explica sonriente.
-Esa es una estúpida teoría -contesto- la vida es muchas más cosas a parte de la suerte.
-Por supuesto, pero -entorna la mirada- que tú estes aquí, a 600 kilómetros de tu mujer y tu hija, es mala suerte -se ríe y aunque yo frunzo el ceño un poco molesto, continúa como si nada- y eso también pasa.
Levanto lentamente las cejas y lo miro. Sonríe cómo si estuviese a punto de revelarme un secreto. Cual maestro a su alumno.
-Y aunque estas cosas pasen...-hace una pausa y se aclara la garganta- tienes que pensar que la suerte es todas esas veces que crees que no, pero al final todo sale bien.
Me quedé pensando en esa frase el resto del trayecto en coche hasta el aeropuerto.Tenía parte de razón en lo de la suerte. ¿Sabéis esos bombos enormes de la lotería? Pues imaginaros que llenase uno con un millón de bolas con los nombres de todas las mujeres del mundo. Pues estoy seguro de que si metiera la mano en ese bombo sacaría su nombre, aunque me empeñara en buscar otro, aunque metiera nombres repetidos para hacer trampa, sacaría el suyo. Y eso, es lo que yo entiendo por suerte.

El camino desde que pusimos un pie en el aeropuerto, hasta que subimos al avión, fue una odisea. Las colas era kilométricas y aunque llevase un gorro y una bufanda cubriéndome, más de una persona me reconoció. Son situaciones incómodas, tenía tanta prisa que si tuviese que pararme a hacerme una foto con cada una, el avión se iría sin mí hace rato. Así que solo podía sonreír, disculparme mil veces y seguir caminando.
Cuando despegamos, respiré un poco más aliviado. Por lo menos nadie me había llamado, eso significaba que no había novedad alguna. O eso pensaba yo, porque en cuanto pisé Madrid, el móvil se inundó de llamadas perdidas de Malú, de su madre, de su hermano y de media familia. Volví a llamar mientras parábamos a un taxi por la calle.
-¿Cómo está? -pregunté a Jose, que fue el único que me cogió el teléfono aquella noche.
-Cada vez tiene contracciones más fuertes...-dijo suspirando. Me imaginé su cara de nerviosismo y preocupación, más o menos cómo la mía.- querían esperar a que dilatase del todo, pero dicen que como siga así, el bebé nacerá antes de lo previsto...
-Escúchame, ya he llegado a Madrid -mi respiración cada vez iba más rápido- pasame con ella.
Lo intentó, de hecho, por lo que escuché, pareció que le acercaba el móvil, pero un grito que sonaba a algo como "Dile que se vaya a la mierda", fue la única respuesta.
-Hugo date prisa, o no vas a llegar a tiempo-advirtió muy serio.
Tenía razón. Las posibilidades se reducían.


El tráfico en Madrid era insoportable a esas horas. Y yo debía cruzar media ciudad para llegar al hospital. El pensamiento de mi hija naciendo sin que yo pudiese estar allí, se repetía en mi cabeza una y otra vez. Los últimos metros antes de mi particular destino, estaban invadidos por coches, pitando unos a otros, conductores saliendo por la ventanilla cabreados por la espera...etc.
No lo pensé más y tras dejarle un billete al taxista, pegué un salto y me bajé del coche.
-Hugo, ¿A dónde vas? -chilló Antonio imitando mi movimiento- ¿Quieres estarte quieto?
Yo ya estaba bastantes metros adelante, cómo si aquello fuese la carrera de mi vida.
-Tú sólo corre -grité sin mirar atrás- corre o no llegamos.
Tuve que cruzar un par de calles más. Era de noche, y la única iluminación eran las farolas y algún edificio en el que la gente seguía despierta. Para ser las horas que eran, había bastantes personas por la calle. Deambulando o con amigos tras una noche de borrachera y a las que tuvimos que esquivar cómo si la vida nos fuese en ello.
Entramos por la puerta del hospital, agotados. Casi sin respiración. Todos nos miraban extrañados ante semejante panorama. Aterrizamos en la recepción y después de que Antonio casi se pegase con un par de enfermeros para que nos diesen su número de habitación, por fin pude verla
Estaba tumbada en la cama. Despeinada y con el sudor rozándole la frente. Su expresión de cansancio era mayor a la de hacer diez conciertos seguidos. Ladeó la cabeza al verme e hizo un amago de sonreír.
-¡Has llegado! -exclamó con las pocas fuerzas que le quedaban.
-Te dije que lo haría -abrí los brazos y corrí hacia ella, sujetándole la mano- ¿Cómo estás?
Su respuesta, fue un grito de dolor. Inclinó un poco el cuerpo y respiró muy fuerte. A mí me entró el vértigo. Me hice tremendamente pequeño ante la situación.
-Cariño, respira...-susurré y gesticulé para que imitase mi movimiento.- ¿Cuanto tiempo más la van a tener así? -ladeé la cabeza hacia su madre y pregunté nervioso.
-La doctora vendrá en unos minutos...-dijo acercándose a la cama para acariciar cuidadosamente la frente de su hija- mi niña, tranquila que ya te queda poco.
-No puedo más...-cerró los ojos con fuerza ante una nueva contracción- Hugo traéme agua -exigió apretándome el brazo
-En seguida nena -rebusqué una botella de agua por toda la habitación y se la cedí.- bebe y respira -repetí- tú solo respira.
-Cómo me vuelvas a decir que respire te mando a mierda ¿Me has entendido? -chilló zarandeando el borde
de mi camiseta.
-Lo siento, lo siento...-me disculpé nervioso- tú solo...-pensé rápidamente para no equivocarme- apriétame la mano fuerte si te duele, ¿De acuerdo?
Asintió medio sonriente y el segundo después, estrujó mi mano ante una nueva oleada de dolor. Que casi se equiparaba a la mía. Entre medias, la doctora entró en la habitación para examinarla.
-Esto ya está listo -sonrió y se sacudió las manos- nos la llevamos, venga.
-Cariño, ven conmigo y no me sueltes la mano -pidió con una mirada que no había visto jamás.
Asentí de la manera más inconsciente posible, porque sus ojos fueron suficientes.
Minutos después ya estaba todo preparado. Con su cuerpo sobre la camilla y las piernas abiertas y un poquito más levantadas. Sostenía su mano lo más fuerte y de la mejor manera que sabía y acariciaba su frente, intentando que se calmase un poco pero no servía de nada.
-Empuja -indicaban los médicos, asomados a sus piernas.
-No puedo más -chilló con las lágrimas al borde de los ojos-¡ah!
-Cielo, empuja venga -pedí sin que apenas me mirase- a la de una, a la de dos, y a la de tres...
Frunció el ceño e hizo presión con todo el cuerpo. Apretaba los dientes con fuerza. Yo casi no sentía la mano.
-Joder, no lo aguanto más -se quejó respirando con fuerza- ¡Que me lo saquen ya !
La situación era tan difícil cómo cómica. Ella lloraba de la desesperación porque el dolor no cesaba. Yo, en cambio, tenía una expresión preocupada. La veía encogerse de dolor en la cama y me sentía impotente porque no había manera de disminuirlo.
-Un último empujoncito, ya casi está -se volvió a escuchar en la sala. Yo solo prestaba atención a ella. Estaba nervioso y a la vez asustado y feliz por todo lo que estaba pasando.
A su último chillido de dolor, se unió otro más. Pero esta vez distinto. Vi asomar un cabecita de entre sus piernas y estiré la cabeza, sin que el revoltijo de sangre y sustancias varias me causase demasiada impresión.
El llanto aumentó. La mujer vestida de azul, tomó al bebé en brazos y lo levantó un poco. Apenas pude verlo, porque todos lo rodearon con toallas y mantas y tardaron minutos en acercarlo de nuevo a la cama.
-Hugo, dime que está todo bien...-me rogó con un hilo de voz mientras dejaba caer la cabeza hacia atrás.
-Sí nena, todo ha salido perfecto -susurré besándo sus labios. La voz me tembló y las piernas también.
En esos momentos más que en ningunos, tenía claro que la quería más que a nada en el mundo. Pasé una mano por encima de su cabeza, rodeando sus hombros. Y dejó caer el peso sobre mí, solo durante unos segundos.
-Enhorabuena...-dijo la mujer caminando hacia nosotros- es una niña preciosa.
Malú sonrió y la cogió en brazos acercándola a mí y a su pecho. Y fue una sonrisa que difícilmente podré describir jamás. Bajé la mirada y la ví. Tan pequeñita y tan guapa. No existe sensación comparable en el mundo a la que sientes cuando ves la cara de tu hija por primera vez. Ninguna. Solo si eres afortunado, la vives.
Movió los bracitos y la boca lentamente. Abrió los ojos y nos miró a los dos muy atenta. Tenía las mismas maneras que su madre cuando te miraba. Exactamente iguales. Y provocaba la misma sensación.
-Hola Lucía...-susurré acariciando su manita, no me atreví a más- hola pequeña...-añadí, pero se me quebró la voz.
Las lágrimas de Malú no tardaron en llegar. Y las mías tampoco. Lloramos y reímos a la vez en un sentimiento de felicidad ilimitada. O eso nos pareció en aquel momento. Y suspiramos, y juntos exhalamos pedacitos de eternidad. O de amor, según cómo se mire.
-Es preciosa...-murmura sin dejar de llorar- es preciosa.
-¿Estás bien? -pregunto enjuagándome las lágrimas con la palma de la mano y acariciándole el pelo.
-¿Por qué dices eso? -preguntó cuando pegué mi frente con la suya, sin dejar de mirar a nuestra hija.
-Sigues llorando, cielo.
-Pensé que después de vivir tres años conmigo, entenderías que nunca dejo de llorar con facilidad -me sonrió acariciándome la mejilla- son lágrimas de felicidad cariño. Acostúmbrate a ellas.
-Te quiero -susurré en su oído. Me besa en los labios con un cariño y una dulzura, que pensaba que nunca cabrían en un beso. Pero ocurre.
Y yo no puedo dejar de contemplar a la niña, todavía maravillado. Acaricio la mejilla de Lucía con la yema del dedo y sonrío al ver cómo ella mueve las manitas, buscándome. Reconozco que me moría de ganas por sostenerla en mis brazos, pero no me atreví a decirlo.
-Ten, cógela -dijo entregándome al bebé con una inmensa sonrisa.
Me sobresalté.
-¿Quién...yo? ¿Y si se me cae? -pregunté, con un breve síntoma de pánico, pero ella me lo puso entre los brazos.
-Sé que no vas a dejarlo caer. -susurra riendo. Y entre risa y risa se muerde los labios un poco.
La cojo con infinitas precauciones. Y Lucía no parece inmutarse. Abre la boca y deja escapar un pequeño bostezo. Sonrío y miro a la chica de la que estoy enamorado. Me devuelve la sonrisa. Y tengo la sensación de que toda la felicidad del mundo, se esconde ahí, entre ellas dos. Es un bonito sitio para esconderse.

La madrugada siguiente, ya estamos en casa. La vemos dormir, después de horas intentándolo. Malú arrastra ya demasiado cansancio, pero irradia tanta felicidad por los poros, que casi ni se le nota. Rodeo su cuerpo por detrás y ladeo la cabeza para besarle el hombro.
-¿Te imaginabas esto cuando me conociste? -pregunta sonriendo hacia la pequeña.
Se da la vuelta para mirarme y me río suavemente. Odio cuando me hace estas preguntas qye sabes que son absurdas o que tienen trampa o que son incontestables.
-No lo sé -admito- pero cuando nos casamos sí lo supe...-sonrío- eras la madre de mis hijos desde que te vi caminar hacia mí en el altar.
Se ríe y acaricia mis brazos, que le rodean la cintura. Tarda unos segundos más en hablar. Y los emplea en mirarme a los ojos. Sólo cómo ella sabe.
-Pues yo sí -admite- creo que siempre lo supe.
-¿Qué? -me río- no se puede saber eso cuando conoces a alguien, lleva tiempo...
-Yo lo supe -insiste divertida- contigo siempre me anticipo, siempre pensando en lo siguiente, arañando el futuro..
Me besa antes de que pueda contestar cómo siempre. Y cómo nunca. Con los labios húmedos y la boca llena de ganas.
Llevo ya mucho tiempo hablándoos del amor y de ella. Pero siempre he oído eso que dicen que no se puede hablar de amor, solo vivirlo. Es cierto. Yo, ahora, también lo creo así. Si conozco el amor es únicamente porque ella me lo ha hecho vivir y sentir. Lo he aprendido con ella. Aunque después he entendido que, en realidad, no se aprende nada. Se vive y basta, juntos, cómplices y enamorados. El amor es ella. El amor soy yo cuando estoy con ella. Feliz. Tranquilo. Mejor.