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martes, 20 de enero de 2015

ESPECIAL UN AÑO. PARTE PRIMERA

No fue un invierno normal. Y tampoco fue aquel inicio de primavera. Habíamos llegado a casa y era la hora de la cena. Veníamos de Sevilla. Del bautizo de mi sobrino. Del hijo de Jose y Helena. Estábamos todos más que cansados, pero habíamos llegado a casa con la luz que transmiten las familias en esos días que son totalmente felices. Recuerdo que hacía mucho viento y sabíamos que la tormenta se prolongaría durante toda la noche. Lucía llevaba de la mano a una de las gemelas, Lucas seguía jugando con su balón y Malú llevaba a la otra niña en brazos. Cerré el maletero del coche y abrí la puerta de casa, mientras todos esperaban impacientes a que lo hiciese.
- Papá enciende la luz, no veo nada...-pidió Lucía dando un par de pasos hacia delante.
Presioné el interruptor un par de veces y ninguna de las luces de la entrada se inmutaron.
-Hugo, por favor, ¿Quieres encender las luces?-se quejó mi mujer con aire cansado
-Eso intento cariño, pero no funcionan...-la miré de reojo- creo que se ha ido la luz.
-¿Cómo que se ha ido la luz? Papá hoy hay partido, necesito la televisión -advirtió Lucas caminando decidido hacia el interior para ayudarme con la ojeada al cuadro de luces de la pared.
-Pues me temo que te vas a quedar sin verlo, esto no va. -saqué el teléfono del bolsillo para llamar a la empresa eléctrica, mientras todos me miraban expectantes, incluso las gemelas empezaban a llorar por llevar diez minutos en la puerta.- No habrá luz hasta mañana.
-¿Qué? Debes de estar de broma...¿Y cómo hablo yo esta noche con mis amigas? -Lucía levantó la voz e hizo un amago de romper a llorar.
-¿Y mi partido? Papá no puedo perdérmelo...
-Creo que sobreviviréis los dos...-intervino la chica de la sonrisa que servía para todo- poneros a buscar velas, Hugo tú pide una pizza. Mientras yo acuesto a las niñas, están muertas de sueño.
Tomó a ambas en brazos y subió las escaleras casi sin ver, pero parecía sabérselas de memoria.
-Ya habéis oído a vuestra madre, a buscar velas...-señalé la puerta de la cocina a los dos, que me miraron como si fuese el padre más aburrido del mundo mundial.
-Genial...-suspiró Lucía, que ya superaba los trece años- vaya nochecita nos espera.

Aquella noche pedimos la mejor pizza cuatro estaciones que he probado en mi vida. Colocamos velas por todo el salón y nos sentamos en los sillones muertos de hambre. A los niños empezaban a gustarles un poco más la idea de sobrevivir una noche sin electricidad en casa. Y Malú, estaba encantada de tener una rutina diferente a la de siempre.
-Cenar sin ver la tele es un aburrimiento...-Lucas dio un bocado a la pizza casi a la misma velocidad  que su madre.
-Cuando papá y yo nos conocimos, nos pasábamos hablando horas, antes que viendo la televisión...-me miró sonriendo- cariño, creo que los estamos educando mal.
-Mamá, tú y papá os conocistéis en la prehistoria, eso no cuenta...-puntualizó Lucía que rompió a reír a carcajadas con su hermano.
-¿Me estás llamando vieja? -se indignó rápidamente.
-Nena no han querido decir eso...
Y aunque lo hubiesen querido decir, sería absurdo. Llevaba los cuarenta y pocos, como si tuviese veinte. El cuerpazo seguía en su sitio, el pelo más corto, y la sonrisa cada vez más grande.
-Perdona que te diga, pero ni tú eres tan mayorcita, ni papá y yo nos conocimos hace tanto...-estiró su mano, buscando mi apoyo en aquella conversación y la apreté de inmediato.
-Ah si ¿Y cómo os conocistéis? -dio un sorbo de cocacola y nos miró a ambos a través del vaso.
-Eso -Lucas sonrió tranquilo- nunca nos lo habéis contado.
-Os lo hemos dicho muchas veces, nos conocimos en un estudio de música...-ambos nos miramos sin entender muy bien a dónde querían llegar con aquel tema.
-Ya pero nunca nos lo habéis contado paso a paso, que mola más...-mi hija mayor nos miraba a los dos con la misma actitud enigmática de su madre cuando quería saber a toda costa algo.


Malú me miró y supo que yo sabría contarlo mucho mejor que ella, nos reímos y empecé a hablar, porque aunque esta es una historia que posiblemente ya os sabréis de memoria, nunca se llega a contar realmente bien el comienzo de las cosas, y yo, nunca os lo he contado del todo.

Dicen que las primeras veces siempre marcan. Que señalan el camino a todo lo demás. Y que la primera vez que conoces a alguien será posiblemente el instante en el que todo cambie.
Cuando la conocí no lo supe. O si, no lo sé. Y ahora, pienso en ese momento, en ese cruce de miradas a través del cristal de aquel estudio de música, y me da la sensación de que no os he descrito nunca con exactitud lo que se me pasó por el corazón, por el estómago y por las ganas,  cuando la tuve de frente. Di un par de pasos al salir de aquella pecera de grabación. Me temblaron las piernas demasiado.
-Hola...-susurró levemente y entre risas. Más tarde supe que esa clase de susurro lo reservaba solo para personas especiales.
-Hola...-tartamudeé cómo si fuese imbécil y ella la chica más guapa que había visto nunca, que lo era- lo siento, es que nunca imaginé que te vería aquí.
-¿Dónde? ¿En un estudio de grabación? -miró hacia los lados sonriendo como si yo fuese tonto, y los que estaban allí, debieron de pensar lo mismo.
-No -puntualicé- me refiero a que nunca pensé que te vería de cerca.
Aquel fue un piropo cualquiera que en aquel momento no tuvo ningún sentido. Porque más allá de la admiración que sentía por ella, era una frase que le hubiese dicho a cualquiera. Pero también recuerdo que en aquel instante, se quedó callada. Mojó los labios y suspiró muy levemente mirándome. Fue como si se parase, como si algo le sucediese en el cuerpo o en el corazón.
-Pues encantada...-terminó por sonreír- ¿Cómo es tu nombre?
-Hugo, me llamo Hugo.
-Encantada Hugo. -dijo lo suficientemente bajito como para que el primer "Hugo" que saliese de su boca, se quedase solo para los dos.
Después empezó a soltarme un millón de piropos sobre lo bien que cantaba, que en ese momento me parecieron lo mejor del mundo y ahora los veo absurdos. Porque sé que eso realmente no lo pensó hasta mucho después, simplemente me lo dijo como una de esas cosas que solía decir con su carisma natural y maravilloso, tratando hacer sentir bien a cualquiera.
Después vino esa cena-celebración a la que ella casi se negó a venir. Ahora lo pienso ¿Y si realmente se hubiese echado atrás y aquella noche no hubiésemos compartido taxi y vuelta a casa? ¿Nos habría pasado lo mismo?
De hecho, en ese taxi, surgió prácticamente todo. Cruzamos varias frases con la seguridad de que nos habíamos gustado desde el primer momento. Y no había pasado ni una hora.
-¿Vives solo? ¿A caso un chico tan guapo cómo tú no tiene novia? -sonrió a matar.
Me dijo esa frase. Aunque ahora os parezca mentira, la dijo. Tal cual. Y eso es una de las cosas que más me gustan de ella, nunca le ha importado hacer preguntas directas y yendo a lo verdaderamente importante.
Me reí y me sacudí el pelo.
-Bueno...-me aclaré la voz, nervioso.- supongo que todavía no he encontrado a la chica adecuada, ganas la verdad no me faltan. Vivir solo en Madrid es complicado.
-Pues ya sabes...-suspiró apoyándose en la ventanilla- cuando quieras me llamas y te hago compañía.-añadió una risa al final, para que su frase no sonase tan directa.
-No me lo digas dos veces.
Y en ese instante, el taxi se paró. No me dio tiempo a contarle que sí, que la llamaría toda la vida y más, para que me hiciese compañía en aquella casa que se me hacía gigante. Y bueno, yo todavía no lo sabía, pero antes de pronunciar aquella frase, ya había encontrado a la chica adecuada.
En aquella cena de aquel restaurante en cuyo baño nos encontraríamos meses después, hablamos de todo con todos. Nos dedicamos miradas en medio del alboroto general. Bebía vino y a través de la copa me clavaba los ojos esos que tiene. Yo sonreía. Solo podía sonreír. Parecía imbécil.
-Mierda, no encuentro las llaves del coche...-murmuró cuando el taxi nos dejó de nuevo en el estudio.
Rebuscó por su bolso una y otra vez. Y puso esa mirada de angustia que le sale tan bien.
-Tranquila, tengo el coche aparcado un poco más adelante, te llevo yo -me ofrecí sonriente.
-¿En serio?  Dios, eres un sol Hugo -dijo cogiendo tanto aire, que pareció que iba a explotar.
Luego me besó en la mejilla y dimos nuestro primer paseo a solas por Madrid. Años más tarde me confesó que aquel día nunca perdió realmente las llaves. Una razón más para estar colado por ella.

Recuerdo que caminábamos por la calle y hacía tanto frío que se frotó los hombros en busca de calor.
-Ten...-coloqué mi chaqueta sobre su fino jersey y por primera vez, le rocé la piel más allá de la ropa.
-Gracias -murmuró.
Desde aquel momento jugó con ventaja. Porque la miré y se me notó que no hubiese necesitado mirar nunca a nadie más. Se rió y empezó a hablarme de cosas tan absurdas como que llevaba demasiado tiempo sin probar el puchero sevillano de su abuela. Nos reímos a la vez.
-No te lo tomes a coña, es una de las cosas que más echo de menos en toda mi vida -dijo tan seria, que pensé que se había enfadado.
-Bueno, si alguna vez coincidimos en Sevilla juntos, prométeme invitarme a ese puchero .-rogué mirándola de reojo.
-Te lo prometo -asintió.
Y la promesa le quedó demasiado bien en los labios. Y tuve tal impulso por besarlos, que me asusté un poco.
¿Sabéis qué es lo más subrreal de todo? Que aquel día, en aquel paseo de unos treinta minutos, terminamos hablando de Roma.
-Te lo juro, es uno de los sitios que más me apetecen visitar...-comenté mientras cruzábamos las ya desiertas calles.
-¡ Y a mí ! -exclamó de repente- de hecho creo que hasta tengo decidido el deseo que pediré en la fuente esa...¿Cómo se llama? -chasqueó los dedos.
-Fontana di Trevi -contesté- se llama Fontana di Trevi.
-Bueno pues eso -siguió hablando, ahora con acento más andaluz que nunca- quiero ir a hacer la tontería esa del deseo que dicen que se cumple.
-Eso es una leyenda, ¿Quién se va a creer que por tirar una moneda al agua se te cumpla el deseo ? -me reí quitándole importancia.
-Yo -contestó rápidamente- yo creo mucho en esas cosas. 
Levantó las cejas y se mordió un poco los labios. Me sorprendió mucho su respuesta, pero no se lo dije. Simplemente nos quedamos callados y se le volvió tan bonita la sonrisa y las maneras de quedarse callada, que quería ni hablar para no estropear el momento. Pero tuve que hacerlo.
-Bien pues, si al final algún día vas a Roma y se cumple el deseo que sea que vayas a pedir...-reí- avísame, que voy yo también y me pido uno.
-Vale, el día que vaya y lo haga, te mandaré una foto -se colocó el pelo detrás de la oreja y se rió tan bonito y tan bien, que me quedé un poco estancado en aquella risa.
Lo que ni ella ni yo sabíamos es que el deseo lo pediríamos juntos. Cogidos de la mano de espaldas a la fuente. Que después llovería y volveríamos corriendo al hotel como dos locos que quieren contarse los lunares de la espalda una y otra vez. En realidad, hemos vuelto a aquella fuente demasiadas veces, nos hemos perdido por aquellas calles y hemos llorado y reído frente a ella.
Cuando llegamos a mi coche, me echó un par de piropos sobre lo bonito que era. E incluso me preguntó que como alguien que por aquel entonces cantaba en la calle, podía tener un coche como aquel:
-Bueno, digamos que he ahorrado mucho...-comenté vacilante, y ella levantó las cejas sin creerme ni una palabra- trabajé un año de abogado, antes de dedicarme a esto.
-No te pega ser abogado -dijo de inmediato y negó con la cabeza.
En aquel momento tuvo razón, aunque no se la di. Jamás terminé la carrera de abogado porque me aburría tremendamente, y no me llenaba, Lo supo incluso antes de saberlo realmente.
Cuando la llevé a casa, bajé antes del coche para abrirle la puerta. Levanté un poco la cabeza, y vi su casa desde la verja de fuera. La fachada era de un color oscuro, que más tarde ella y yo repintaríamos a uno más claro.
-Buen pues...-se acercó para darme dos besos y unas gracias que me sonarían demasiado bien por aquel entonces.
Pero fui rápido por primera vez en toda la noche, le agarré la cintura y se los di yo primero. Y en ese momento, deseé que la felicidad fuese tan fácil como ver su sonrisa tan de cerca.
-Hasta la próxima Hugo...-dijo apartándose lentamente. Fue el quinto Hugo que pronunció en toda la noche, y ya me había vuelto loco.
-¿Te veré mañana? -pregunté mientras la veía cruzar el portal. El portal que atravesaríamos juntos tantas veces.
-Bueno, a partir de ahora, creo que tendrás la suerte de verme muy a menudo...-suspiró apoyándose en el marco de la puerta y haciendo un leve gesto con la mano.
Tenía razón. Porque ella y nosotros, somos en lo que pienso cada vez que alguien habla de la suerte. Suerte fue coger aquel taxi juntos. Suerte fue que simulase haber perdido las llaves.  Y la surte estuvo en todo lo que tuviese que ver con nosotros desde entonces.
-Espero verte mañana...-sonreí metiéndome en el coche.
Y mientras la veía atravesar la puerta de su casa, reconozco que me invadió el miedo de perderla antes de saber cómo era vivir teniéndola a mi lado. Pero desde que vi su sonrisa apuntándome a los ojos, creo en las casualidades de por vida.