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lunes, 2 de febrero de 2015

PRIMERAS VECES.

Aquella noche, puestos a hablar de primeras veces y primeros lugares, no puede faltar el recuerdo más bonito que guardo con ella: nuestra primera visita, a la playa de nuestra vida.
Esa playa que visitaríamos meses después y que sería vértice fundamental de todo lo vivido con ella. Dicen que un lugar no puede contener en sí mismo sentimientos o incluso recuerdos, pero yo no lo creo así. Vivimos allí nuestro retiro de los escenarios, juntos, nos casamos allí, nos rencontramos allí e incluso fue el primer lugar al que fuimos cuando nos dijimos te quiero por primera vez.
Aquella primera vez...
Creo que nunca os he contado del todo aquel día. Sí es cierto, que intenté explicar aquella sensación que me recorrió el cuerpo cuando bajó corriendo del escenario y con un abrazo que llenaría ciudades, países y mundos, me dijo que me quería. Pero quizás no fui lo suficientemente sincero con todo lo que pasó y me dijo aquella noche. Creo que os habré descrito mil veces aquella playa pero a veces, describir sitios como aquel una y otra vez, no cuesta nada. Todo lo contrario.
Era tan de noche que casi ni nos veíamos. Solo había luces de las casas a lo lejos que se extendían por la costa. Arriba de todo del acantilado, había una casa blanca, grande y que sobresalía de entre las demás. La misma casa que yo compraría un año después y en la que viviríamos tantas cosas. Recuerdo que la arena estaba fría porque era invierno pero nos dio exactamente igual. Caminamos descalzos, corríamos por la arena y no nos importaba una mierda. Nos confesamos mil cosas aquella noche. Y probablemente mil más de las que os he contado. 
- Gracias...-murmuró de repente mirándome a los ojos.
-¿Por qué? -contesté por inercia, o por amor, no lo sé.
-No sé, es que eres diferente a todos los hombres con los que he estado Hugo -hizo una media sonrisa cargada de ternura y me acarició la mejilla.Sonreí y recuerdo que se me escapó una leve risa que a ella le pareció preciosa.- me das amor solo con la mirada...
-Conmigo amor no te va a faltar nunca -reí acariciándole las comisuras de los labios- y si te falta, lo hacemos.
Fue cierto, casi tanto como el beso de justo después, no nos faltó nunca el amor. A pesar de todas las idas y venidas, a pesar de irnos cuando ya nos habíamos marchado hace tiempo, a pesar de todo eso, el amor siempre estuvo ahí. Y quizás, el amor a veces enrede mucho más las cosas.
Mis manos viajaron por el filo de sus caderas y se colaron por la camiseta. Ya me había frenado ocho mil veces aquella noche, pero me daba igual. Le devoraba el cuello y ella suspiraba en silencio, calmada.
-Te quiero...-murmuró en un instante que nuestros ojos se cruzaron. Y sonó muy bien. Sonó maravillosamente bien. En aquel momento los te quieros que salían de su boca todavía eran contados. Y cada uno me sonaba mejor que el anterior.
-Yo también te quiero...
Fue todo lo que pude decir. Juro que me hubiese gustado decirle mucho más. Me hubiese declarado allí mismo, le habría pedido matrimonio y le hubiese prometido hasta una luna de miel en el puto Caribe.
Pero en vez de eso, me quedé callado. Porque creo que allí fue cuando ella comenzó a entender mis silencios, que decían mucho más de lo que parecían. Y mis besos de después también.
Le rocé la boca con los dedos. Sonrió entre medias, y tuve la sensación de que su sonrisa se me quedaba ahí, entre las manos. Nunca he deseado tanto besar unos labios, como con ella. Tiró de mi nuca frenando la lentitud que me apetecía dedicarle al momento, y me besó con fuerza. Empujó mi cuerpo con fuerza hacia abajo y acarició el final de mi espalda.
Me dolió aquel besó. Entre el corazón y el estómago me pasó una corriente que llegó a dolerme realmente. Después me levanté y me coloqué a su lado. Apoyó su cabeza en mi pecho y respiró tan suave, que no quería ni respirar por no dejar de escucharla a ella.
-Me gusta esta playa...-comentó en algún momento de la noche.- es como si, no sé....-titubeó unos segundos- hay paz aquí ¿Sabes?
En aquel momento aquello me pareció absurdo. Yo solo la consideraba una playa más a la que había llevado a la chica que me gustaba. No creía en eso de que los lugares encierran cosas.
-Aquí estamos nosotros cariño, sin más...-reí haciendo círculos en el borde de su camiseta.
-No idiota...-se giró hacia mí para poder explicármelo bien- ¿No te sientes como si no tuvieses ningunas ganas de que saliese el sol? ¿De quedarnos en este momento exacto? -quise asentir como nunca, pero no me salió- pues esa sensación no solo es nuestra, una playa que te gusta hasta de noche, es una playa que vale la pena.
Y aquello se quedó allí. Después me abrazó y yo solo pude mirarla el resto de la noche. Verla como puede alguien contemplar las estrellas. Era preciosa. Lo es. Y lo sería junto a mí, porque nos imaginé juntos en aquel momento.
Su descripción de la playa se cumple hasta hoy. Siempre que he vuelto allí con ella, he tenido la misma sensación. La de querer quedarme en ese momento exacto, toda la vida.

Ha habido tantos primeros momentos, tantas primeras sensaciones, que me sería difícil explicarlas todas, una por una. Pero si algo recuerdo con claridad de todo esto, fue la primera vez en toda mi vida, que sentí que el mundo se me subía a los hombros y me tiraba hacia abajo: cuando huyó de mí en aquel aeropuerto, tras habernos reencontrado en los premios que seguiría ganando toda su vida.
Recuerdo como la llevé aquel día en coche, las ganas que tenía de que perdiese ese avión. El miedo que me subía hasta la garganta solo con pensar que se terminaría todo. Habíamos salido volando del hotel, se montó en el coche y me ordenó que acelerase todo lo posible. Le prometí que lo haría, que no se preocupase porque pisaría a fondo. Le mentí. Fui todo lo despacio que pude, porque solo deseaba que el avión se fuese sin ella. Que la dejase aquí, conmigo, para que pudiesemos terminar de resolver todo lo que teníamos entre las manos.
También recuerdo que entre corazones palpitando a mil por hora y nervios flotando en el aire, sonó nuestra canción en la radio. Me sentí, como dice la letra, el más cobarde del mundo, por no frenar el coche y decirle: mira cariño, que te quiero, que no quiero que te vayas porque te necesito.
No lo hice, detuve el coche en la parada de taxis del aeropuerto y me bajé para ayudarla con la maleta, en una conversación, que nunca os he contado entera. Porque hay cosas que se te clavan tanto, que son demasiado complicadas de contar.
-¿Quieres que te acompañe hasta dentro?- pregunté porque me aterraba la idea de que realmente se fuese.
-No tranquilo, no hace falta...-me sonríe y da un par de pasos que sé que siempre son el anticipo de una despedida- bueno...-me da dos besos que en ese momento me parecieron dos bofetadas- cuidate ¿vale?- acaricia mi brazo. Una. Dos. Y tres veces. A la tercera le agarro la cintura.
-No te vayas. -suelto de repente. Lo dije porque llevaba pensándolo desde hacía meses. Porque aunque no estuviesemos juntos, yo la sentía mía. Y es que eso es el amor, sentirte de alguien que es tuyo, sin serlo.
Abre un poco los ojos. No se lo espera. Los cierra unos instantes y los vuelve a abrir para que no se note que se ha puesto nerviosa.
-Hugo no hagas esto...-bufa y se aleja un poco de mí- tengo que irme ya, o perderé el avión.
-Piérdelo -contesté desafiante. Se queda callada, y espero durante unos segundos que me parecen años que diga algo, que nunca llega.- vamos nena, lo sabes tan bien como yo.
Contiene las explosiones que deben estar ocurriendo en su pecho y em su cabeza y suspira.
-Vamos Hugo, ¿Qué coño es eso que sé tan bien?- sus ojos centellearon al cruzarse con los míos.
-Que no puedes intentar huir de la persona con la que estaba escrito que pasaría el resto de tu vida.
Se queda callada y creo que durante un momento,duda. Me mira, y no me mira como los demás. Ella me mira, y me ve. No recuerdo la última vez que alguien me haya mirado así.
-Sabes que esto es un error, no podemos hacer como si nada...-trata de ordenar las palabras pero sabe que está diciendo cosas que no piensa.- no quiero volver a nada de lo que teníamos. Se ha terminado.
Intenta por décima vez, dar un paso atrás y cruzar la puerta de una vez por todas pero mi voz, un poco más alga que antes, la detiene.
-Claro que quieres...-digo con decisión- te necesito, necesito que te quedes a mi lado. Y estoy dispuesto a seguir intentando que vuelvas conmigo porque ya no sé vivir sin ti.
-No pretendas hacerme esto ahora, no tienes ningún derecho...-las palabras comienzan a salir rotas de su boca- ya nos hemos jodido bastante la vida ¿No crees?
Sé que es una pregunta retórica, pero quiero contestarle que no. Que no lo creo. Que lo único que creo es que nos hacemos la vida más bonita, juntos.
-Malú...-sostengo su mano durante exactamente cuatros segundos- te quiero.
No puede contener más las lagrimas y se seca con rapidez la primera que se desliza por su mejilla.
-Es que joder Hugo...-toma aire para continuar- me lo has dicho tú alguna vez, y yo te lo repito ahora...-dice ya entre sollozos- ya no quiero creerte.
Fue lo último que dijo. Tras aquello , se dio la vuelta y se marchó. Se fue. No supe qué hacer. No fui capaz de ir tras ella. Perdí el tren con ella aquel día. La oportunidad, la posibilidad de hacer las cosas bien. En aquel momento, lo supe con certeza: ella era vida, y como la vida: ocurría solo una vez para alguien.

Aquella fue la primera vez que me sentí completamente hundido.A ese día, le sucedieron otros tantos, otra visita a nuestra playa meses después, otra reconciliación y alguna discusión más que terminaría por desembocar en el que fue el día más importante de mi vida: me casé con ella, con la seguridad de hacer las cosas bien y jamás sentí la plenitud de la felicidad llenarme los pulmones, de la manera que lo sentí aquel día.
Tras bailar hasta reventar, nos quedamos descalzos, huimos de lo que quedaba de fiesta y la llevé en brazos hasta la piscina de nuestra casa, abrí un par de cervezas y nos sentamos en el borde del extenso porche, dejando nuestros pies colgando sobre el abismo.
Apoyó su cabeza en mi hombro y suspiró como nunca lo había hecho.
-Ha sido un buen día, ¿No crees? -sonríe y me besa los labios rápidamente. Le saben a cerveza.
-El mejor -afirmo rodeando su cintura por detrás.- ha sido un sueño.
-Te aseguro que lo ha sido...-se revuelve el pelo y mira un poco hacia abajo, pero le entra un poco el vértigo y me aprieta la mano con fuerza.
-¿Y ahora qué?- pregunto mirando a lo lejos.
-¿Cómo?
-Si bueno, hemos llegado hasta aquí, era lo que deseabamos, casarnos...-sonrío- llevamos un año esperando esto, ¿Ahora qué?
Le parece tan tierno lo que digo que se acerca un poco más a mí y me termina por desabrochar la corbata y la lanza hacia atrás.
-Los sueños son el Norte de todo el mundo Hugo...-entrelaza nuestras manos y juguetea con ellas unos instantes- si los cumples debes ir hacia el Sur.
Suelto una carcajada y le coloco el pelo.
-¿Eso qué quiere decir? -entrecierro los ojos.
-Que ahora todo es nuevo, vamos hacia otro sitio...-suspira- pero vamos juntos.
Me mira. La miro. Es una de esas miradas que dicen que quieres tanto a una persona que la echas de menos inlcuso cuando la tienes en frente. La estrecho fuerte contra mí.
-¿Te he dicho ya lo guapo que estás hoy? -pregunta ladeando la cabeza y mordiéndose los labios.
-No, pero tu madre me lo ha dicho unas cuantas veces...-me hago el loco y se me escapa la risa- tú estás preciosa.
-¿Si? Del uno al diez ¿Cuanto? -pone morritos, aprovecho, y la beso.
-Uno...
-¿Solo uno? ¿En serio? -frunce el ceño.
-Dos...-susurro y vuelvo a besarla- tres...-el beso se repite- cuatro...cinco...
Me aparta y aterrizo en su cuello.
-¿Puedo seguir hasta cien? -alzo las cejas y sonrío sujetando su barbilla.
-Puedes...-se baja un tirante de su vestido, y mi siguiente beso aterrriza justo en ese lugar.
Pasamos las horas así, entre besos, más que besos y conversaciones que deseaba que nunca terminasen. Me encantaba hablar con ella. Todo lo que decía era como añadirle una exclamación a un puñado de frases corrientes. Imaginamos nuestro futuro juntos aquel día.
-No eligirás el nombre de nuestros hijos tú solo, que ni se te pase por la cabeza...-advirtió muy seria cuando ya estábamos tumbados en la cama.
-Si es niña lo elijo yo, y si es niño tú...-me encojo de hombros- es un buen trato.
-Acabaremos teniendo gemelos y a ver quién se pone de acuerdo...-ríe estirando el cuello.
-Si son niñas...-dudo pensativo- Natalia y Alicia, ¿Qué te parece?
-Prefiero discutirlo cuando las tengamos cariño...-me acaricia el pecho y acerca la cabeza al sitio donde habitualmente tengo el corazón. Excepto cuando pasa por delante, que parece que me baila por todo el cuerpo, y la sangre va más rápido y las venas explotan.
-Vaya...-susurra- te palpita bastante rápido...¿Estás nervioso?- sonríe- ¿Tanta impresión te causa verme desnuda?
-Es el amor -contesto rápidamente.
Le gusta tanto mi respuesta que me besa con fuerza y me acaricia el cuello. Es en ese momento cuando lo tengo claro: no es quién te roba el corazón, sino quién te hace sentir que lo tienes.

martes, 20 de enero de 2015

ESPECIAL UN AÑO. PARTE PRIMERA

No fue un invierno normal. Y tampoco fue aquel inicio de primavera. Habíamos llegado a casa y era la hora de la cena. Veníamos de Sevilla. Del bautizo de mi sobrino. Del hijo de Jose y Helena. Estábamos todos más que cansados, pero habíamos llegado a casa con la luz que transmiten las familias en esos días que son totalmente felices. Recuerdo que hacía mucho viento y sabíamos que la tormenta se prolongaría durante toda la noche. Lucía llevaba de la mano a una de las gemelas, Lucas seguía jugando con su balón y Malú llevaba a la otra niña en brazos. Cerré el maletero del coche y abrí la puerta de casa, mientras todos esperaban impacientes a que lo hiciese.
- Papá enciende la luz, no veo nada...-pidió Lucía dando un par de pasos hacia delante.
Presioné el interruptor un par de veces y ninguna de las luces de la entrada se inmutaron.
-Hugo, por favor, ¿Quieres encender las luces?-se quejó mi mujer con aire cansado
-Eso intento cariño, pero no funcionan...-la miré de reojo- creo que se ha ido la luz.
-¿Cómo que se ha ido la luz? Papá hoy hay partido, necesito la televisión -advirtió Lucas caminando decidido hacia el interior para ayudarme con la ojeada al cuadro de luces de la pared.
-Pues me temo que te vas a quedar sin verlo, esto no va. -saqué el teléfono del bolsillo para llamar a la empresa eléctrica, mientras todos me miraban expectantes, incluso las gemelas empezaban a llorar por llevar diez minutos en la puerta.- No habrá luz hasta mañana.
-¿Qué? Debes de estar de broma...¿Y cómo hablo yo esta noche con mis amigas? -Lucía levantó la voz e hizo un amago de romper a llorar.
-¿Y mi partido? Papá no puedo perdérmelo...
-Creo que sobreviviréis los dos...-intervino la chica de la sonrisa que servía para todo- poneros a buscar velas, Hugo tú pide una pizza. Mientras yo acuesto a las niñas, están muertas de sueño.
Tomó a ambas en brazos y subió las escaleras casi sin ver, pero parecía sabérselas de memoria.
-Ya habéis oído a vuestra madre, a buscar velas...-señalé la puerta de la cocina a los dos, que me miraron como si fuese el padre más aburrido del mundo mundial.
-Genial...-suspiró Lucía, que ya superaba los trece años- vaya nochecita nos espera.

Aquella noche pedimos la mejor pizza cuatro estaciones que he probado en mi vida. Colocamos velas por todo el salón y nos sentamos en los sillones muertos de hambre. A los niños empezaban a gustarles un poco más la idea de sobrevivir una noche sin electricidad en casa. Y Malú, estaba encantada de tener una rutina diferente a la de siempre.
-Cenar sin ver la tele es un aburrimiento...-Lucas dio un bocado a la pizza casi a la misma velocidad  que su madre.
-Cuando papá y yo nos conocimos, nos pasábamos hablando horas, antes que viendo la televisión...-me miró sonriendo- cariño, creo que los estamos educando mal.
-Mamá, tú y papá os conocistéis en la prehistoria, eso no cuenta...-puntualizó Lucía que rompió a reír a carcajadas con su hermano.
-¿Me estás llamando vieja? -se indignó rápidamente.
-Nena no han querido decir eso...
Y aunque lo hubiesen querido decir, sería absurdo. Llevaba los cuarenta y pocos, como si tuviese veinte. El cuerpazo seguía en su sitio, el pelo más corto, y la sonrisa cada vez más grande.
-Perdona que te diga, pero ni tú eres tan mayorcita, ni papá y yo nos conocimos hace tanto...-estiró su mano, buscando mi apoyo en aquella conversación y la apreté de inmediato.
-Ah si ¿Y cómo os conocistéis? -dio un sorbo de cocacola y nos miró a ambos a través del vaso.
-Eso -Lucas sonrió tranquilo- nunca nos lo habéis contado.
-Os lo hemos dicho muchas veces, nos conocimos en un estudio de música...-ambos nos miramos sin entender muy bien a dónde querían llegar con aquel tema.
-Ya pero nunca nos lo habéis contado paso a paso, que mola más...-mi hija mayor nos miraba a los dos con la misma actitud enigmática de su madre cuando quería saber a toda costa algo.


Malú me miró y supo que yo sabría contarlo mucho mejor que ella, nos reímos y empecé a hablar, porque aunque esta es una historia que posiblemente ya os sabréis de memoria, nunca se llega a contar realmente bien el comienzo de las cosas, y yo, nunca os lo he contado del todo.

Dicen que las primeras veces siempre marcan. Que señalan el camino a todo lo demás. Y que la primera vez que conoces a alguien será posiblemente el instante en el que todo cambie.
Cuando la conocí no lo supe. O si, no lo sé. Y ahora, pienso en ese momento, en ese cruce de miradas a través del cristal de aquel estudio de música, y me da la sensación de que no os he descrito nunca con exactitud lo que se me pasó por el corazón, por el estómago y por las ganas,  cuando la tuve de frente. Di un par de pasos al salir de aquella pecera de grabación. Me temblaron las piernas demasiado.
-Hola...-susurró levemente y entre risas. Más tarde supe que esa clase de susurro lo reservaba solo para personas especiales.
-Hola...-tartamudeé cómo si fuese imbécil y ella la chica más guapa que había visto nunca, que lo era- lo siento, es que nunca imaginé que te vería aquí.
-¿Dónde? ¿En un estudio de grabación? -miró hacia los lados sonriendo como si yo fuese tonto, y los que estaban allí, debieron de pensar lo mismo.
-No -puntualicé- me refiero a que nunca pensé que te vería de cerca.
Aquel fue un piropo cualquiera que en aquel momento no tuvo ningún sentido. Porque más allá de la admiración que sentía por ella, era una frase que le hubiese dicho a cualquiera. Pero también recuerdo que en aquel instante, se quedó callada. Mojó los labios y suspiró muy levemente mirándome. Fue como si se parase, como si algo le sucediese en el cuerpo o en el corazón.
-Pues encantada...-terminó por sonreír- ¿Cómo es tu nombre?
-Hugo, me llamo Hugo.
-Encantada Hugo. -dijo lo suficientemente bajito como para que el primer "Hugo" que saliese de su boca, se quedase solo para los dos.
Después empezó a soltarme un millón de piropos sobre lo bien que cantaba, que en ese momento me parecieron lo mejor del mundo y ahora los veo absurdos. Porque sé que eso realmente no lo pensó hasta mucho después, simplemente me lo dijo como una de esas cosas que solía decir con su carisma natural y maravilloso, tratando hacer sentir bien a cualquiera.
Después vino esa cena-celebración a la que ella casi se negó a venir. Ahora lo pienso ¿Y si realmente se hubiese echado atrás y aquella noche no hubiésemos compartido taxi y vuelta a casa? ¿Nos habría pasado lo mismo?
De hecho, en ese taxi, surgió prácticamente todo. Cruzamos varias frases con la seguridad de que nos habíamos gustado desde el primer momento. Y no había pasado ni una hora.
-¿Vives solo? ¿A caso un chico tan guapo cómo tú no tiene novia? -sonrió a matar.
Me dijo esa frase. Aunque ahora os parezca mentira, la dijo. Tal cual. Y eso es una de las cosas que más me gustan de ella, nunca le ha importado hacer preguntas directas y yendo a lo verdaderamente importante.
Me reí y me sacudí el pelo.
-Bueno...-me aclaré la voz, nervioso.- supongo que todavía no he encontrado a la chica adecuada, ganas la verdad no me faltan. Vivir solo en Madrid es complicado.
-Pues ya sabes...-suspiró apoyándose en la ventanilla- cuando quieras me llamas y te hago compañía.-añadió una risa al final, para que su frase no sonase tan directa.
-No me lo digas dos veces.
Y en ese instante, el taxi se paró. No me dio tiempo a contarle que sí, que la llamaría toda la vida y más, para que me hiciese compañía en aquella casa que se me hacía gigante. Y bueno, yo todavía no lo sabía, pero antes de pronunciar aquella frase, ya había encontrado a la chica adecuada.
En aquella cena de aquel restaurante en cuyo baño nos encontraríamos meses después, hablamos de todo con todos. Nos dedicamos miradas en medio del alboroto general. Bebía vino y a través de la copa me clavaba los ojos esos que tiene. Yo sonreía. Solo podía sonreír. Parecía imbécil.
-Mierda, no encuentro las llaves del coche...-murmuró cuando el taxi nos dejó de nuevo en el estudio.
Rebuscó por su bolso una y otra vez. Y puso esa mirada de angustia que le sale tan bien.
-Tranquila, tengo el coche aparcado un poco más adelante, te llevo yo -me ofrecí sonriente.
-¿En serio?  Dios, eres un sol Hugo -dijo cogiendo tanto aire, que pareció que iba a explotar.
Luego me besó en la mejilla y dimos nuestro primer paseo a solas por Madrid. Años más tarde me confesó que aquel día nunca perdió realmente las llaves. Una razón más para estar colado por ella.

Recuerdo que caminábamos por la calle y hacía tanto frío que se frotó los hombros en busca de calor.
-Ten...-coloqué mi chaqueta sobre su fino jersey y por primera vez, le rocé la piel más allá de la ropa.
-Gracias -murmuró.
Desde aquel momento jugó con ventaja. Porque la miré y se me notó que no hubiese necesitado mirar nunca a nadie más. Se rió y empezó a hablarme de cosas tan absurdas como que llevaba demasiado tiempo sin probar el puchero sevillano de su abuela. Nos reímos a la vez.
-No te lo tomes a coña, es una de las cosas que más echo de menos en toda mi vida -dijo tan seria, que pensé que se había enfadado.
-Bueno, si alguna vez coincidimos en Sevilla juntos, prométeme invitarme a ese puchero .-rogué mirándola de reojo.
-Te lo prometo -asintió.
Y la promesa le quedó demasiado bien en los labios. Y tuve tal impulso por besarlos, que me asusté un poco.
¿Sabéis qué es lo más subrreal de todo? Que aquel día, en aquel paseo de unos treinta minutos, terminamos hablando de Roma.
-Te lo juro, es uno de los sitios que más me apetecen visitar...-comenté mientras cruzábamos las ya desiertas calles.
-¡ Y a mí ! -exclamó de repente- de hecho creo que hasta tengo decidido el deseo que pediré en la fuente esa...¿Cómo se llama? -chasqueó los dedos.
-Fontana di Trevi -contesté- se llama Fontana di Trevi.
-Bueno pues eso -siguió hablando, ahora con acento más andaluz que nunca- quiero ir a hacer la tontería esa del deseo que dicen que se cumple.
-Eso es una leyenda, ¿Quién se va a creer que por tirar una moneda al agua se te cumpla el deseo ? -me reí quitándole importancia.
-Yo -contestó rápidamente- yo creo mucho en esas cosas. 
Levantó las cejas y se mordió un poco los labios. Me sorprendió mucho su respuesta, pero no se lo dije. Simplemente nos quedamos callados y se le volvió tan bonita la sonrisa y las maneras de quedarse callada, que quería ni hablar para no estropear el momento. Pero tuve que hacerlo.
-Bien pues, si al final algún día vas a Roma y se cumple el deseo que sea que vayas a pedir...-reí- avísame, que voy yo también y me pido uno.
-Vale, el día que vaya y lo haga, te mandaré una foto -se colocó el pelo detrás de la oreja y se rió tan bonito y tan bien, que me quedé un poco estancado en aquella risa.
Lo que ni ella ni yo sabíamos es que el deseo lo pediríamos juntos. Cogidos de la mano de espaldas a la fuente. Que después llovería y volveríamos corriendo al hotel como dos locos que quieren contarse los lunares de la espalda una y otra vez. En realidad, hemos vuelto a aquella fuente demasiadas veces, nos hemos perdido por aquellas calles y hemos llorado y reído frente a ella.
Cuando llegamos a mi coche, me echó un par de piropos sobre lo bonito que era. E incluso me preguntó que como alguien que por aquel entonces cantaba en la calle, podía tener un coche como aquel:
-Bueno, digamos que he ahorrado mucho...-comenté vacilante, y ella levantó las cejas sin creerme ni una palabra- trabajé un año de abogado, antes de dedicarme a esto.
-No te pega ser abogado -dijo de inmediato y negó con la cabeza.
En aquel momento tuvo razón, aunque no se la di. Jamás terminé la carrera de abogado porque me aburría tremendamente, y no me llenaba, Lo supo incluso antes de saberlo realmente.
Cuando la llevé a casa, bajé antes del coche para abrirle la puerta. Levanté un poco la cabeza, y vi su casa desde la verja de fuera. La fachada era de un color oscuro, que más tarde ella y yo repintaríamos a uno más claro.
-Buen pues...-se acercó para darme dos besos y unas gracias que me sonarían demasiado bien por aquel entonces.
Pero fui rápido por primera vez en toda la noche, le agarré la cintura y se los di yo primero. Y en ese momento, deseé que la felicidad fuese tan fácil como ver su sonrisa tan de cerca.
-Hasta la próxima Hugo...-dijo apartándose lentamente. Fue el quinto Hugo que pronunció en toda la noche, y ya me había vuelto loco.
-¿Te veré mañana? -pregunté mientras la veía cruzar el portal. El portal que atravesaríamos juntos tantas veces.
-Bueno, a partir de ahora, creo que tendrás la suerte de verme muy a menudo...-suspiró apoyándose en el marco de la puerta y haciendo un leve gesto con la mano.
Tenía razón. Porque ella y nosotros, somos en lo que pienso cada vez que alguien habla de la suerte. Suerte fue coger aquel taxi juntos. Suerte fue que simulase haber perdido las llaves.  Y la surte estuvo en todo lo que tuviese que ver con nosotros desde entonces.
-Espero verte mañana...-sonreí metiéndome en el coche.
Y mientras la veía atravesar la puerta de su casa, reconozco que me invadió el miedo de perderla antes de saber cómo era vivir teniéndola a mi lado. Pero desde que vi su sonrisa apuntándome a los ojos, creo en las casualidades de por vida.