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lunes, 20 de octubre de 2014

CAPÍTULO ESPECIAL PARTE PRIMERA.

Hoy es domingo. Nunca me han gustado mucho estos días. Y con nunca, me refiero a antes de conocerla a ella. Por que hoy es domingo, y tengo la seguridad de que lo primero que haré al levantarme de la cama, será dar un paseo por la playa con ella agarrada a mi cintura. Y sé que lo siguiente, será un baño en el mar, hasta que nuestros nietos lleguen para la hora de comer. Y lo último del día será ver su cara pegada a la mía antes de cerrar los ojos. O quizás, si tenemos un día bueno, lo último será escuchar un  disco juntos, elegido al azar, tumbados en la terraza con el mar de frente y el amor en el aire. Que es como mejor se vive.

-Hugo....-me dijo aquella mañana, mientras hundía los zapatos en la arena. Se ríe y me sujeta el brazo con fuerza. Se aparta el pelo, que lleva bastante corto, desde hace algunos años, y me mira.- quiero que nos vayamos de viaje.
-¿Otra vez? -sonrío. Desde que los dos nos habíamos relajado un poco en nuestras respectivas carreras, porque los años ya pesaban, viajábamos siempre que podíamos. Buenos Aires, Hawai, Nueva York, eran los últimos sitios que habíamos visitado.
-Sí cariño, otra vez... tengo ganas, ¿Sabes? -coge mucho aire y lo suelta lentamente por el frío que hace- llevamos demasiado tiempo aquí. O nos vamos de viaje o empezaré una gira nueva mañana mismo.
Soltamos una carcajada a la vez. Y se pega un poco más a mi cuerpo, me abrocha el abrigo hasta arriba de todo.
-¿A dónde nos vamos, nena? -pregunto cómo queriéndole decir sí a todo lo que me pida- tú eliges.
Sonríe y se muerde los labios con muchísima suavidad.
-Roma. -concluye.
Reconozco que mi corazón parece irse de fiesta cada vez que escucho el nombre de esa ciudad, dicho por ella. Porque, dicen que las ciudades guardan un poco de ti cuando las visitas y de nosotros, debía de guardar una vida, porque los momentos que vivimos allí, no los vive todo el mundo.
-¿A Roma? ¿Cuanto hace que no vamos por allí? ¿15 años? -me freno en seco.
-Desde la última vez...-sonríe tímidamente.-cuando tuviste que venir a salvarme, ¿Te acuerdas?
Lo recuerdo. Pero vosotros quizás no. Porque es cierto que la he ido a buscar a alguna que otra vez a la otra punta del mundo, pero ninguna como aquella. Estábamos casados, Lucía y Lucas estaban a punto de entrar al instituto y las gemelas, apenas tenían cinco años. Tuvimos una crisis. Por todo, porque ella quería seguir trabajando. Y yo también. Y teníamos cuatro hijos. Discutíamos todos los días y el mundo se nos caía encima demasiadas veces cómo para no sufrirlo.Estuvimos a horas de divorciarnos. Me dio un ultimatum, dejó a los niños con su madre y se marchó a un pueblecito de la costa de Italia, durante una semana. Dijo que necesitaba pensar y aclararse. Pero nadie más que yo sabe, que ella es de esas personas que les gusta perderse, solo por saber quién le buscaría. Y bueno....me tocó a mí hacerlo.

Positano, Italia. Quince años atrás.

No me costó demasiado ir tras ella aquella vez. Quiero decir, habría dado la vuelta al mundo solo para sorprenderla con una abrazo por la espalda. Aquello era pan comido.
Se había marchado dos días antes. Cogí el primer avión en cuanto llegué a casa después de aquel concierto y vi su nota en la mesa de la cocina. El viaje hasta Positano se me hizo eterno. Porque realmente lo era, y porque mis ganas de saber qué coño se le había pasado por la cabeza para irse, eran demasiadas. Alquilé un coche en el aeropuerto y conduje hasta la costa durante más de tres horas. Llegué de noche. Cuando las luces de las casas eran lo único que iluminaba la playa que rodeaba todo el pueblo. Habría sido un sitio de ensueño para una escapada romántica de esas que te hacen la vida un poco más larga. Las casas, parecían colgadas en acantilados. Ahora comprendía por qué había elegido este lugar para perderse. Era magia. Y todos sabemos, que cuando necesitas perderte, es mejor hacerlo en un lugar así. Tan mágico como ella.



Recorrí las estrechas calles en coche, hasta que tuve que seguir a pie, porque las callejuelas lo exigían. Me entretuve bastante hablando con una mujer en italiano, que supiese de su paradero. Sabía que no sería muy díficil encontrarla, ¿Cuántas personas vivirían ahí? ¿Cientos quizás? Ella no era una chica que pasase desapercibida. Hablé con bastante gente aquel día. Y la última, una mujer de unos cincuenta años, me señaló hacia la playa. Sonrió y soltó un par de palabras que nunca llegué a comprender. Pero supe que serían importantes.
La playa estaba rodeada de un paseo de piedras oscuras y claras. Había luz, porque el pueblo aún vivía de noche. Me saqué los zapatos y caminé por la arena. No me hicieron falta demasiados pasos para verla correr saliendo del mar. En bikini, y en plena primavera. Y con la melena hacia atrás, mojada y deslizándose por sus hombros. Llevaba estupendamente los 40, porque os juro, que seguía aparentando 15.
Me vio. Y no sé si es que no esperaba verme allí, o en realidad deseaba hacerlo. Y suspiraba aliviada. Caminó hasta unos metros después de la orilla y recogió su toalla del suelo. Se envolvió en ella, después clavó sus ojos en mí.
-¿Qué haces aquí? -preguntó.
Y yo me reí. Tuve que hacerlo.
-Cómo si no lo supieses ya -me encogí de hombros.
Bajó la mirada, porque sabía que aquella pregunta era tan evidente cómo poco necesaria.
-Vamos....-contestó saliendo de allí, con la indiferencia puesta y la rebeldía a trompicones.
Me llevó hasta su casa. O lo que sería su casa durante aquella semana. Estaba en uno de los acantilados más altos de la isla, pero fuimos andando, y en silencio, Porque los dos sabíamos que no sería momento de decirnos nada. Las paredes de la fachada eran blancas y del otro lado, un enorme porche colgaba sobre el mar. El interior, era muy como ella. Acogedor y bastante moderno. Los suelos de madera daban un aspecto tradicional que contrastaba perfectamente con el ambiente de la isla. Subió las pequeñas escaleras hasta lo que pareció ser su habitación y bajó segundos después con una especie de vestido-pijama que apenas le llegaba a las rodillas. Se lo hubiese arrancado en ese instante, si las circunstancias fuesen otras. La habría tumbado en el sofá o en la mesa del salón directamente y habríamos acabado como otras tantas veces. Entorné los ojos y cogí aire.
Se apoyó en la valla del porche, miró hacia el mar y se encendió un cigarro.
-Pensé que ya no fumabas...-de hecho, lo dejó un año antes de que naciesen las gemelas, jamás había vuelto a probar el tabaco.
-Pensaba que ya no seguirías diciéndome lo que tengo que hacer -me interrumpió- ¿Qué tal están los niños?
-Bien...-suspiré apoyándome en el marco de la puerta que daba a la terraza- siguen con tu madre, ni si quiera se han enterado de que me he ido.
Se quedó callada y yo empezaba a impacientarme por arreglar las cosas.
-Cariño, he venido, estoy aquí -abrí ligeramente los brazos- ¿Podemos hablar de una vez, por favor?
Se giró y se mordió los labios.
-Ah ¿Para eso has venido? -ladeó la cabeza.
-¿Tú qué crees? ¿Para qué iba a venir aquí si no es por ti?
-Quizás para descansar...-sugirió irónicamente- ya sabes, como estás siempre tan cansado por todo.
-No empecemos por favor....-resoplé.
-No podemos seguir así Hugo...-se cruzó de brazos y levantó suavemente una pierna, para enredarla en la otra.- voy a acabar por volverme loca.
-Lo sé, pero no sé cuál es el problema... Yo hago todo lo posible para que esto salga bien.
-¿Cómo? -pareció cambiarle la cara- ¿Que no sabes cuál es el problema? -bajó la mirada tratando de contenerse- yo te diré cuál es el puto problema -alzó la voz- el problema es que llegas a casa de malhumor todas las noches y la que tiene que pagarlo soy yo. El problema, es que, utilizas a los niños para quitarme la razón, siempre que al señorito le conviene.
Quise hablar, pero el intento habría sido en vano.
-El problema es que no me miras como antes -empezó a estallar de rabia y juro que el miedo me invadió el cuerpo- y ya no eres cariñoso, porque siempre estás cansado. ¿Y yo? ¿Yo no estoy cansada? Y una mierda Hugo. ¡Problemas tenemos miles, así que no me digas que no sabes cuál es el puñetero problema !
Se limpió las lágrimas tratando de aparentar la seguridad que nunca tenía en momentos como este.
-Cielo...
-No me llames así -advirtió- ni te atrevas.
Nos quedamos callados. Y no supe qué decir. Porque todo se me habría quedado en nada con ella en frente.
-Sabes que desde que murió tu padre, todo ha cambiado un poco y...-traté de explicarme.
-No utilices eso como excusa -negó rápidamente.
Resoplé y me acerqué a ella tratando de sujetar sus muñecas. Se revolvió pero terminó por ceder.
-He venido para solucionar las cosas -levanté su barbilla para obligarla a mirarme- así que, por favor, déjame hacerlo.
Me sostuvo la mirada. Y a mí me pareció que a un tornado le había dado por pasar por allí en ese instante. Porque no pudo mirarme con más rabia junta.
-Creo que ha sido un error que vinieses....-murmuró deshaciéndose de mis manos y caminando hacia el interior de la casa- márchate, quiero estar sola lo que queda de semana.
Se metió en la cama minutos después. Aunque supe que no dormiría. Dejé pasar las horas y de madrugada, entré en su habitación y la vi sentada, en posición de indio sobre el colchón.
Tenía los ojos más rojos que hubiese visto jamás. No dije nada, tampoco me apetecía. Me senté a su lado y le acaricié el pelo. Se dejó hacerlo, porque a pesar de toda la rabia, de todos los problemas que acarreábamos, estábamos hechos para estar el uno junto al otro, siempre. Rodeé sus hombros y rompió a llorar tan fuerte, que reconozco que me asusté. Supongo que lo hizo por impotencia o por no saber arreglar las cosas. La obligué a tumbarse en la cama y no le solté la mano en ningún instante. Me miró, entre llantos, ladeó la cabeza y me miró. Y yo, en uno de esos actos reflejos que tanto me provocaba, me acerqué a su boca lentamente. Suspiré junto a sus labios antes de rozarlos. Se quedó tan quieta que pensé que no se apartaría, pero lo hizo.
-Hugo...-susurró alejándose de mi lado.
La retuve, con fuerza no intencionada. Volví a estrecharla entre mis brazos y al segundo intento disparé en el cuello. Se dejó. Metí la mano en su entrepierna y soltó un suspiro demasiado suyo. Le acaricié los muslos, con dos dedos, como si fuese un anticipo de algo más. Noté como se le aceleraba el corazón.Recorrí su abdomen y su pecho con la otra mano. Pero me duró segundos porque me apartó a regañadientes.
-Te he dicho que no -alzó la voz.
-Cariño...-volví a la carga con una caricia en el borde de su vientre.
-Por favor...-rogó.
Y tuve que frenar. Cruzamos las miradas poco antes de que se separase un par de palmos de mi cuerpo, hasta el otro extremo del colchón. Me miró con una pizca de miedo.
No me malinterpréteis, no se trataba de sexo. No se trataba de placer o de echar un polvo de reconciliación. Se trataba de un amor unilateral, de verla dormir en mis brazos toda la noche y sus labios antes y después de los orgasmos. Y lo intenté, lo reconozco. Intenté que cayese, que se desnudase, me desnudase y me dijese que me quería justo después del primer asalto. Supongo que pensé que aquello lo solucionaría todo, que volveríamos a casa al día siguiente y seguiríamos con nuestra maravillosa vida al lado de nuestros hijos. Pero fueron demasiadas ilusiones para aquel momento.
Lo único que hice fue mirarla.
-Deberíamos dormir...-sugirió minutos después, sin dedicarme demasiadas miradas, pero sabiendo que no me iría tan fácilmente.
-¿Quieres que me vaya a dormir al sofá? -pregunté levántandome despacio.
Titubeó unos segundos, tratando que no se le notase, que estaba dudando. Después se sacudió el pelo y comenzó a meterse en cama.
-No, puedes quedarte aquí si quieres...-dijo sorbiéndose los mocos del llanto anterior.
Sonreí, sin demasiados motivos, y apoyé la cabeza al otro lado de la cama. No dormí esa noche. La vi dormir a ella. Sus aspavientos en medio de cada pesadilla y cómo arrugaba la nariz entre suspiro y suspiro. ¿Sabéis? Supe en ese momento que quererla es una de las cosas que me nacen a día de hoy de forma más natural. Tengo sueño o hambre, respiro, y la quiero.

La mañana siguiente, la encontré sentada al borde de la cama , con un cojín apresado contra el pecho. Me desperté sobresaltado y me miró cómo si nunca hubiese visto a nadie más. Me froté los ojos y la cara, tratando de volver en sí.
-¿Crees que debemos dejarlo? -musitó cómo si nada.
-¿Qué? No, por supuesto que no -negué rápidamente, tratando de asimilar lo que acababa de decir-Malú  yo te quiero.
-¿Crees que yo no? -se rió levemente- Hugo, te quiero, joder si te quiero -exclamó cómo si estuviese explicando algo evidente- no es que te quiera, es que te amo. Eres la persona que más quiero en el mundo. La que más.-tragué saliva y algo dentro de mí le dio por sonreír.
-¿Pero?
-Pero ya no puedo estar contigo.
Hice una media sonrisa. No lo comprendía. Y es que, cuando llegue el día en el que alguien nos ponga el "pero" antes de un "te quiero", y no después, no vamos a saber como reaccionar.